Hace una década, El diván victoriano (la publicó Fiordo, una editorial independiente argentina) fue la tardía carta de introducción en castellano de la inglesa Marghanita Laski (Manchester, 1915-Londres, 1988). Era una singular historia de corte británico, en la que una mujer, postrada por una enfermedad, pasaba a reposar para cambiar de ambiente en el diván del título. Cuando se despertaba, ya nada resultaba igual.El hijo perdido, de 1949, es unos años anterior a aquella novela de toques fantásticos. A diferencia del espacio acotado de El diván…, acá hay deambular, lo que redunda también en un mayor tranco narrativo. El escenario es la posguerra europea –al momento de la publicación, estrictamente contemporánea–, impregnada todavía por la miseria y el clima remanente de destrucción. Un soldado británico, Hilary Wainwright, retorna al continente con la intención de localizar a un chico extraviado en el corazón de la contienda. Little Boy Lost, el título original en inglés, escamotea lo que la versión traducida –y las primeras líneas de la novela– declaran con El hijo perdido: el aparente vínculo de la criatura con el protagonista. El que busca, como suele ocurrir con las novelas de rastreo, se busca además a sí mismo, y Jean, el chico a encontrar, es también el eco de los huérfanos de la guerra. Menos naïf de lo que parece, la novela de Laski –de fluida prosa británica– tiene una agudeza precursora: su certeza de que todo desastre se ampara en una corrupción social, al borde de la sordidez. Pocos lo dijeron tan bien tan temprano.El hijo perdidoPor Marghanita LaskiNórdica Trad.: Blanca Gago258 páginas, $ 1950

Fuente: La Nación

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