Los hechos que marcan a toda la sociedad llevan una pregunta de rigor: ¿qué estaba haciendo usted en ese momento? La respuesta se corre de lo universal a lo particular, pero cuando se trata de pensar en los veinte años que transcurrieron desde el atentado a las Torres Gemelas todavía tengo reservada para mí otra pregunta antes de la respuesta. Me pregunto, entonces, en perspectiva, si era necesaria esa mañana de rush burocrático en la embajada australiana en Buenos Aires, donde la jefa de prensa del Canal Hallmark apuraba una visa que se nos había pasado de largo.Era casi el mediodía, mi vuelo partía por la noche. De Buenos Aires a San Pablo. De San Pablo a Miami. De Miami a Los Ángeles. De Los Ángeles a Sydney. De Sydney a Melbourne. En Melbourne, un Land Rover me transportaría hasta una locación, un set de filmación en el corazón de la sabana australiana donde se rodaban los capítulos de Las hermanas Mc Leod.La historia diría que la mañana del 10 de setiembre de 2001 la pasé haciendo trámites en la embajada de Australia en el barrio de Belgrano para sacar un boleto a la Tercera Guerra Mundial que no fue. Primera fila en el espectáculo dantesco que clausuró el siglo XX.Cuando el avión partiera de Miami hacia Los Ángeles, ya estaría de lleno en el nuevo día, 11 de setiembre de 2001, pero ese viaje no se completó. Porque el mundo, a esa altura de la mañana, estaba atravesando, como dicen en la tele, inconvenientes técnicos.El pasaje. Años atrás busqué el pasaje inútilmente en una cajonera atiborrada de porquerías. No lo tenía. Era un vuelo de American Airlines, el vuelo Miami-Los Ángeles, inmediatamente posterior al de la misma compañía que estrellaron contra las Twin Towers. En lugar de códigos, número de asiento y demás constataciones en la brevísima narrativa de un boarding pass, guardo imágenes confusas, aleatorias, que se fueron presentando como en un sueño.El desastre. El primer aviso fue de un radiograbador que un pasajero pegó a su oído. Escuchaba por todos. El rumor viscoso de un desastre llegó hasta las inmediaciones de mi asiento. Pero no terminaba de entenderlo bien. Hasta que la mujer rubia que viajaba al lado mío consiguió hacer contacto con su teléfono (un ancestro del smartphone). Las lágrimas le corrían por las mejillas y humectaban el plástico del móvil como gotas de rocío. “Terroristas volaron las Torres Gemelas –me dijo–. ¿Sabe lo que significa eso?”.¿Sabía?Mensaje del comandante: “Por orden de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América todos los vuelos quedaron suspendidos. Vamos a descender en el aeropuerto Forth Worth de Dallas, Texas. Mientras tanto se les ofrecerá una película”.Moulin Rouge era la película. Con Ewan McGregor y la australiana Nicole Kidman. En mi viaje, Australia seguía siendo un lugar en la ficción.Exit. ¿Y la vida? Con un voucher para un hotel en Dallas me quedé duro, inmóvil, como si todas las funciones hubieran terminado ahí. Diez, casi once de la mañana, en Dallas. Ningún televisor encendido en Forth Worth. Nunca pensé que la puerta de salida “exit” de un aeropuerto podía parecerse al útero materno. Era eso, no quería salir. Salir era ser: ¿qué?Refugiados. Esa misma mañana del 11 de setiembre se leyó en Buenos Aires mi crítica del disco Vespertine de Björk. “Canciones para el folclore de una futura hora cero”, escribí. ¿Esa “hora cero” se parecería a estar haciendo la plancha en la pileta de un hotel de Dallas pegado a una autopista con Vespertine en los auriculares? Había pasado un día desde que cambió el mundo. Desde que el avión se bajó; desde que en la total incertidumbre acepté sumarme a una van con “latinoamericanos”; desde que nos sirvieron un insólito buffet froid en un monasterio metodista de Arlington (Texas); desde que vimos, por primera vez, lo que todo el mundo ya había visto. Lo que Stockhausen, provocativo, llamaría en los días posteriores una “obra de arte”. Lo que para nosotros significaba la definitiva intromisión de la irrealidad en la vida.¿Nosotros? Sí, durante dos días fuimos una comunidad, un efímero pueblo de refugiados que nos encontrábamos a desayunar y a cenar para sentirnos menos estrafalarios. Tres argentinos y una venezolana. Zapping: “Amenaza de bomba en una refinería de Texas”; “Atacan vecindario árabe en Dallas”; “Anthrax”. Apenas cruzaba una avenida desangelada para caminar las góndolas de un drugstore y ya estaba de nuevo en el lobby. La llamada a Buenos Aires era como apoyar el oído en una grieta profunda; así lejanas, inalcanzables, oía a mi mujer y a mi hija, de entonces solo cuatro años. El esfuerzo para no quebrarse en la línea.Sin lugar. El día jueves 13 debió ser el del regreso a la Argentina vía Miami pero no, la puerta de embarque se cerró sin aviso previo, sin explicaciones ni pronóstico.A la medianoche, vacío, el aeropuerto de Miami adquiere una espacialidad escalofriante. Cada tanto, en el horizonte, alguien pasa el lampazo al piso, acompasando ese silencio acerado, impoluto. Sin Aerolíneas Argentinas, buscaba otra aerolínea latinoamericana que, al menos, me sacara del cielo militarizado de Estados Unidos. En TAM recomiendan despachar el equipaje primero y hacer fila a ver qué pasa. Pero no habrá lugar en ese avión (Miami-San Pablo), que además será “el último”, ya con mi valija arriba. Veinte años después repaso la secuencia posterior con incredulidad: un hada negra y buena apareció en el medio del aeropuerto vacío y sugirió que la acompañase. Y entonces vi lo que les hacen a las valijas en las entrañas de los aeropuertos. Y vi cómo rescataban mi valija azul de los delirios del destino.Disfruta. Ahora estoy parado frente a un teléfono público que en cualquier momento debería sonar, pues mi familia le ha pasado el número (del teléfono público) al gerente peruano de Hallmark que tiene a su cargo mi (no) viaje.Suena. Y a las dos y media de la madrugada sacude el cuerpo como una descarga de 120 voltios. En poco más de una hora estaré con mi valija azul recuperada, presentándome en la casa de una familia peruana de Coral Gables que hace lo imposible por brindarme una noche en paz.A las siete y media de la mañana me despierta Enrique, el de Hallmark:–Fernando, tenemos un tornado.En la autopista el auto se mueve como un kayak en un rápido. En American Airlines dirán después que no hay vuelos ni ese día ni el siguiente y ya, casi, me siento un inmigrante. Hallmark me aloja en el piso 10 del hotel Loews de Miami Beach, pleno distrito art decó. Todo pago.–Pásala bien. Alquílate un auto, ve a pasear en helicóptero, come lo que quieras, invita a tus amigos, disfruta…Me dice Enrique. Maybe…Noticiero. Conozco una pareja de argentinos, periodistas, que viven en la otra punta de la ciudad. Paseamos por una avenida Collins vacía; conseguimos mesa en cualquier restaurante de moda pues nadie está saliendo a hacer nada que no sea atiborrarse de provisiones en el supermercado; bebemos; reímos. Yo, cada tanto, cuando hablo de Buenos Aires me quiebro y lloro. Llevo cinco días varado.Cuando bajo a la playa privada del Loews, el horizonte me regala la visión de una fila de buques de guerra. En el lobby, a la noche, hay show en vivo. Una chica canta standards con la mirada desviada hacia el monitor con la CNN. Los que se supone que deberían mirarla y escucharla no lo hacen. El noticiero es el artista.Hogar. El departamento de Javier y Silvia tiene un ventanal que da a la perspectiva tropical de los canales de Florida. Ellos tienen DVD, una tecnología que en Buenos Aires es todavía bastante ajena. El living se convierte en un microcine para un único espectador. Javier echa a andar la película y se va, como si fuera el viejo de Cinema Paradiso.Reconozco vagamente los primeros aplausos pero, pronto, ya no estoy más preso en los Estados Unidos de las Twin Towers sino que mi cuerpo astral viaja hasta el cine Lara de la Avenida de Mayo en Buenos Aires. Allí siempre era trasnoche y por muchos años, entre la dictadura militar y el menemismo, la función fue un peregrinaje para iniciarse en la cultura rock. “La canción es la misma, con Led Zeppelin”. Así decía en el programa.Mientras las imágenes del concierto de 1973 en el Madison Square Garden se sucedían y la noche se cerraba aún más para ofrecer un telón de fondo sin límite, yo experimentaba una sensación de vuelta a casa, de hogar. De vuelta al subte A, a los personajes que juraban haber visto la película siempre una vez más, a la cartografía de mi educación sentimental.Volver. 20 de setiembre de 2001. Mi pasaje enmendado como una momia pasa al fin el control en uno de los monitores del aeropuerto de Miami. El check-in más esperado del nuevo siglo. La empleada de American Airlines lo había sostenido con una mano mientras con la otra tecleaba insistente la computadora. Después de un silencio, mientras tamborileaba sus uñas esmaltadas contra el plástico del teclado, llegó la información. “Está OK, míster García. Buen viaje”.Entonces los teléfonos públicos eran todavía un bien valorado en los aeropuertos y pude hacer el llamado más feliz a mi casa. Con los últimos dineros de Hallmark tomé un whisky doble en el VIP de American y subí al avión en modo fiesta.Cuando volví, el médico me extendió una licencia de dos semanas. Con caligrafía enmarañada escribió la justificación al pie de una receta: “Stress de guerra”.

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Los hechos que marcan a toda la sociedad llevan una pregunta de rigor: ¿qué estaba haciendo usted en ese momento? La respuesta se corre de lo universal a lo particular, pero cuando se trata de pensar en los veinte años que transcurrieron desde el atentado a las Torres Gemelas todavía tengo reservada para mí otra pregunta antes de la respuesta. Me pregunto, entonces, en perspectiva, si era necesaria esa mañana de rush burocrático en la embajada australiana en Buenos Aires, donde la jefa de prensa del Canal Hallmark apuraba una visa que se nos había pasado de largo.Era casi el mediodía, mi vuelo partía por la noche. De Buenos Aires a San Pablo. De San Pablo a Miami. De Miami a Los Ángeles. De Los Ángeles a Sydney. De Sydney a Melbourne. En Melbourne, un Land Rover me transportaría hasta una locación, un set de filmación en el corazón de la sabana australiana donde se rodaban los capítulos de Las hermanas Mc Leod.La historia diría que la mañana del 10 de setiembre de 2001 la pasé haciendo trámites en la embajada de Australia en el barrio de Belgrano para sacar un boleto a la Tercera Guerra Mundial que no fue. Primera fila en el espectáculo dantesco que clausuró el siglo XX.Cuando el avión partiera de Miami hacia Los Ángeles, ya estaría de lleno en el nuevo día, 11 de setiembre de 2001, pero ese viaje no se completó. Porque el mundo, a esa altura de la mañana, estaba atravesando, como dicen en la tele, inconvenientes técnicos.El pasaje. Años atrás busqué el pasaje inútilmente en una cajonera atiborrada de porquerías. No lo tenía. Era un vuelo de American Airlines, el vuelo Miami-Los Ángeles, inmediatamente posterior al de la misma compañía que estrellaron contra las Twin Towers. En lugar de códigos, número de asiento y demás constataciones en la brevísima narrativa de un boarding pass, guardo imágenes confusas, aleatorias, que se fueron presentando como en un sueño.El desastre. El primer aviso fue de un radiograbador que un pasajero pegó a su oído. Escuchaba por todos. El rumor viscoso de un desastre llegó hasta las inmediaciones de mi asiento. Pero no terminaba de entenderlo bien. Hasta que la mujer rubia que viajaba al lado mío consiguió hacer contacto con su teléfono (un ancestro del smartphone). Las lágrimas le corrían por las mejillas y humectaban el plástico del móvil como gotas de rocío. “Terroristas volaron las Torres Gemelas –me dijo–. ¿Sabe lo que significa eso?”.¿Sabía?Mensaje del comandante: “Por orden de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América todos los vuelos quedaron suspendidos. Vamos a descender en el aeropuerto Forth Worth de Dallas, Texas. Mientras tanto se les ofrecerá una película”.Moulin Rouge era la película. Con Ewan McGregor y la australiana Nicole Kidman. En mi viaje, Australia seguía siendo un lugar en la ficción.Exit. ¿Y la vida? Con un voucher para un hotel en Dallas me quedé duro, inmóvil, como si todas las funciones hubieran terminado ahí. Diez, casi once de la mañana, en Dallas. Ningún televisor encendido en Forth Worth. Nunca pensé que la puerta de salida “exit” de un aeropuerto podía parecerse al útero materno. Era eso, no quería salir. Salir era ser: ¿qué?Refugiados. Esa misma mañana del 11 de setiembre se leyó en Buenos Aires mi crítica del disco Vespertine de Björk. “Canciones para el folclore de una futura hora cero”, escribí. ¿Esa “hora cero” se parecería a estar haciendo la plancha en la pileta de un hotel de Dallas pegado a una autopista con Vespertine en los auriculares? Había pasado un día desde que cambió el mundo. Desde que el avión se bajó; desde que en la total incertidumbre acepté sumarme a una van con “latinoamericanos”; desde que nos sirvieron un insólito buffet froid en un monasterio metodista de Arlington (Texas); desde que vimos, por primera vez, lo que todo el mundo ya había visto. Lo que Stockhausen, provocativo, llamaría en los días posteriores una “obra de arte”. Lo que para nosotros significaba la definitiva intromisión de la irrealidad en la vida.¿Nosotros? Sí, durante dos días fuimos una comunidad, un efímero pueblo de refugiados que nos encontrábamos a desayunar y a cenar para sentirnos menos estrafalarios. Tres argentinos y una venezolana. Zapping: “Amenaza de bomba en una refinería de Texas”; “Atacan vecindario árabe en Dallas”; “Anthrax”. Apenas cruzaba una avenida desangelada para caminar las góndolas de un drugstore y ya estaba de nuevo en el lobby. La llamada a Buenos Aires era como apoyar el oído en una grieta profunda; así lejanas, inalcanzables, oía a mi mujer y a mi hija, de entonces solo cuatro años. El esfuerzo para no quebrarse en la línea.Sin lugar. El día jueves 13 debió ser el del regreso a la Argentina vía Miami pero no, la puerta de embarque se cerró sin aviso previo, sin explicaciones ni pronóstico.A la medianoche, vacío, el aeropuerto de Miami adquiere una espacialidad escalofriante. Cada tanto, en el horizonte, alguien pasa el lampazo al piso, acompasando ese silencio acerado, impoluto. Sin Aerolíneas Argentinas, buscaba otra aerolínea latinoamericana que, al menos, me sacara del cielo militarizado de Estados Unidos. En TAM recomiendan despachar el equipaje primero y hacer fila a ver qué pasa. Pero no habrá lugar en ese avión (Miami-San Pablo), que además será “el último”, ya con mi valija arriba. Veinte años después repaso la secuencia posterior con incredulidad: un hada negra y buena apareció en el medio del aeropuerto vacío y sugirió que la acompañase. Y entonces vi lo que les hacen a las valijas en las entrañas de los aeropuertos. Y vi cómo rescataban mi valija azul de los delirios del destino.Disfruta. Ahora estoy parado frente a un teléfono público que en cualquier momento debería sonar, pues mi familia le ha pasado el número (del teléfono público) al gerente peruano de Hallmark que tiene a su cargo mi (no) viaje.Suena. Y a las dos y media de la madrugada sacude el cuerpo como una descarga de 120 voltios. En poco más de una hora estaré con mi valija azul recuperada, presentándome en la casa de una familia peruana de Coral Gables que hace lo imposible por brindarme una noche en paz.A las siete y media de la mañana me despierta Enrique, el de Hallmark:–Fernando, tenemos un tornado.En la autopista el auto se mueve como un kayak en un rápido. En American Airlines dirán después que no hay vuelos ni ese día ni el siguiente y ya, casi, me siento un inmigrante. Hallmark me aloja en el piso 10 del hotel Loews de Miami Beach, pleno distrito art decó. Todo pago.–Pásala bien. Alquílate un auto, ve a pasear en helicóptero, come lo que quieras, invita a tus amigos, disfruta…Me dice Enrique. Maybe…Noticiero. Conozco una pareja de argentinos, periodistas, que viven en la otra punta de la ciudad. Paseamos por una avenida Collins vacía; conseguimos mesa en cualquier restaurante de moda pues nadie está saliendo a hacer nada que no sea atiborrarse de provisiones en el supermercado; bebemos; reímos. Yo, cada tanto, cuando hablo de Buenos Aires me quiebro y lloro. Llevo cinco días varado.Cuando bajo a la playa privada del Loews, el horizonte me regala la visión de una fila de buques de guerra. En el lobby, a la noche, hay show en vivo. Una chica canta standards con la mirada desviada hacia el monitor con la CNN. Los que se supone que deberían mirarla y escucharla no lo hacen. El noticiero es el artista.Hogar. El departamento de Javier y Silvia tiene un ventanal que da a la perspectiva tropical de los canales de Florida. Ellos tienen DVD, una tecnología que en Buenos Aires es todavía bastante ajena. El living se convierte en un microcine para un único espectador. Javier echa a andar la película y se va, como si fuera el viejo de Cinema Paradiso.Reconozco vagamente los primeros aplausos pero, pronto, ya no estoy más preso en los Estados Unidos de las Twin Towers sino que mi cuerpo astral viaja hasta el cine Lara de la Avenida de Mayo en Buenos Aires. Allí siempre era trasnoche y por muchos años, entre la dictadura militar y el menemismo, la función fue un peregrinaje para iniciarse en la cultura rock. “La canción es la misma, con Led Zeppelin”. Así decía en el programa.Mientras las imágenes del concierto de 1973 en el Madison Square Garden se sucedían y la noche se cerraba aún más para ofrecer un telón de fondo sin límite, yo experimentaba una sensación de vuelta a casa, de hogar. De vuelta al subte A, a los personajes que juraban haber visto la película siempre una vez más, a la cartografía de mi educación sentimental.Volver. 20 de setiembre de 2001. Mi pasaje enmendado como una momia pasa al fin el control en uno de los monitores del aeropuerto de Miami. El check-in más esperado del nuevo siglo. La empleada de American Airlines lo había sostenido con una mano mientras con la otra tecleaba insistente la computadora. Después de un silencio, mientras tamborileaba sus uñas esmaltadas contra el plástico del teclado, llegó la información. “Está OK, míster García. Buen viaje”.Entonces los teléfonos públicos eran todavía un bien valorado en los aeropuertos y pude hacer el llamado más feliz a mi casa. Con los últimos dineros de Hallmark tomé un whisky doble en el VIP de American y subí al avión en modo fiesta.Cuando volví, el médico me extendió una licencia de dos semanas. Con caligrafía enmarañada escribió la justificación al pie de una receta: “Stress de guerra”.

Fuente: La Nación

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CLEVELAND (AP) — Lorenzo Cain disparó un grand slam que coronó un ataque de seis carreras en la quinta entrada, Eduardo Escobar bateó un jonrón desde cada costado del plato, y los Cerveceros de Milwaukee vapulearon el viernes 10-3 a los Indios de Cleveland.Los Cerveceros se acercaron a la conquista del título en la División Central de la Liga Nacional. Redujeron a nueve su “número mágico” para obtener el banderín.Con una foja de 87-55 se ubican 32 juegos por encima de .500 por primera vez en la historia de la franquicia.El cuadrangular de Cain frente al relevista Sam Hentges fue el tercer grand slam de su carrera y dio a Milwaukee la ventaja por 9-1. Escobar inauguró la quinta entrada con un jonrón ante el derecho Eli Morgan (2-7).En el inicio de la sexta, el venezolano logró su segundo batazo de cuatro esquinas, frente al zurdo Hentges. Es la cuarta vez en su carrera que ha aportado vuelacercas desde ambos lados del plato.El mexicano Luis Urías pegó un cuadrangular de dos carreras en la cuarta entrada, luego de cometer dos errores en el primer inning.Adrian Houser (9-6) aceptó una carrera en seis entradas.Por los Cerveceros, los venezolanos Escobar de 5-2 con dos anotadas y dos impulsadas, Avisaíl García de 5-2 con una anotada, Omar Narváez de 4-2 con dos anotadas. El mexicano Urías de 4-2 con dos anotadas y dos producidas.Por los Indios, los dominicanos Amed Rosario de 4-0, José Ramírez de 2-0 con una anotada, Franmil Reyes de 4-1 con una anotada. El venezolano Andrés Giménez de 4-0.

Fuente: La Nación

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Las versiones de que el Gobierno se apresta a enviar al Congreso el proyecto de fomento para la agroindustria generó nerviosismo en los últimos días. Es que, más allá de comentarios sobre algunos puntos, hasta el cierre de esta edición al Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) -que viene bregando por una ley- no le había llegado copia del proyecto definido por el Gobierno. En agosto la bajante del río Paraná marcó el peor nivel en 50 años y hubo otro dato desalentadorAsí las cosas, en un chat donde están miembros del CAA se difundió que, por esa situación, al no conocerse el proyecto final no se podía estar de acuerdo o en desacuerdo. Algunos allí plantearon la necesidad de marcar la cancha aclarando públicamente que hasta el momento no se había accedido a la iniciativa oficial.DesayunoTras las elecciones que lo convirtieron en presidente y ya en las nuevas oficinas de la Rural, el presidente de la entidad, Nicolás Pino, sumó una foto de camaradería. El 30 de agosto pasado, tuvo sentados en un desayuno a los expresidentes Eduardo de Zavalía, Horacio Gutiérrez, Enrique Crotto, Luciano Miguens, Hugo Luis Biolcati, Luis Miguel Etchevehere y Daniel Pelegrina.Vale recordar que como integrantes del comité de expresidentes De Zavalía, Gutiérrez, Miguens, Crotto y Biolcati apoyaron a Pelegrina en la última elección donde perdió. En cambio, Etchevehere jugó para Pino en la contienda. En ese marco, la foto de Nicolás Pino con los expresidentes mostró por un instante una imagen de conjunto tras la interna que tuvo duros encontronazos durante la campaña electoral.

Fuente: La Nación

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Las versiones de que el Gobierno se apresta a enviar al Congreso el proyecto de fomento para la agroindustria generó nerviosismo en los últimos días. Es que, más allá de comentarios sobre algunos puntos, hasta el cierre de esta edición al Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) -que viene bregando por una ley- no le había llegado copia del proyecto definido por el Gobierno. En agosto la bajante del río Paraná marcó el peor nivel en 50 años y hubo otro dato desalentadorAsí las cosas, en un chat donde están miembros del CAA se difundió que, por esa situación, al no conocerse el proyecto final no se podía estar de acuerdo o en desacuerdo. Algunos allí plantearon la necesidad de marcar la cancha aclarando públicamente que hasta el momento no se había accedido a la iniciativa oficial.DesayunoTras las elecciones que lo convirtieron en presidente y ya en las nuevas oficinas de la Rural, el presidente de la entidad, Nicolás Pino, sumó una foto de camaradería. El 30 de agosto pasado, tuvo sentados en un desayuno a los expresidentes Eduardo de Zavalía, Horacio Gutiérrez, Enrique Crotto, Luciano Miguens, Hugo Luis Biolcati, Luis Miguel Etchevehere y Daniel Pelegrina.Vale recordar que como integrantes del comité de expresidentes De Zavalía, Gutiérrez, Miguens, Crotto y Biolcati apoyaron a Pelegrina en la última elección donde perdió. En cambio, Etchevehere jugó para Pino en la contienda. En ese marco, la foto de Nicolás Pino con los expresidentes mostró por un instante una imagen de conjunto tras la interna que tuvo duros encontronazos durante la campaña electoral.

