Hay regularidades y repeticiones que construyen sentido y mandan un mensaje. Por ejemplo, la insistencia con la que la administración de Alberto Fernández y el kirchnerismo en general se alinean detrás de Rusia, China o Venezuela, y también Cuba. Sabemos, cuando el kirchnerismo balconea el mapa global desde el extremo argentino, que el espejo en el que busca reflejarse no es el de un capitalismo hiperdesarrollado, como el de Estados Unidos, o un Estado de bienestar, como el de Canadá. Tampoco un capitalismo “compasivo y progresista”, como se describe a Nueva Zelanda, o un socialismo de modelo nórdico.La cuestión, llamativa y significativa, es la baja o nula densidad democrática de las naciones con las que el kirchnerismo se siente cómodo. Hay un proyecto de nación futura que el kirchnerismo entreteje en esos reflejos internacionales. Parece que no pero sí, hay un futuro de país en el kirchnerismo. Aunque las urgencias que arrinconan al Gobierno y los problemas sin solución que lo rodean borren la idea de futuro, hay una visión cada vez más clara que se dibuja en el horizonte. Sus preferencias internacionales permiten sacar conclusiones.Elecciones en Perú: el gobierno argentino apuesta por la mesura y pide “apostar a la estabilidad democrática”Esa visión de país está hecha de un liderazgo cada vez más fuerte y más personalista, con la política del “yo” enunciada brutalmente: el tono político que cultivan Cristina Fernández y Axel Kicillof lo ejemplifica bien, no así la palabra política de Fernández, que cuando se endurece y apela al “yo” es leída más bien como muestra de impotencia política. Esa visión está hecha de una contraparte necesaria para esa política del “yo”, que es una visión de la ciudadanía obediente y disciplinada ante el poder y de actitud amorosa hacia sus líderes. También está hecha de la falta de transparencia como un momento estructural de la vida política y social. Y, finalmente, del uso político del pasado.Los mojones más recientes de ese juego de reflejos globales quedaron edificados en el escenario local la semana pasada. Por un lado, con el presidente Fernández en el Foro Económico de San Petersburgo, junto a Vladimir Putin, y su crítica renovada al capitalismo global. Y por el otro, con el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y el tono de sus declaraciones, de un personalismo brutal, con el anuncio que hizo en relación con las vacunas: el país elegido por Kicillof para un nuevo contrato es ahora la India, otra democracia que ha entrado en zona de riesgo.De acuerdo con el Varieties Democracy Institute, que mide rigurosamente la calidad de las democracias en el mundo, la India quedó fuera de la categoría “democracia electoral” y cayó a la de “autocracia electoral”. El informe es de este año y se titula “La autocracia se vuelve viral”.El contexto de la pandemia y la diplomacia de vacunas dejó en claro la zona de confort global en la que se mueve el kirchnerismo. La vacuna rusa Sputnik V, la china Sinopharm, la Soberana de Cuba y ahora la Covaxin de la India. Por el contrario, sigue demorando en la Anmat la autorización de la vacuna de Janssen Pharmaceutica, subsidiaria de la empresa Johnson&Johnson de los Estados Unidos. No hay acuerdos todavía para la llegada de esa vacuna y no está claro si podrá ingresar dentro de la donación que hará la administración Biden. El affair Pfizer aporta en este último sentido.Kicillof y la política del “yo”La cuestión no es tanto si la Argentina va necesariamente hacia una venezuelización: la diversidad de la matriz productiva argentina, que no concentra altamente su economía en un sector dominado por el Estado, es una diferencia sustancial con la patria petrolera y el modo en que el Estado bolivariano copó ese sector. La cuestión está más bien en el tono político y social e institucional de la visión de la Argentina futura que persigue el kirchnerismo.Ese tono está hecho de un liderazgo carismático que se permite dejar a un costado el uso del plural, del “nosotros” de la palabra política centrada en la sociedad, y lanzar el narcisismo político a la palestra. Una concepción política que establece una jerarquía entre gobernante y gobernados. Los gobernantes, por encima.“Yo tengo 17 millones de habitantes en la provincia, vacuné 4 millones. Ya vacuné casi a una ciudad de Buenos Aires y media”, sostuvo Kicillof el viernes pasado. No solo está fuera de escala la dimensión de la comparación, sino también el uso brutal del “yo” en boca de un político: detrás de esa enunciación que hace ruido en la tradición del discurso público hay una concepción de la cosa pública y sobre todo en pandemia, cuando el esfuerzo es de la sociedad en su conjunto. Una idea de protagonismo del líder por sobre el protagonismo del pueblo soberano. Una noción de ciertos permisos que el líder se puede dar, por ejemplo, el de la fanfarronería, en medio de una escena angustiante de compromiso y dolor, que es de todos.Otra dimensión de ese personalismo quedó clara cuando el procurador del Tesoro, Carlos Zannini, justificó la vacunación vip como un derecho a “ser protegido por la sociedad”. La naturalización de una concepción del líder político o del miembro del partido como miembro de una clase especial merecedora de privilegios.Pfizer defenderá hoy su postura en una reunión en DiputadosLa contracara de esa expansión egocéntrica del “yo político” es una ciudadanía predispuesta a la entronización de la figura política al rango de héroe, es decir, una ciudadanía dispuesta a ser borrada del “nosotros” y a entregarse amorosa al carisma de su líder. El paisaje de la militancia kirchnerista ofrece esas escenas.El agradecimiento con los dedos en “V” peronista cuando la militancia es vacunada es un ejemplo de la ternura política que define las relaciones de poder entre ciudadanos kirchneristas y sus políticos. En lugar de distancia crítica con el poder y actitud de exigencia, agradecimiento amoroso. En lugar de políticos concebidos como funcionarios que deben rendir cuentas, una ciudadanía subordinada a liderazgos políticos que se admiran.Las expresiones de amor hacia Cristina Kirchner son una constante en las redes kirchneristas. Lo más novedoso es la apelación cada vez más sostenida del mismo tono en la relación entre el kirchnerismo y Kicillof. La creciente centralidad política de su figura encuentra un espejo en esa entronización en ascenso.El anuncio de Kicillof el viernes, bien montado en su “yo” como Putin se monta en su caballo y prometiendo vacunas indias por millones, generó un clima en el oficialismo que Martín Rodríguez Yebra describió bien con una palabra: “embriaguez”. El tuit más claro en ese punto fue el que publicó, y luego borró, la directora del Banco Ciudad Delfina Rossi, hija del ministro de Defensa, Agustín Rossi. “Cuando gobernás una provincia pero gobernás un país. Gracias Kicillof!”, tuiteó, para celebrar los yoístas de Kicillof.El tuit de Rossi sintetizó bien el momento personalista que atraviesa al kirchnerismo y a la ciudadanía ideal que imagina. Por un lado, dejó claro el peso específico que va consolidando cada vez más Kicillof, que opaca el liderazgo de Fernández. Es la cereza de la torta que faltaba en la mil hojas que se cuece en La Plata con las visitas del ministro de Economía, Martín Guzmán, y de los máximos líderes del oficialismo, Máximo Kirchner y Sergio Massa.Por otro lado, el tuit es una evidencia de la idolatría hacia el político y precisamente, del grado de personalismo. El V-Dem Institute define al personalismo político como “el grado en que el líder del gobierno es presentado como alguien con características personales o de liderazgos extraordinarias. El jefe del gobierno puede ser percibido como el padre o madre de la nación, excepcionalmente heroico, moral, piadoso o sabio”. Putin, por ejemplo, está en los niveles más altos de este índice.OpacidadLa falta de transparencia es un sucedáneo natural de una Argentina donde el Gobierno empieza a concebirse como una clase especial que no debe rendir cuentas. Las preguntas sin respuestas que siguen rodeando al “affaire Pfizer” empiezan a convertirse en una muestra estructural inquietante de un funcionamiento por momentos opaco, por momentos oscuro, pero nunca transparente, de una toma de decisiones en las que el oficialismo no se siente obligado a dar datos precisos y la ciudadanía, mientras tanto, le agradece ser vacunada.Esa crítica al capitalismo que Fernández encaró delante de Putin no tuvo en cuenta que el mismo Putin es el líder de una de las versiones más cuestionadas del sistema, “el capitalismo de amigos”, centrado en un capitalismo de Estado que copa los enclaves productivos más rentables con amigos o testaferros del poder político. Una crítica que resuena en el kirchnerismo.La lista del gobernador ganó en Misiones y el kirchnerismo quedó terceroNo se trata entonces solo de una cuestión geopolítica, de cómo la Argentina kirchnerista se posiciona en el concierto de las naciones, y esto es clave: cada puntada internacional que da el oficialismo es un botón de muestra de la visión de país, de la Argentina presente y futura que imagina. Sobre todo, del tipo de sociedad y del estilo de ciudadanía y liderazgo político al que aspira.

Fuente: La Nación

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