El calendario electoral encontró un extraño orden y una singular congruencia. La insustancialidad de la nada. El vacío argumental de una campaña hueca, repleta de estruendo. Fuegos artificiales. En medio de padeceres universales y sufrimientos particulares de los que la mayoría no puede librarse, la política disfruta y construye ilusiones, cuyo cumplimiento resulta imposible de reclamar, a riesgo de autoinculparnos por no lograrlo. El derecho al goce. Así lo llama el oficialismo. “Donde hay una necesidad hay un derecho”. Aunque sea subjetivo, personal, intransferible.La satisfacción puede ser un bien inalcanzable, pero siempre deseable. Mucho para que lo satisfaga la política y demasiado peligroso para que se proponga como política de Estado. Sobre todo el Estado argentino. Mejor no imaginar el Ministerio del Goce. Trabajo para un Sísifo burocrático, obligado a arrastrar la piedra del placer sin jamás alcanzar la cima (ni el clímax). La pandemia alteró las coordenadas. La nueva normalidad lleva el adjetivo que la hace excepcional. Los efectos del Covid-19 se muestran infinitos. ¿También habrá que resignarse a una nueva racionalidad? Mejor no cantar Victoria. Acabemos con esto y vayamos al cuarto oscuro.

Fuente: La Nación

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