La decisión de la empresa Bayer de dejar de vender en el país semillas de soja de la variedad conocida como Intacta reaviva las señales sobre la pérdida de competitividad del principal cultivo de la agricultura argentina.Aunque la compañía explicó que la decisión se motivó en una reorientación en sus estrategias de negocio, con el foco puesto en la agricultura digital, no deja de llamar la atención que sea la Argentina el único país de la región que haya sido exceptuado de Intacta. En Brasil, Paraguay y Uruguay, la soja resistente a insectos se seguirá comercializando.Subió 390% el aporte del campo por retenciones y en todo el año acercaría $830.182 millonesEs cierto, como señalan productores y técnicos, que la presión de los insectos es mayor en Brasil y Paraguay que en la Argentina, por lo que la expansión en el mercado de esa variedad tenía un límite respecto de las regiones agrícolas. Sin embargo, no es casual que sea la Argentina el país donde mayor controversia genera (y no se soluciona) el tema del reconocimiento al desarrollo intelectual en semillas y que sea, justamente, el lugar exceptuado para esta variedad.Hace más de dos décadas que no se puede elaborar una ley de semillas que reemplace la norma de 1973. Las reglas locales son inmunes a los cambios exponenciales que hubo desde entonces con el mejoramiento genético y, particularmente, con la biotecnología en primer plano. Hoy ya no solo es la transgénesis, sino los marcadores moleculares, la edición génica y la inteligencia artificial las herramientas disponibles para dar los saltos tecnológicos.Por supuesto que ha habido un sistema regulatorio que permitió el desarrollo de las variedades genéticamente modificadas, pero cuando se trata de fijar normas de largo plazo que aseguren el retorno de la inversión a los obtentores, el país ha fallado.Y no solo el problema lo ha tenido una empresa en particular con la soja sino que es la misma traba que le impide a los productores de legumbres o de algodón, por ejemplo, contar con materiales genéticos que les permitan mejorar su competitividad. Es la cuenta invisible de la producción, aquella que no se detecta cuando se habla de cosechas récord. Lo que se pierde por no hacer las cosas como corresponde.Más allá de la controversia que despertó en su momento la forma en que Monsanto buscó cobrar regalías, con posiciones a favor y en contra, lo cierto es que la falta de reconocimiento a la propiedad intelectual en semillas alcanza a toda la industria.“La salida de Bayer del negocio es una mala noticia para la industria, los semilleros, los agricultores y para el desarrollo productivo y tecnológico del país”, dijo Grupo DonMario (GDM), en un inusual comunicado para una compañía privada que contrastó con el silencio de las entidades técnicas de la producción y de la industria.Los conocedores del negocio interpretaron la decisión de Bayer como un respuesta a los costos que le demandaba el control del canon por Intacta. Sea una decisión empresarial que pueda tener una lógica en los números, lo cierto es que en la Argentina el reconocimiento al desarrollo intelectual en semillas, particularmente en autógamas, no se aplica. Y aquí no alcanza con echarle la culpa al populismo de los gobiernos que aplican políticas en contra de la producción agropecuaria. Durante la gestión de Cambiemos, si bien hubo intentos de que avanzara en el Congreso la aprobación de una nueva ley de semillas, no hubo fuerza política para que la norma se concretara.El retiro de Intacta, además, exhibe un nuevo retroceso en la competitividad de la soja en la Argentina. De la misma forma que el cultivo es el que mayor presión impositiva tiene con derechos de exportación de 33%, la falta de reglas previsibles hace que se cierre la puerta de una tecnología. Los números de producción lo están reflejando: en las últimas cinco campañas el área sembrada se redujo en un 19,5% y el rinde no puede superar las 3,3 toneladas por hectárea. Los 61,3 millones de toneladas de la campaña 14/15 parecen cada vez más lejanos. Se elogiará, en contraste, el crecimiento del maíz, pero cabe preguntarse si una parte de eso no es a costa del deterioro de la soja.A diferencia de lo que puede ocurrir en otras partes del mundo, la Argentina no tiene muchas más opciones para crecer en superficie destinada a la soja. Debe atender a la base del negocio.La presión impositiva, la falta de reconocimiento a la propiedad intelectual, los problemas de infraestructura y la estatización de la hidrovía son, entre otros, los factores que erosionan la competitividad del principal cultivo del país. Son señales de alerta.

Fuente: La Nación

Comparte este artículo en: