Son autos. Son huertas. Son pequeños autos y pequeñas huertas, todo al mismo tiempo. La pandemia golpeó con crueldad a la capital de Tailandia –aún lo está haciendo– y entre los diversos sectores afectados por las restricciones está el de los taxistas.Con la actividad urbana reducida, sin pasajeros ni recursos, algunos desesperaron, otros optaron por regresar a las aldeas rurales que habían dejado para buscar mejores horizontes en la gran ciudad.Y hubo también quienes, como los integrantes de las cooperativas Ratchapruk y Bovor taxi, adoptaron un novedoso mecanismo para llamar la atención del gobierno tailandés sobre la situación desesperante que atraviesan y, de paso, generar algún mínimo sustento para ellos y sus familias.Buscaron bolsas de plástico de las dimensiones adecuadas, las enmarcaron con cañas de bambú y las incrustaron en los techos de algunos de sus vehículos. Luego las cubrieron con tierra, algún que otro plantín– hubo tomates, pepinos, habas– regaron y dejaron que el sol también hiciera lo suyo.El resultado fue algo así como un florecer colectivo: un gran jardín urbano, o más bien una huerta, hecho de múltiples cuadraditos de tierra sostenidos sobre la abrupta detención de lo que antes era puro y continuo movimiento.De los 2500 autos que integran esas cooperativas, hoy por hoy solo unos 500 están activos: los jardincitos se hicieron sobre los techos de los vehículos que aún languidecen sin poder trabajar.Y hay que reconocerles lo luminoso y astuto de la iniciativa. Porque si querían llamar la atención, realmente atraparon, como un imán, las cámaras de cuanto periodista y fotógrafo anduviera por allí. Pusieron vida y color donde solo se les ofrecía desolación. Transformaron, crearon, se unieron; ellos fueron su propio jardín, su mejor cosecha.

Fuente: La Nación

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