Cortaron raíces en busca de otro suelo. Inseguridad, hartazgo y futuro son algunas de las palabras más repetidas por los argentinos que deciden mudarse a otro país. ¿Hay un nuevo éxodo? ¿Son contagiosas las ganas de irse del país? ¿Es todo color de rosas cuando se empieza una nueva vida en el exterior?A diario se ven fotos desde Ezeiza, posteos de despedida y hasta blogs sobre cómo emigrar. “Esta emigración no es la de 2001, no es gente que se quedó sin trabajo. Es gente que se hartó de poner el bolsillo todo el tiempo para generar una masa de gente que vive de tus impuestos. Te sentís atascado. En el colegio de mi hijo eran 27 chicos, ya nos fuimos cuatro familias y otras cuatro están en proceso”, comenta Pablo, que aterrizó el mes pasado en Miami y prefirió mantener en reserva su apellido.Cristina Lucci hizo las valijas con 81 años. Hace un mes se fue a Alemania. Allí la esperaban sus tres hijos, que fueron emigrando en años anteriores. “En la Argentina empecé de cero tres veces. Acá, en cambio, veo a mis hijos que van progresando y viven tranquilos”, explica.Con 81 años, Cristina Lucci siguió los pasos de sus hijos y se instaló en Alemania (Foto familiar/)Más allá de la experiencia de Cristina, el destino más elegido de Europa es España: Barcelona y Madrid, en ese orden, son las ciudades favoritas. Los lazos históricos, culturales y lingüísticos ayudan a dar el salto. De hecho, en las últimas elecciones hubo 32.090 electores empadronados en Barcelona y unos 26.767 en Madrid, según datos de la Cámara Nacional Electoral. Se estima que por fuera de estas cifras, hay un universo grande, difícil de medir, que ingresa al país con pasaporte europeo y no se empadrona.Eloísa Marenco tiene 24 años y se mudó a Madrid antes de la pandemia, en octubre de 2019. Su plan era hacer un curso de producción de moda y estilismo en Vogue y, mientras tanto, buscar trabajo. A los dos meses, ya había entrado como becaria en Fever, una empresa española joven y creativa. “Me mudé a la ciudad sin conocer a mucha gente, sin tener casa y con ayuda de mis papás. A los meses, ya me sentía una madrileña más”, cuenta.Pero la balanza es más compleja y Eloísa registra las pérdidas.“La familia, los amigos, tu casa, tus cosas, eso no se reemplaza por nada. Uno elige hacerlo y se mentaliza para superar cualquier cosa, pero es inevitable la nostalgia. Al principio es más fácil porque tenés todas las ilusiones encima y es como un sueño. Luego te empezás a acostumbrar y es ahí cuando pesa más el lado afectivo. Por suerte, hay mucha gente en la misma situación y hacer nuevos amigos es fácil”, dice. La comunidad de argentinos en Madrid es enorme y se arma una cadena infinita de contactos y amistades.Europa, de la ilusión a la realidadA los que cuentan con pasaporte europeo, se les simplifican los trámites, aunque también hay visas de estudiante que son más fáciles de conseguir que las de trabajo.Chiara Girosi, 26 años, emigró a Madrid en octubre de 2020 cuando todo estaba muy cerrado por la pandemia. “Me hicieron miles de preguntas en migraciones. Fue una sensación muy rara”, recuerda. Una amiga del colegio le ofreció compartir departamento. Partió con sus ahorros de dos años de trabajo en la Argentina y le costó seis meses encontrar algo estable. “La falta de turismo y la crisis pegó fuerte y no está fácil encontrar laburo”, admite. Tiene pasaporte italiano y está a cargo de la administración de un gimnasio.Chiara (primera desde la izquierda) y sus amigos argentinos disfrutaron de la nevada de enero en Madrid (Foto familiar/)Quienes tienen ancestros italianos suelen desembarcar en Italia para tramitar allí su nacionalidad ya que no hay límite de ascendencia. Mientras se cuente con la documentación necesaria, en Italia el proceso puede demorar de uno a cinco meses. En la Argentina, hacer los papeles toma un promedio de dos a cinco años.Es el caso de Giancarlo Lucca, que trabajaba como gerente general del Club Ciudad de Buenos Aires. Con los vuelos cerrados a Italia, Giancarlo logró embarcar en el primer avión que habilitó British Airways a Inglaterra y después voló a Italia. “Llegué en octubre de 2020. Entrar no fue sencillo, me hicieron muchas preguntas”, afirma. En Roma, inició sus trámites para obtener la ciudadanía europea que le demoró 5 meses. El mes pasado, finalmente, se radicó en Barcelona.La pandemia postergó los planes de Giancarlo, que hoy arma su nueva vida en Europa (Foto familiar/)Juan Pablo Ricatti aterrizó en Roma el 9 de marzo, horas después de declararse el estado de sitio. Pasaban camiones del ejército con parlantes anunciando que todos debían volver a sus casas. “Dos días antes estábamos con la familia en la pileta, y de golpe entramos a vivir en un infierno. Llegamos con toda la adrenalina de hacer el trámite de ciudadanía en Italia y nos encontramos con esta piña en la cara”, grafica. En la Argentina tenía una agencia de viajes y, en 2018, había tomado la decisión de irse a Madrid. Como su abuelo era italiano, empezó a reunir la documentación necesaria, algo que le tomó dos años. La ciudadanía le salió en tres meses en Italia y de allí se fue a España a iniciar los trámites para abrir una agencia de turismo, Baires Travel.”Para una familia de 4, tenés un gasto mensual de 2000 a 3000 euros, dependiendo del nivel de vida”, indica Juan Pablo (Foto familiar/)Pero aun con ciudadanía italiana, para trabajar en Madrid le pidieron ciertos requisitos: contrato de trabajo o dinero suficiente para mantenerse (8000 euros para él y 4000 por cada miembro de la familia), alta de autónomo, extractos bancarios y seguro de salud. Juan Pablo aconseja llegar con un resto para sobrevivir. “Para una familia de 4, tenés un gasto mensual de 2000 a 3000 euros, dependiendo del nivel de vida que quieras”, comenta.En cualquier ciudad de Europa, alquilar un departamento para un inmigrante tampoco es sencillo. Los dueños piden recibo de sueldo. “Si venís con chicos lo ven como una amenaza mayor porque en España está vigente el tema de ocupas. Hay que pensar que no vas a elegir el departamento sino que el departamento te va a elegir a vos”, dice Juan Pablo, que en su caso paga por un 3 ambientes 1100 euros. Algunos inmigrantes han tenido que adelantar varios meses de alquiler para poder ingresar a un departamento.¿Cuánto cuesta emigrar a Europa? “Todo depende si es una persona sola o una familia. Si venís solo, podés alquilar una habitación por 300 euros, pero una familia tiene que alquilar un departamento con contratos que superan los 600. El segundo factor determinante es el lugar, si es un pueblo chico con 20.000 habitantes o una ciudad importante. En Italia, una persona puede gastar 700 euros por mes. Una familia ya tiene que pensar en un mínimo de 1500. A todos les digo que vengan preparados para mantenerse seis meses”, dice Sebastian Polliotto, referente en Italia de aquellos emigrantes que van en busca de su ciudadanía y autor del blog 1000cosasinreresantes.com.En el caso de los jóvenes, suelen compartir vivienda para abaratar gastos. Los argentinos radicados en España aseguran que para vivir, como mínimo, se necesitan entre 1000 y 1500 euros mensuales. Un promedio de 300 a 600 euros para un alquiler de vivienda y unos 250 a 300 euros de supermercado.Cruzar el charcoLa cercanía, las similitudes culturales y las ventajas impositivas para un sector de alto poder adquisitivo, que en muchos casos ya tenía propiedades en Punta del Este, fueron los factores que terminaron de convencer a muchos para cruzar el charco. “Durante los meses previos a la pandemia, se otorgaban un promedio de 30 o 40 residencias mensuales mientras que a partir de marzo de 2020 pasaron a tramitarse unas 400 mensuales. Hoy, ya estamos arriba de las 500 y se estima que se han hecho más de 5000 residencias desde que comenzó el contexto de fronteras cerradas”, explica José Luis Curbelo, cónsul general de Uruguay en la Argentina.Pedro Morán, de 23 años, fue a hacer temporada en un bar de playa de José Ignacio y quedó varado en Uruguay por la llegada del Covid-19. Pero con el correr de los meses, quedarse fue su decisión. En el invierno de 2020 puso una escuelita de skate en José Ignacio. Arrancó con un grupo pequeño, solo pasaba la gorra. Hoy, Pedro vive de su escuela. Además, es fotógrafo y maneja cuentas de Instagram de lugares de la zona. “La vida que tengo acá no la podría tener en Buenos Aires”, razona.A los 41 años, Guadalupe Cuenca emigró en busca de una mejor calidad de vida. A su marido, instructor de kitesurf y de windsurf, le surgió una oportunidad laboral en Laguna Garzón en diciembre de 2013. “Primero se mudó mi marido y en febrero de 2014 nos vinimos con mis hijos que en ese entonces tenían 2 y 6 años. Como no queríamos perder el PH que alquilábamos en Victoria, se quedó mi hermano”. Al igual que Pedro, optaron por La Juanita, un barrio frente al mar muy cerca de José Ignacio, con un ambiente más bohemio y precios más accesibles.Guadalupe Cuenca, orgullosa de su pastelería en La Juanita (Foto familiar/)“Al principio alquilábamos y a los tres años pudimos comprarnos una casita con jardín. Adelante, construí una cocina para mi emprendimiento”, señala Guadalupe, que hoy es conocida en todo Punta del Este por su pastelería Calma. Asegura que “hay que remarla”, pero plantea que hay oportunidades porque no hay mucha competencia.“Cuando hacés las cuentas, acá terminás pagando lo mismo que en Buenos Aires porque, si bien los servicios son caros, gastás menos en programas para los chicos que se la pasan jugando al fútbol en la playa”, indica.Estados Unidos y una nueva oleadaJunto con España, Estados Unidos se encuentra en la cima del ranking de países elegidos por los argentinos que buscan emigrar. Cifras de la oficina de censo de ese país, Pew Research, muestran que en 2017 la población argentina en el país era de 278.000 personas, un crecimiento del 158% desde principio de siglo. Pero, al día de hoy, la llegada de expatriados es constante, encarnada en su mayoría y a diferencia del 2001, en una clase media alta que lleva capital para emprender.El estado que más compatriotas recibe es Florida donde, en la última elección, había más de 31.000 electores, es decir inmigrantes que han informado el cambio de domicilio. En cifras extraoficiales, más de 100.000 argentinos viven en el sur del estado del sol. El consulado de Nueva York (y su zona de influencia que abarca ocho estados) es la segunda representación diplomática con más registrados, 22.300. Sin embargo, cifras del último censo de Estados Unidos muestran un número mucho mayor. “De acuerdo con los datos del censo de 2010, la población argentina en este territorio era de aproximadamente 52.000 habitantes y habría ascendido a 57.600 habitantes, según los últimos datos disponibles de 2019”, aporta Estefania Donna, cónsul adjunta en el consulado argentino en Nueva York.La forma de residir en forma legal se concreta, en la mayoría de los casos, a través de la visa de inversión E2. Durante 2020, teniendo en cuenta que el consulado de Estados Unidos en Buenos Aires estuvo cerrado gran parte del año, excepto para urgencias, se otorgaron 328 visas E en la Argentina, la mitad que el año anterior, cuando no había restricciones. Aun así, mantuvo el número más alto comparado con el resto de América del Sur. El doble que Colombia, en segundo puesto, y el triple que Brasil.En algunos casos, con la imposibilidad de tramitar la visa de inversión en la embajada en Buenos Aires, los argentinos apurados por emigrar viajan con visa de turista y, una vez en territorio americano, aplican a la visa que les corresponda, lo que se denomina cambio de estatus.”No es todo color de rosa cuando emigrás, pero vale la pena”, asegura Florencia Pereyra Arandía desde Miami (Foto familiar/)Florencia Pereyra Arandía llegó a Miami a finales de noviembre pasado. Su marido había viajado antes de la pandemia con la idea de que ella llegara poco tiempo después, pero la irrupción del coronavirus los mantuvo un año separados. “Me saturó la cuestión política y la inseguridad. Vivimos situaciones traumáticas con mis hijos, y el más chico ya no quería salir ni a la esquina. Cuando empezó el nuevo gobierno aceleramos el proceso de venirnos con la visa de inversionista”, relata.En su organización familiar, pensó en desembarcar con US$50.000 para poder sostenerse seis meses hasta que pudiera empezar a obtener ingresos. Sin embargo, al momento de aterrizar, su marido ya estaba estabilizado con un sueldo, auto, y casa. Ahora reconoce que si no lo hubiese pensado tanto, hubiese emigrado antes. “Me hacía problema por la adaptación, armar la casa, los chicos. Y todo fue sencillo. Claro, en el medio estuvimos un año separados, no es todo color de rosa cuando emigrás, pero vale la pena”, concluye,“Empezamos a investigar el tema hace un año. Mi esposa siempre se quiso ir y la pandemia me dio el tiempo para analizarlo. Primero estudié España porque mis abuelos eran españoles, pero yo siendo nieto no podía acceder a la ciudadanía. También analizamos Canadá, y Estados Unidos”, repasa Pablo. En noviembre hizo un viaje de reconocimiento a Weston, una ciudad de Florida elegida por muchos argentinos y no hubo margen para dudas. “Volvimos con la decisión de irnos. Vendimos la casa, autos, muebles, todo. En la Argentina estábamos bien económicamente, pero nos cansamos de correr riesgos, la seguridad me venía persiguiendo en casos cercanos”, afirma. Para su desembarco, compró una franquicia de receptoría de correo, aunque su objetivo a largo plazo es dedicarse a la construcción de casas.Oceanía, opción para los más osadosAustralia atrae principalmente a los jóvenes. En 2019, la embajada de Australia en la Argentina emitía 1500 visas anuales de Work & Holiday, que permiten trabajar y viajar durante un año, a diferencia de una visa de estudio que solo admite 4 meses en suelo australiano. La visa puede extenderse por un segundo o tercer año si se trabaja en sectores estratégicos para la economía como la agricultura o el turismo.