Fuente: La Nación

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Del libro “D’entre caronas”, del escritor uruguayo Weneslao Varela (1908-1997)ConfianzaEs reducido mi ranchoPero se le empaca al viento.Mientras le quepan recaos,Que desencillen viajeros!Lo alcè pa mì y pal que llegueSin mirar si es blanco o negro:Techo pal gueno y pal malo,Fogòn pal malo y pal gueno.Yo nunca tuve enemigos,Ni los tendrè ni los quiero:Me suebra con mis bagualesP’andar armao de recelo.Y aunque me gusta estar soloPa madurar en silencio,Se lo agradezco al caminoCuando me alcanza un viajero.Pa èl siempre el primer amargoEl mejor sitio en el juego,Y en cuanto està el churrasquito,Que corte siempre primero.Jamàs le pregunto el nombre,tan mal costunbre no tengoSi es oriental, si es bayano…Si es entrerriano o portenio.Si viene mojao, pa camaAlguna pilcha l’empriesto:Aunque suelo andar de pobreQue me lloran los pelegos.Que soy de mal ensillarLes dice mi caronero,Y al costao de un asesinoComo junto a un santo duermo.PA mejor, soy como el gato,Y estando dormido sientoCuando a una tela de araniaSe le revienta un cabresto.Ya al tender, de una bajeraDejo una orilla pal perro…Y al pobre las cicatricesLe hablan bien de su mal genio.Pa saber quién es, de entradaDe extremo a extremo lo observo.Ya ni me importa como antesQué color tiene un panuelo.Pa saber si miente o noCuando conversa lo atiendo:Preguntarle, es prevenirloAl que aprendiò pa embustero.Por las pilchas sé si doma,Si es desertor o tropero:Si ha estao en un batallònSe lo conozco en el cuerpo.Si ha tarjiao el arriadorLa carona o el cabresto:Me suebra pa colejirSi es crudo del todo o léido.Lo duro de cada oficioQueda en las manos impreso:Cuidao con los callos mochosEn la punta de los dedos.Aunque hay callos que se llevanAl revés y muy adentro:Las manos del gaucho pobreLas pule el robo o el juego.Pa comprarse ropa guenaNo siempre alcanza el dinero:Pero habiendo voluntà,PA lavarla hay siempre tiempo.El que es muy conversandorMuestra el revés sin quererlo:Pero al hombre muy callaoHay que andar pa conocerlo.Que desencille el que quieraChurrasco, fogòn y techoY al alcance de la manoTodo lo poco que tengo.PA mi confianza me bastaCon haber sido y ser gueno:Yo nunca tuve enemigos,Ni los tendré, ni los quiero.Y mi rancho tiene-el pobre-Mucho de nido de hornero,PA los tordos y pa mì,Abre sus alas lo mesmo.Y en él recibo a MandingaSin sentir remordimiento.Dios, que tiene autoridàSe encargue de hacerlos guenos.

Fuente: La Nación

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Del libro “D’entre caronas”, del escritor uruguayo Weneslao Varela (1908-1997)ConfianzaEs reducido mi ranchoPero se le empaca al viento.Mientras le quepan recaos,Que desencillen viajeros!Lo alcè pa mì y pal que llegueSin mirar si es blanco o negro:Techo pal gueno y pal malo,Fogòn pal malo y pal gueno.Yo nunca tuve enemigos,Ni los tendrè ni los quiero:Me suebra con mis bagualesP’andar armao de recelo.Y aunque me gusta estar soloPa madurar en silencio,Se lo agradezco al caminoCuando me alcanza un viajero.Pa èl siempre el primer amargoEl mejor sitio en el juego,Y en cuanto està el churrasquito,Que corte siempre primero.Jamàs le pregunto el nombre,tan mal costunbre no tengoSi es oriental, si es bayano…Si es entrerriano o portenio.Si viene mojao, pa camaAlguna pilcha l’empriesto:Aunque suelo andar de pobreQue me lloran los pelegos.Que soy de mal ensillarLes dice mi caronero,Y al costao de un asesinoComo junto a un santo duermo.PA mejor, soy como el gato,Y estando dormido sientoCuando a una tela de araniaSe le revienta un cabresto.Ya al tender, de una bajeraDejo una orilla pal perro…Y al pobre las cicatricesLe hablan bien de su mal genio.Pa saber quién es, de entradaDe extremo a extremo lo observo.Ya ni me importa como antesQué color tiene un panuelo.Pa saber si miente o noCuando conversa lo atiendo:Preguntarle, es prevenirloAl que aprendiò pa embustero.Por las pilchas sé si doma,Si es desertor o tropero:Si ha estao en un batallònSe lo conozco en el cuerpo.Si ha tarjiao el arriadorLa carona o el cabresto:Me suebra pa colejirSi es crudo del todo o léido.Lo duro de cada oficioQueda en las manos impreso:Cuidao con los callos mochosEn la punta de los dedos.Aunque hay callos que se llevanAl revés y muy adentro:Las manos del gaucho pobreLas pule el robo o el juego.Pa comprarse ropa guenaNo siempre alcanza el dinero:Pero habiendo voluntà,PA lavarla hay siempre tiempo.El que es muy conversandorMuestra el revés sin quererlo:Pero al hombre muy callaoHay que andar pa conocerlo.Que desencille el que quieraChurrasco, fogòn y techoY al alcance de la manoTodo lo poco que tengo.PA mi confianza me bastaCon haber sido y ser gueno:Yo nunca tuve enemigos,Ni los tendré, ni los quiero.Y mi rancho tiene-el pobre-Mucho de nido de hornero,PA los tordos y pa mì,Abre sus alas lo mesmo.Y en él recibo a MandingaSin sentir remordimiento.Dios, que tiene autoridàSe encargue de hacerlos guenos.

