El Teatro Colón reabrió sus puertas al público esta noche con la función que ofreció la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Cierto déjà vu invadió a los habitués. Esa sensación de que esto ya lo vivimos, porque realmente lo vivimos hace unos meses, cuando el teatro había reabierto sus puertas con aforo reducido para celebrar, con casi una veintena de excepcionales conciertos, el centenario de Astor Piazzolla. La sensación era, también, la de un volver a empezar o, mejor, la de continuar, la de no bajar los brazos antes el duro momento que la pandemia Covid-19 hace vivir al planeta desde principios del año pasado. Siempre es con la esperanza de que no haya nuevos cierres de teatros para que las obras y los conciertos sigan sobre los escenarios. Para que se pueda comenzar o continuar, según el caso. “Va a ser un acto simbólico. Eso significa que estamos a punto de regresar –decía Enrique Arturo Diemecke, director artístico del teatro y titular de la Filarmónica–. Estamos muy emocionados de volver a estar en el teatro para compartir con ustedes una obra excepcional. La canción de la tierra, de Gustav Mahler. Seis movimientos que se inspiran en poemas chinos. Estamos para compartir”, agregaba el director, días atrás, en un spot promocional para invitar al público a esta función. Y una vez que ganó el escenario, además de dar la bienvenida al público y de recordar que la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires festeja este año su 75° aniversario, flexionó levemente el brazo, cerró el puño en señal de fuerza y exclamó: “Estamos de regreso”. Al Teatro Colón le tocó comenzar, esta vez, con un concierto de la Filarmónica, pero en un formato poco habitual; la próxima semana será el turno de Alti Canti, el primero de los títulos líricos que tiene programados hasta finales de 2021. Afuera, un rato antes del inicio del concierto, se repetía un ritual que se reanuda con cada reapertura. Controles de temperatura, caminos señalizados, tickets sólo en las pantallas de los celulares (se evita la papelería, tanto de entradas como de programas de mano), y todo protocolo que evite el contacto estrecho entre personas. Espectadores puntuales en la platea del primer coliseo porteño para presenciar el Concierto de la Filarmónica de Buenos Aires (Santiago Filipuzzi/)Sobre la Avenida 9 de Julio el paso de la mayoría era apurado. Cualquiera se daba cuenta de quienes eran los que andaban en modo paseo y aquellos que estaban volviendo a sus hogares, luego de un día de trabajo. En la plazoleta contigua al teatro un personal trainer daba las últimas instrucciones a un par de alumnos. Mientras tanto, sobre la calle Libertad, Lidia y Mabel bajaban apuradas de un taxi, como si llegaran tarde a la función. Pero no era tarde. Peinaban canas (seguramente son de esa tercera edad a la que un bastón no le impide cultivar un espíritu entusiasta por la música). Son amigas desde hace mucho tiempo (“Mil años”, dice una). Vienen a ver ópera, conciertos o a solistas (“Lo que sea”, apunta la otra). ¿Extrañaban venir al Colón? “Sí, mucho”, largaban casi a coro. Daniela trabaja en el servicio diplomático de un país europeo. Junto a Marc llevan dos años viviendo en la Argentina. “Pero todavía no conocemos el Colón”, decía con algunas palabras en inglés y otras en castellano, mientras esperaba su turno para ingresar. “Aprovechamos ahora que se reabrió y esta es la primera función”, decía con entusiasmo. También contaba que tenían planes de ir a ver teatro, próximamente, mientras que las restricciones lo permitan. Una vez adentro, también se podía ver otra escena que se repetía meses atrás. Un brazo que se levanta levemente a tomar una fotografía del escenario todavía inactivo, para registrar una imagen que seguramente terminará en alguna red social, acompañada por una breve leyenda que dé cuenta de ese (nuevo) regreso, al gran coliseo argentino de la lírica. “Volver al Colón”, podría ser un pensamiento que alguien transformará en hashtag. Gran concierto de la Filarmónica de Buenos Aires, con la batuta de Arturo Diemecke, en la reapertura del Teatro Colón (Santiago Filipuzzi/)Puertas adentro se vive de otra manera. “La hora anterior a salir a escena es muy especial en cualquier producción, pero lo es más aún en esta ocasión. Todos, tanto público, como músicos, técnicos, director y cantantes estamos expectantes por recomenzar –decía Guadalupe Barrientos, una de las solistas de este concierto–. Hace más de un año que vivimos como en un momento de pausa previo a lo que debería seguir. En la música lo llamaríamos levare, pero en este caso, eterno. Creo que este concierto es esa primera inercia que vuelve a encender la maquinaria en su todo. Finalmente regresamos a nuestro amado Teatro Colón, con enorme esfuerzo, pero con inmensas ganas. Creo que esta difícil experiencia nos ha llenado el alma de sentimientos mucho más profundos, algunos más difíciles de sobrellevar que otros, pero eso nos llena a los artistas de colores para pintar las almas del mundo”, destacaba la cantante. Una sala gigante que se fue poblando lentamente, aunque, como sucedió durante marzo pasado, pareció despoblada cuando, cerca de las 20, casi todo el público con entradas estaba ubicado. La obra programada para esta noche de reapertura tiene algo que ver con todo esto que está pasando en estos años pandémicos. El título elegido para el primer concierto de 2021 de la Orquesta Filarmónica de Buenos aires, Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra), de Mahler, es un conjunto de seis piezas independientes que, juntas, dan la idea de una sinfonía de seis movimientos. El pentafonismo oriental de la tercera canción y el uso reducido de la orquesta en muchos tramos de la obra, también aportan cierta ambigüedad a ese juego de sensaciones: la grandilocuencia de una sinfonía, aunque, en definitiva, se trate de un puñado de canciones cuya génesis podría ser algo bien pequeño.La enormidad de la sala del Teatro Colón, pero ocupada al treinta por ciento de su aforo, para una velada que se asoma a la música de cámara. De hecho, la versión elegida para interpretar no es sinfónica de gran orgánico sino una orquestación de cámara que realizó Arnold Schönberg, aquí con quince instrumentistas, la ajustada dirección de Diemecke y las participaciones de la mezzosoprano Barrientos y el tenor Gustavo López Manzitti. “El aforo reducido creo que, si bien es algo extraño de ver en una sala que recordamos siempre repleta, no creo que sea más que un permiso a volvernos íntimos –decía Barrientos, en esos minutos previos a la función–. Sobre todo tratándose de un repertorio como La canción de la Tierra, que tiene la peculiar característica de ser una obra sinfónica que no deja de ser una canción y una canción que no deja de ser obra sinfónica. Lo mismo aplica al hablar de la reducción orquestal que realizó Schönberg, que tiene, en cuanto a masa sonora, un carácter totalmente distinto al que plantea Mahler, pero posibilita el ser más íntimos, tanto a los cantantes como a los instrumentistas que en este caso son todos solistas, cosa que no sucede al tocar en la orquesta. Creo que es un concierto imperdible. Es una obra monumental, un canto a la vida, a la vida que nos permite la Tierra, al trascender de nosotros una vez que no estemos más en ella, que mejor que vivirla en intimidad; desde el sonido más pequeño, susurrado al oído, al más grande, ampuloso y vibrante que atraviesa el cuerpo de quien oye”.Concierto de la Filarmónica de Buenos Aires en la reapertura del Teatro Colón, tras las restricciones por la pandemia de covid-19 (Santiago Filipuzzi/)

Fuente: La Nación

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