Resiliencia: capacidad de adaptarse a las dificultades de la vida, oportunidad para ser creativos y completar tareas y desafíos pendientes. A las hermanas Laura y Julieta Malleville la pandemia les planteó un lindo desafío. En Tandil, las creadoras de Fundación La Paloma, que se dedica desde hace 19 años a la equinoterapéutica, entendieron que era momento de poner en marcha un proyecto guardado en el cajón: la elaboración de un fertilizante para las plantas con los residuos de sus caballos.La falta de clases para los 147 alumnos, los altos costos de la recolección de los desechos de sus ocho caballos y sobre todo el tiempo disponible, las llevó a que sacaran a la luz un proyecto que hacía mucho lo tenían en mente pero sin oportunidad de ponerlo en práctica.Gerardo Bartolomé: “Hay que mejorar el marco legal en soja”“Tirar el estiércol en un contenedor y que lo vengan a retirar una vez por semana generaba un costo adicional. La responsabilidad por el medio ambiente siempre fue nuestro lema y el tiempo libre por la pandemia nos permitió llevar esta idea adelante. La idea era transformar de una manera consciente y responsable los residuos que producen nuestros caballos en la fundación”, dijo Mariana Galufa, veterinaria y miembro de la asociación.El producto ya se comercializa en varios puntos del país y apuntan proximamente a llegar a toda la ArgentinaLa fundación comenzó como una escuela de equinoterapia y poco a poco fue mutando su cosmovisión de trabajo: hoy busca promover la salud y el despertar de la conciencia, bajo el sistema bioeducativo llamado Menavi.El camino que abrió una encendida disputa entre productores en Entre RíosCon la reutilización de los residuos, el cuidado del medio ambiente y la economía circular como ejes fundamentales, se pusieron manos a la obra. Junto con la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional del Centro (Unicen) evaluaron cómo sería el proceso de compostaje.“Nuestra manera de cuidar los caballos está orientada al bienestar animal. Los animales no están en boxes. No comen avena, solo alfalfa. No usamos herraduras ni bocados. Y al no tratarlos con medicina veterinaria tradicional, su estiércol es totalmente orgánico”, describió.Luego de la evaluación, empezaron a trabajar en firme. Armaron una compostera con material reciclable y comenzaron a recolectar el material. “El proceso que hacemos a la materia es totalmente natural y no se lo interviene en ningún momento. El tiempo es de alrededor de cuatro meses, donde se pasteuriza de manera natural”, explicó.Según contó, siguen de cerca un riguroso protocolo y diariamente toman la temperatura de la bosta para ver cómo avanza su descomposición, con una etapa de calentamiento (eliminación de los patógenos) y curado (estabilización de los macro y micro nutrientes). Luego del proceso de compostaje, el material es enviado a los boxes (que están vacíos porque los caballos están en corrales) donde tienen un tiempo de secado.En la compostera, el estiercol de los caballos pasan alrededor de cuatro meses, donde se produce su descomposición naturalCuando está en óptimas condiciones, se realiza un zarandeo de manera manual, para llegar finalmente al momento del envasado: de manera manual cargan el producto terminado en recipientes de cartón de distintos tamaños.Sin aditivos, ni agregados y libre de compuestos tóxicos, obtuvieron un producto de excepcional calidad al que llamaron Bioequus.org. “Es un sustrato que enriquece el suelo, obtenido de un proceso de compostaje debidamente controlado de estiércol de caballos alimentados exclusivamente con alfalfa de calidad”, detalló.Después de un producto madre, pueden aparecer otros alternativos y esta no fue la excepción. Cuando terminaron ese primer compostaje, se dieron cuenta que había material que no se había hecho cenizas sino que seguían manteniendo su forma.Fue ahí que eso se transformó en bio briquetas a las que también envasan y comercializan. Es un producto secundario que sumaron para utilizar en el encendido de salamandras, hogares, braseros y cocinas económicas.Para Galufa, nada hubiese sino posible sin la articulación de la Mesa Solidaria Tandil, que articula ONGs con empresas, que las ayudó a difundir su idea y productos. En un principio, la asociación comenzó a vender en bazares, viveros, almacenes, casas de decoración y ferreterías de esa ciudad.En la actualidad, los productos ya se pueden encontrar en Mendoza, Bahía Blanca, Mar del Plata y Pehuajó. En el futuro apuntan a comercializar en todo el país y también inspirar a que otros se sumen a hacerlo. “La recepción de la gente fue genial. Esto es imparable”, dijo la veterinaria.

Fuente: La Nación

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