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Una vez que concluya el proceso electoral que conduce a la renovación de bancas en el Congreso de la Nación y en legislaturas locales, las fuerzas políticas deberán abocarse a resolver la delicada situación que atravesamos sin más demoras ni distracciones. No hace falta esperar los resultados de las PASO de mañana ni las generales del 14 de noviembre para saber que la realidad demanda superar las diferencias abismales que separan a las principales coaliciones. Cualquiera sea la orientación mayoritaria del voto popular o la dimensión de las abstenciones y del voto en blanco, el país necesita con premura una dirección clara, rotunda y previsible sobre algunos ejes esenciales.El 24 de marzo, la vicepresidenta anticipó su disposición a generar entre el oficialismo y la oposición un acuerdo sobre las reglas por seguir en la negociación de la deuda pública contraída. Como ella, la primera línea de dirigentes políticos sabe que la Argentina debe resolver a breve plazo cómo convendrá con el FMI la deuda pendiente por los créditos que otorgó a la Argentina. Sabe, también, que los vencimientos del año próximo son considerables y que no hay manera de renegociarlos sin un programa económico que cuente con el mayor apoyo posible de los partidos con representación parlamentaria. Un acuerdo sustentable en materia tan delicada y compleja impone la participación de otros actores; en primer lugar, la de quienes representen a las organizaciones empresarias y sindicales. Si se suman otras voces con influencia social, desde líderes espirituales hasta intelectuales con gravitación personal en sus respectivos espacios institucionales, mejor todavía.El cumplimiento estricto de la Constitución debe ser el punto de partida de un consenso suficiente para encarrilar de nuevo al país por la senda de la productividad, del respeto por el valor de la moneda, la generación de fuentes de trabajo y de inversiones nacionales y extranjeras, tan bajas ahora como en pocas otras partes del planeta. De espaldas a la Constitución solo se levantan los castillos fantasiosos de la demagogia que nos ha traído a una encrucijada que se ahonda día a día. El mundo tiene sobrada experiencia sobre la fragilidad de lo que se construya sin una reafirmación en los hechos de la independencia del Poder Judicial y de la plenitud en el ejercicio de la libertad de prensa. Hay otras columnas sobre cuya solidez sacan cuentas los acreedores respecto del programa que se presente, pero sin aquellas dos pierden sustancia los aspectos técnicos en consideración de las entidades internacionales y de los países centrales ante los que debemos rendir cuentas. No miran solo la economía y las finanzas; miran también la política y las instituciones.Transitamos momentos de rivalidad y competencia. No es tiempo de forzar coincidencias. Cuando el Gobierno comience a recorrer su tercer año de gestión, es imperativo que el oficialismo y la oposición inicien los trámites de designación de delegados y del temario sobre el cual se hallen dispuestos a trabajar. Tras el impulso conferido por el aplastante triunfo del radicalismo en Corrientes, cuatro fundaciones de Juntos por el Cambio se aunaron en un documento que proyecta las ideas dominantes, al menos en la oposición. Las fundaciones Alem, Encuentro, Hannah Arendt y Pensar enunciaron los compromisos anudados en ocho áreas: trabajo, educación, inflación, salud, seguridad, justicia, responsabilidad ambiental y política exterior. Han hecho esa presentación como alternativas a las políticas del Gobierno, como si hubieran evaluado un extendido desánimo ciudadano, acuciado entre otras cosas por la pandemia.Es un documento sereno, sin expresiones altisonantes, pero que recoge la profundidad de las discrepancias entre la oposición y el Gobierno. Dice que su política económica “nos priva del acceso a la inversión, el crédito y la tecnología”; exhorta a que las empresas vuelvan a invertir, los emprendedores recuperen su actividad y los trabajadores hallen incentivos para producir”. Pide “un cambio a fondo” en la educación pública, con mayor capacitación de los docentes y la transformación digital de las aulas; la modificación de los impuestos “que desincentivan la inversión” y, en materia de seguridad, que se combata al narcotráfico y al crimen organizado. Se compromete asimismo a apoyar “de forma íntegra y pública” a las fuerzas de seguridad, dotándolas de los “instrumentos necesarios”.Seguramente el oficialismo tomará nota de estas posiciones para refutarlas en la campaña desde su propia perspectiva. Será deseable que lo haga también como acopio de los puntos de vista que deberá enfrentar si resuelve contribuir a un debate eficaz para el país, encolumnándonos todos en una dirección, dispuestos a construir juntos el porvenir.¿Se opondrían, acaso, los voceros del Gobierno al reclamo de que los magistrados y funcionarios judiciales “sean seleccionados por procedimientos transparentes”? ¿Podrían estar en desacuerdo con que la Argentina vuelva “a ser un país respetado”? Deberemos asumir que dejamos de ser confiables y que nos hallamos en términos enojosos con un alto número de Estados; congraciados, apenas, con regímenes ajenos a los principios republicanos. Muchos asuntos demandan revisión y acuerdos claves ante la atenta mirada ciudadana.Comprenderá la vicepresidenta, que lo del “vamos por todo” fue la contrafigura de la política de consensos que alentamos desde este diario y hasta de la modesta sugerencia negociadora que deslizó el 24 de marzo.

