La anomalía institucional quedó planteada el mismo día en que Cristina Kirchner anunció a Alberto Fernández como su “hombre de paja” para reconquistar el Gobierno, invirtiendo el orden de quién tiene más poder dentro de la fórmula presidencial.El resultado electoral de 2019 convalidó el engendro y le dio legitimidad, pero dejó latente el problema de fondo.El Frente de Todos llegó a la Casa Rosada con la promesa de ser mejores y hacer convivir a distintos sectores del peronismo, con Alberto Fernández como garante de ese equilibrio. Pero muy pronto abandonó ese objetivo y se dedicó a satisfacer -sin lograrlo- a la jefa de la porción más influyente de esa alianza, Cristina Kirchner, su mentora.Las PASO, celebradas hace justo una semana, significaron un inesperado tsunami para el oficialismo y aquella anomalía, que había quedado escondida como un tumor oculto, y que solo de vez en cuando se manifestaba con esporádicas molestias, se hizo explícita de la peor manera en estos días de vértigo político.El presidente vicario había arrancado la semana, más allá de los insuficientes y difusos potenciales del tipo “algo no habremos hecho bien”, con su característica impronta procastinadora del “vamos viendo” y una ratificación del camino emprendido, como si no hubiese pasado nada. A quien debería ser apenas su segunda y, en verdad, es su poderosa jefa suprema, le hirvió la sangre.El oficialismo hizo una pésima y negadora lectura del contundente sentido del mensaje de las urnas. Eso les pasa por no conocer bien la propia historia del peronismo.Movimiento férreamente vertical, cuando un líder (o lideresa, en este caso) está vigente, nadie puede osar disputarle, de igual a igual, el poder interno ni, mucho menos, intentar sobrepasarlo. Ni Eva Duarte pudo hacerlo con Juan Perón (por mucho que con el paso del tiempo se los equipare idílicamente), ni Domingo Cavallo con Carlos Menem. Néstor Kirchner le hizo sentir de inmediato su rayo inmovilizador a su vice, Daniel Scioli, tan pronto se quiso desmarcar por un tema menor, y Cristina Kirchner metió en el freezer al primero de los suyos, Julio Cobos, tras el “voto no positivo”.Mucho menos puede ejercer independencia de ella un forzado artefacto político de su exclusiva creación. Fernández era un gris armador de candidaturas ajenas (la de su anterior amo, Néstor Kirchner, del que fue su jefe de Gabinete, y las de Sergio Massa y Florencio Randazzo).Cristina Kirchner lo concibió como un presidente delegado para que se encargara del pesado día a día burocrático de la Casa Rosada y para oficiar como escudo y pararrayos de las malas noticias inevitables de una época en que no hay nada para repartir y encima cayó la pandemia.Aun así, Fernández procuró, muy al principio, emprender un camino político posible: presentarse, con melodía alfonsinista de fondo, como el estadista que venía a cerrar la grieta y establecer los consensos imprescindibles para iniciar la recuperación nacional. Escoltado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof en la presentación de las primeras cuarentenas, su imagen positiva no tenía techo. El mensaje de las encuestas era inequívoco: la gente lo quería así, sin devaneos ideológicos, concentrado en la administración, incluido el jefe opositor de la principal ciudad del país.Duró poco: algo (o alguien; imaginen quién) lo hizo desistir muy pronto de ese camino y a partir de ese momento el derrape fue sin pausa hasta que chocó de frente con las urnas, el domingo pasado.Todo el hermético secretismo con el que se tramitaba la extraña relación política entre el minipresidente y la supervicepresidenta hasta hace una semana estalló en mil pedazos con tres movimientos bruscos: la estudiantina de los Cristina’s boys con sus sorpresivas renuncias de mentirita, el whatsapp guarro de la diputada Fernanda Vallejos (¿para qué perder el tiempo averiguando si fue producto de una filtración o algo buscado?) y la histriónica carta pública de la vicepresidenta, en la que ensaya un curioso desdoblamiento, como si fuera una mera observadora de la precarización de su artefacto político. Como el doctor Frankenstein, que se autocompadecía por los desmanes de su monstruo, siendo que él mismo lo había creado.Lo que se ocultaba hasta hace pocos días con tanta dedicación, o se culpaba a los medios de comunicación de inventar divergencias inexistentes en el binomio presidencial, quedó al desnudo, a la vista de todos.Alberto Fernández se enfurruñó un poquito, dijo que iba a hacer lo que quería pero, al final, se acordó cuál era su razón de ser y obró en consecuencia.Nada impedirá que cuando se reinicie la campaña, los integrantes de esta desavenida familia se sonrían nuevamente y los medios sean, una vez más, los culpables de todo.

Fuente: La Nación

Comparte este artículo en: