Gran entendedor en las dos materias –el alcohol y la literatura–,  Kingsley Amis dijo alguna vez que para pasar una resaca no había nada mejor que leer Un día en la vida de Iván Denísovich. La novela de Alexandr Solzhenitsyn que transcurría en los campos soviéticos permitía darse cuenta, decía el escritor inglés, que algunos habían pasado por instancias mucho más difíciles de las que les tocarían a uno alguna vez. Los rusos enseñaban, sino a transitar la tragedia con alegría, al menos a evitar caer en la autocompasión.Amis escribió aquello en plena Guerra Fría, con Archipiélago Gulag –otro libro de Solzhenitsyn– a la vuelta de la esquina. Hoy la mayor parte de la literatura de tiempos soviéticos que seguimos leyendo tiene efectos terapéuticos adicionales. Vida y destino, de Vassili Grossman, no deja de transmitir  el peso opresivo de la historia, pero El maestro y Margarita se lee como una reivindicación de la pura literatura. Solo de manera anecdótica recordamos que fue escrita por un autor, Mikhail Bulgákov, que no la pasó mal, sino peor: su antídoto reparador fue imaginar que el diablo bajaba a dar su baile anual a la URSS de Stalin en tono de comedia.A Andréi Platónov (1899-1951) no le fue mucho mejor. Solo la Perestroika levantó el veto contra el escritor, que casi no había podido publicar en vida. En los años noventa se conocieron en castellano La excavación y la extensa Chevengur. Los desfases, injustos y crueles, pueden traer de todas maneras buenas noticias: por ejemplo, que Platónov vuelva a encarnar en nuestro idioma gracias a la reciente aparición de Moscú feliz.La excavación contaba de la enorme hoya que realizaba toda una población para levantar un edificio altísimo que se llamaría “Socialismo”. Chevengur tenía al mando a un pseudoquijote que sobre un caballo llamado Rosa Luxemburgo salía a descubrir en plena guerra civil si el socialismo había surgido de manera natural en algún lugar. Moscú feliz es más urbana: transcurre en la capital rusa, pero el título se lo da la protagonista, Moscú Ivánovna Chestnova, modelo de las primeras heroínas soviéticas juveniles. Salida de un orfanato, se convierte primero en paracaidista y transmite el encanto distante de la revolucionaria de vanguardia. Enamora a todos, antes de que la lógica de la novela le ponga en el camino sus obstáculos.Joseph Brodsky –que la coloca a la altura de James Joyce o Robert Musil– consideraba que la obra de Platónov es la culminación de la narrativa rusa del siglo pasado. La razón es también un problema: su estilo, que hace entrar la lengua en contradicción, resulta intraducible. En sus libros hay médicos, ingenieros, obreros, trabajadoras, todos los  oficios que promueve la nueva sociedad. Los personajes atisban el futuro como un amplio campo de promesas, aunque mirado de cerca todo se vea todavía un poco sórdido. Si Platónov combina la lengua milenarista de Dostoievski , como sostiene Brodsky, con la de los constructores de utopías, y eso no se llega a calibrar en otro idioma, se puede apreciar su originalidad en la sorprendente manera de adjetivar (vertida en esta primera versión castellana por Alejandro Ariel González). También en la forma en que derivan sus escenas  y personajes: la bella y desconcertante Moscú  termina por dejarle el lugar central a sus enamorados.  La inocencia crédula y absurda de los personajes –por mucho que adhieran al mundo soviético– es lo opuesto de lo que la estética oficial  pretendía. Cuando se muestra naturalista, Platónov es por su parte de una ironía magistral: delante de un bello cadáver en la morgue se puede concluir con materialismo que el alma está en realidad en el intestino.En su prólogo a Moscú feliz, Juan Forn anota –citarlo es la mejor manera de homenajearlo a él, que dirigía la colección de Tusquets en que se publicó la novela– que “Platónov dinamitaba la realidad soviética en nombre del ideal soviético; hacía realismo socialista, ciencia-ficción disidente y gran literatura rusa, todo al mismo tiempo”. Tanto después, la mezcla, se podría agregar, no alivia. Produce  en realidad la más boyante y saludable de las resacas.

Fuente: La Nación

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