Fuente: La Nación

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Una vez que concluya el proceso electoral que conduce a la renovación de bancas en el Congreso de la Nación y en legislaturas locales, las fuerzas políticas deberán abocarse a resolver la delicada situación que atravesamos sin más demoras ni distracciones. No hace falta esperar los resultados de las PASO de mañana ni las generales del 14 de noviembre para saber que la realidad demanda superar las diferencias abismales que separan a las principales coaliciones. Cualquiera sea la orientación mayoritaria del voto popular o la dimensión de las abstenciones y del voto en blanco, el país necesita con premura una dirección clara, rotunda y previsible sobre algunos ejes esenciales.El 24 de marzo, la vicepresidenta anticipó su disposición a generar entre el oficialismo y la oposición un acuerdo sobre las reglas por seguir en la negociación de la deuda pública contraída. Como ella, la primera línea de dirigentes políticos sabe que la Argentina debe resolver a breve plazo cómo convendrá con el FMI la deuda pendiente por los créditos que otorgó a la Argentina. Sabe, también, que los vencimientos del año próximo son considerables y que no hay manera de renegociarlos sin un programa económico que cuente con el mayor apoyo posible de los partidos con representación parlamentaria. Un acuerdo sustentable en materia tan delicada y compleja impone la participación de otros actores; en primer lugar, la de quienes representen a las organizaciones empresarias y sindicales. Si se suman otras voces con influencia social, desde líderes espirituales hasta intelectuales con gravitación personal en sus respectivos espacios institucionales, mejor todavía.El cumplimiento estricto de la Constitución debe ser el punto de partida de un consenso suficiente para encarrilar de nuevo al país por la senda de la productividad, del respeto por el valor de la moneda, la generación de fuentes de trabajo y de inversiones nacionales y extranjeras, tan bajas ahora como en pocas otras partes del planeta. De espaldas a la Constitución solo se levantan los castillos fantasiosos de la demagogia que nos ha traído a una encrucijada que se ahonda día a día. El mundo tiene sobrada experiencia sobre la fragilidad de lo que se construya sin una reafirmación en los hechos de la independencia del Poder Judicial y de la plenitud en el ejercicio de la libertad de prensa. Hay otras columnas sobre cuya solidez sacan cuentas los acreedores respecto del programa que se presente, pero sin aquellas dos pierden sustancia los aspectos técnicos en consideración de las entidades internacionales y de los países centrales ante los que debemos rendir cuentas. No miran solo la economía y las finanzas; miran también la política y las instituciones.Transitamos momentos de rivalidad y competencia. No es tiempo de forzar coincidencias. Cuando el Gobierno comience a recorrer su tercer año de gestión, es imperativo que el oficialismo y la oposición inicien los trámites de designación de delegados y del temario sobre el cual se hallen dispuestos a trabajar. Tras el impulso conferido por el aplastante triunfo del radicalismo en Corrientes, cuatro fundaciones de Juntos por el Cambio se aunaron en un documento que proyecta las ideas dominantes, al menos en la oposición. Las fundaciones Alem, Encuentro, Hannah Arendt y Pensar enunciaron los compromisos anudados en ocho áreas: trabajo, educación, inflación, salud, seguridad, justicia, responsabilidad ambiental y política exterior. Han hecho esa presentación como alternativas a las políticas del Gobierno, como si hubieran evaluado un extendido desánimo ciudadano, acuciado entre otras cosas por la pandemia.Es un documento sereno, sin expresiones altisonantes, pero que recoge la profundidad de las discrepancias entre la oposición y el Gobierno. Dice que su política económica “nos priva del acceso a la inversión, el crédito y la tecnología”; exhorta a que las empresas vuelvan a invertir, los emprendedores recuperen su actividad y los trabajadores hallen incentivos para producir”. Pide “un cambio a fondo” en la educación pública, con mayor capacitación de los docentes y la transformación digital de las aulas; la modificación de los impuestos “que desincentivan la inversión” y, en materia de seguridad, que se combata al narcotráfico y al crimen organizado. Se compromete asimismo a apoyar “de forma íntegra y pública” a las fuerzas de seguridad, dotándolas de los “instrumentos necesarios”.Seguramente el oficialismo tomará nota de estas posiciones para refutarlas en la campaña desde su propia perspectiva. Será deseable que lo haga también como acopio de los puntos de vista que deberá enfrentar si resuelve contribuir a un debate eficaz para el país, encolumnándonos todos en una dirección, dispuestos a construir juntos el porvenir.¿Se opondrían, acaso, los voceros del Gobierno al reclamo de que los magistrados y funcionarios judiciales “sean seleccionados por procedimientos transparentes”? ¿Podrían estar en desacuerdo con que la Argentina vuelva “a ser un país respetado”? Deberemos asumir que dejamos de ser confiables y que nos hallamos en términos enojosos con un alto número de Estados; congraciados, apenas, con regímenes ajenos a los principios republicanos. Muchos asuntos demandan revisión y acuerdos claves ante la atenta mirada ciudadana.Comprenderá la vicepresidenta, que lo del “vamos por todo” fue la contrafigura de la política de consensos que alentamos desde este diario y hasta de la modesta sugerencia negociadora que deslizó el 24 de marzo.

Fuente: La Nación

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Su historia irrumpió en la escena durante los Juegos Olímpicos. Cuatro meses después de haberse convertido en mamá por primera vez, y tras una recuperación récord, Rocío Sánchez Moccia (33) se despidió de su novio en Buenos Aires, dejó a su beba al cuidado de su mamá en España y partió a Tokio con la selección argentina de hockey femenino para disputarse el oro con Holanda.No llegó a cumplir el sueño máximo de toda Leona, que es ganarle a su eterno rival, pero aterrizó en nuestro país con la medalla de plata. Contra todo prónostico, “Rochy”, volvió a defender la camiseta argentina en la final más importante: lo logró cuando todo indicaba que su objetivo era casi imposible de cumplir.La ayuda de su mamá fue fundamental. Primero, Gabriela se comprometió a cuidar de Francesca durante los entrenamientos diarios de Rochy en el Cenard; después, se sumó con su nieta a las concentraciones; y, por último, quedó al cuidado de la beba en España. (Pilar Bustelo/)Quedar embarazada antes de los Juegos Olímpicos no estaba en los planes de Rochy, que integra la selección argentina de hockey desde hace 12 años. Francesca nació el 10 de marzo por cesárea y su mamá se recuperó en tiempo récord. El esfuerzo valió la pena: la delantera volvió con la medalla de plata. (Pilar Bustelo/)LA NOTICIA MENOS ESPERADA“Vestir la camiseta en cualquier torneo es un orgullo siempre, pero en un Juego Olímpico más. Te hace sentir más argentina que nunca”, nos confía en su primer reportaje con ¡HOLA! Si para sus compañeras entrenar en pandemia fue duro, para Rocío, que integra el seleccionado desde hace doce años, lo fue un poco más. La idea de la jugadora era llegar en su mejor forma a Tokio, participar del Mundial de Hockey de 2022 a modo de despedida, y recién ahí convertirse en mamá. Esto era lo que habían acordado con Alejandro Pérez (33), su novio desde los 16, pero el destino tenía preparado algo distinto para la leona, que en julio del año pasado se enteró de que estaba embarazada.“Si querés hacer reír a Dios, contale tus planes”, dice un conocido refrán inglés. Rocío asiente. Tras posar con Francesca, su beba de seis meses, y Gabriela (64), su mamá, se prepara para contarnos su historia.–¿Cómo fue recibir la noticia?–Fue un shock. No estaba en mis planes quedarme embarazada. Cuando me enteré, ya estaba de diez semanas (dos meses y medio). Me sentía rara y me compré un test creyendo que iba a dar negativo. El resultado fue instantáneo. [Se ríe].–¿Qué sentiste cuando decodificaste que ibas a ser mamá?–No estaba triste, ni feliz. Lo primero que pensé fue: “¿Cómo se lo digo a las chicas?”. Habíamos arrancado a entrenar juntas hacía dos semanas y yo había asumido un compromiso y tenía miedo de fallarles.Posa con su hija, que acaba de cumplir seis meses, en el PH de su mamá, en Núñez. Si bien la voluntad de acero y la confianza en uno mismo son condiciones necesarias para competir en el máximo nivel, Rocío es consciente que un olímpico no se hace solo. (Pilar Bustelo/)La deportista está de novia con Alejandro Pérez, el papá de Fran, desde hace 17 años. “Sin la ayuda de mamá y de mi novio hubiera sido imposible, pero por suerte salió todo perfecto”, reflexiona ella.RUMBO A TOKIO CON PANZATras una charla con Carlos “Chapa” Retegui, Rochy llegó a la conclusión de que aún tenía chances de ir a Japón. Los juegos seguían suspendidos, la nueva fecha aún no estaba definida, pero su director técnico había hecho las cuentas y la visualizaba en el equipo. “Llegás”, sentenció el entrenador y con esa afirmación, la alivió.Corrió hasta los siete meses de gestación y nadó hasta el final del embarazo. Una semana después del nacimiento de Francesca, que llegó al mundo el 10 de marzo, con 42 semanas de gestación, retomó el entrenamiento y para la primera concentración del team en Córdoba ya estaba al mismo ritmo que el resto de las jugadoras. “Laura, mi obstetra, me autorizó porque mi cuerpo estaba preparado”, explica la delantera, que empezó en el deporte a los 5, en el Liceo Naval, y a los 13 ya entrenaba fuerte en el Cenard.–Francisca nació por cesárea, ¿fue programada?–Yo quería que el parto fuera natural para hacer una recuperación más rápida, pero no tenía contracciones y a pesar del goteo, no dilaté. Ya estábamos ahí, así que fuimos a césarea.“Mi idea era volver de los Juegos y darle la teta de nuevo, pero Francesca no quiso más. Entendí que no se puede controlar todo”, nos confía Rocío, cuya participación en las Olimpíadas le costó la lactancia. En la imagen, posa con su hija y su madre en España, unos pocos días antes de su despedida. LA PRUEBA DE FUEGOHasta el 11 de julio, el día que se despidió de su beba después de la última concentración en Valencia, Rocío se organizó para cumplir con su rutina de deportista de elite y seguir dándole el pecho a su hija. Contaba con la ayuda de su mamá, Gabriela, quien primero se comprometió a cuidar de Francesca durante los entrenamientos en el Cenard y, después, aceptó sumarse a las tres concentraciones de las Leonas (Alejandro no podía viajar, por su trabajo).Lo lógico era que abuela y nieta también volaran a Tokio, pero la organización olímpica no lo permitió. Para Rochy, participar de los Juegos implicó decirle adiós a su hija en Europa y volver a verla cuarenta días después, tras un mes en Japón y una cuarentena obligatoria en Buenos Aires.–¿Cómo fue la despedida?–Durísima. Empecé a llorar tres días antes, me daba mucha culpa saber que me iba a perder un mes de su vida. La miraba y pensaba: ‘¿Cómo hago para dejarla?’. Muchísimas veces pensé en no ir a los Juegos.–¿Qué era lo que más te preocupaba?–Sacarle la teta por un objetivo que era mío y no de ella. También me daba cosa por mamá, cargarla con tanta responsabilidad. Si bien durante mis entrenamientos Fran tomaba la mamadera, no sabíamos si iba a agarrarla de noche con su abuela, ni cómo iba a ser la vuelta de ellas dos solas a Buenos Aires, donde las esperaba Ale. Por suerte, salió todo perfecto.–Ahora que ya pasó. ¿Con qué sensación te quedás?–Si bien fue difícil dejar a Fran y la extrañé un montón, hice algo que era muy importante para mí. Estuvo buenísimo poder haber cumplido mi sueño, que era volver a jugar una final en las Olimpíadas.–Hace unos días, contaste que el precio que pagaste por Tokio fue la lactancia.–Mi idea era darle la teta de nuevo, pero ella no quiso más. Entendí que no se puede controlar todo. Lo importante es que las dos estemos bien.–¿Repetirías la experiencia?–¿Con el diario de lunes? Sí. El esfuerzo valió la pena, pero soy muy consciente que sin la ayuda de mamá y de mi novio hubiera sido imposible.Maquillaje: Cecilia Olivestro, para Juan OliveraAdemás de España, la “minileoncita” acompañó a su mamá en las concentraciones de Córdoba y Cariló, a donde se la pasó de brazo en brazo. En la foto, madre e hija posan con Agustina Albertario.La tapa de la revista ¡Hola! de esta semana. (Rafael Delceggio/)

Fuente: La Nación

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