“Emigré porque no me sentía conforme con mi presente de aquel momento en la Argentina. Tenía sed de vivir una realidad distinta, con menos imposiciones socioculturales y más independencia en todo sentido”, dice Rosario Tezanos Pinto, de 28 años, que llegó a Sidney el 25 de diciembre de 2019 con una visa de Work & Holiday. Empezó ordeñando vacas en un campo en Kerang, Victoria, y ya pasó por varios trabajos: desde au pair en una casa de australianos donde cuidaba a una bebita, hasta trabajos de oficina como el actual en Broome.Rosario empezó ordeñando vacas en un campo en Kerang, Victoria, en Australia (Foto familiar/)“No cuesta casi nada irse, cuesta todo no poder volver. Por supuesto que no es fácil despedir amigos y familia, pero la despedida inicial está empapada de ilusión por la aventura que se emprende. Mucho más cuesta no estar en casamientos de amigas, nacimientos y ni hablar fallecimientos. Saber que se puede volver de visita o que tus afectos pueden viajar a verte es un descanso para el alma”, reflexiona Rosario. La pandemia hizo que las distancias fueran más dolorosas, pero por el momento no piensa regresar.El costo de vida varía. Rosario asegura que cualquier trabajo permite comer, tener un cuarto, divertirse y ahorrar. “El alcohol y los cigarrillos son especialmente caros, así que depende mucho de tu consumo cuánto podés ahorrar”, remarca. Por otro lado, asegura que en el outback se gasta menos que en las grandes ciudades, pero reconoce que no es para cualquiera vivir en pueblos remotos.Brasil, hedonismo interrumpidoCon 20.530 argentinos empadronados en las últimas elecciones (los residentes son muchísimos más), Brasil siempre fue un destino elegido por los argentinos para emigrar. No obstante, la situación sanitaria cambió todo. “Con la pandemia, buena parte de los argentinos de clase media y baja que residían en Brasil regresaron a la Argentina. En el caso particular del Estado de Río de Janeiro, se estima extraoficialmente que 4000 argentinos de entre 18 y 30 años que trabajaban en servicios turísticos se quedaron sin trabajo y regresaron buscando contención familiar y cobertura de salud en nuestro país”, afirma Claudio Gutiérrez, cónsul general argentino en Río de Janeiro.Buzios, uno de los lugares más golpeados de Brasil por la falta de turismo en pandemia Si bien aún no hay fecha para la apertura de la frontera, Gutiérrez intuye que parte de esa gente va a volver cuando cambien las perspectivas. Asegura que Buzios, Arraial do Cabo y Angra dos Reis sufrieron muchísimo con la falta de turistas. “Sólo quedaron los tradicionales dueños de restaurantes y posadas de toda la vida y aquellos con otras actividades y negocios más afianzados”, describe. Por otro lado, explica que quienes se quedaron a vivir en el país vecino, ahora han tomado mayor conciencia de la necesidad de tramitar la residencia porque se dieron cuenta lo importante que es tener los papeles en orden. En ese sentido, el consulado trabaja presencialmente desde hace varios meses para ayudar a regularizar la situación migratoria de los argentinos.La artista Gabriela Ezcurra desembarcó en 2015 en Copacabana y tiene la residencia permanente. Emigró por tiempo indefinido con su marido y su hija, y asegura que no tiene planes de volver a Buenos Aires en el corto plazo. Para ella, el proceso es una curva: “Los primeros 6 meses son de enamoramiento con el lugar nuevo y uno ve todo lo positivo. Después, se cae en la etapa de extrañar lo que no se tiene: la familia, los amigos, el humor, los lugares…hasta el dulce de leche”.Mercedes Fernández Ocampo, es otra de las argentinas que está radicada en Río de Janeiro. Llegó en 2013 por una oportunidad laboral de su marido y ejerce como maestra jardinera desde que se instaló en Barra da Tijuca. “El trabajo me ayudó mucho a conocer otras personas, a aprender bien el idioma, la cultura y la idiosincrasia del país”, afirma. Si bien emigraron sin fecha de vuelta, reconoce que su sueño más íntimo es regresar: “Siempre pensamos que algún día nos gustaría volver a la Argentina”. Tiene dos hijos cariocas y uno de ellos es pandemial.Más allá del destino elegido y de la edad de los protagonistas, ver las oportunidades fuera del propio país es el común denominador de las historias relevadas por LA NACION. Si el desempleo y la situación económica fueron los principales causantes del éxodo en 2001 y 2002, la clave en este caso parece estar en la incertidumbre, la falta de reglas claras y el cansancio por no poder progresar.

Fuente: La Nación

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