Las técnicas de salmocultivo hoy utilizadas se iniciaron experimentalmente a fines de los años 60, en los fiordos de Noruega. Desde entonces, a lo largo de las costas del mundo se siembran y cosechan salmónidos cautivos en jaulas de redes abiertas o flotantes, hasta del tamaño de una cancha de fútbol y con concentraciones que pueden peligrosamente sextuplicar lo habilitado. Hoy, un 60% del salmón que se consume es cultivado. Chile, segundo productor mundial, sufre graves problemas en su ecosistema marino por esta explotación: más de 5000 toneladas de salmones aparecieron muertos hace semanas, un solo ejemplo.Jaulas flotantes de salmonicultura que afectan el ecosistema marinoTras un largo debate en comisión, la Legislatura de Tierra del Fuego prohibió días atrás, de manera unánime, este tipo de cría en el lecho marino del Canal de Beagle y en el ámbito provincial. Los reclamos contra la instalación de estos criaderos habían comenzado en 2018, cuando empresas noruegas realizaron estudios de factibilidad en la zona, ante una sostenida resistencia de la comunidad, de varias ONG, instituciones académicas y entidades ambientalistas que hoy celebran la trascendente norma. No faltó tampoco la oposición de un grupo de reconocidos chefs y representantes de la industria alimentaria, más preocupados por el irreparable impacto ambiental que por los puestos de trabajo y claramente decididos a apostar a la restauración de los peces salvajes. Esta histórica ley asegura la protección, preservación y resguardo de los recursos naturales, los recursos genéticos y los ecosistemas lacustres y marinos de Tierra del Fuego, si bien la prohibición del cultivo y producción de salmónidos no es absoluta porque contemplará actividades para el repoblamiento y reconocerá los proyectos existentes de acuicultura. Apuntan ahora a prohibir también la salmonicultura a escala industrial.El viceministro de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, Sergio Federovisky, reconoció que la norma acompaña la transición de “explotaciones altamente insustentables a otras que no lo sean”. Destacó también que el eje de una política ambiental moderna presupone un “principio precautorio” por el cual la introducción de una especie exótica demanda asegurarse que su impacto sobre la flora y la fauna del lugar no sea dañino. Para ello, cualquier producción debe ser debidamente fiscalizada, evitando cualquier doble estándar. Los mares patagónicos son un patrimonio único que debe protegerse.La activa Fundación Rewilding destacó que entre las consecuencias indeseadas de la salmonicultura hay que mencionar también las mortandades masivas de salmones, la intensificación de lo que se conoce como blooms o proliferación de algas tóxicas (como la marea roja), la generación de zonas “muertas” y el enmallamiento de mamíferos marinos. Señala también que reiteradamente las empresas salmoneras se han visto involucradas en escándalos por mortandades y escapes de ejemplares que compiten con las especies nativas y diseminan enfermedades, tanto como por el uso indebido de antibióticos, colorantes y fungicidas que terminan liberados en el ambiente. Vale mencionar también que la cría en cautiverio genera enfermedades que afectan la producción como la anemia infecciosa del salmón.Celebramos que la Argentina se convierta así en la primera nación en pronunciarse de manera clara y contundente contra la salmonicultura bajo condiciones controladas para fines comerciales, desde una provincia que apuesta al turismo y que respeta las tradiciones culturales y las prácticas sustentables. Como bien sostiene la periodista francesa Marie-Monique Robin, el mejor antídoto para la próxima pandemia es preservar la biodiversidad.

Fuente: La Nación

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