Cristina Escobar nació en un pueblito llamado Las Cejas, en Tucumán. Era la más pequeña de tres hermanos y desarrolló una personalidad traviesa, caracterizada por una audacia diferencial. Apenas comenzó a caminar, sus pies solían dibujar piruetas alegres y, cuando las palabras ingresaron a su vida, anunció que sería bailarina, porque lo que más amaba era danzar.Fue a los ocho años que su vida cambió para siempre, aunque sus travesuras y su coraje jamás la abandonaron: “Contraje poliomielitis, sin ninguna esperanza de vida”, revela. “Estuve paralizada completamente, incluidas la laringe y faringe, y permanecí largo tiempo en coma. Al despertar, no entendía qué pasaba con mi cuerpo, mi mente iba a otra velocidad, como disociada, y pensé que sería algo pasajero”.Cristina en la actualidad; a los ocho tuvo polio y como consecuencia quedó cuadripléjica.Cristina quedó cuadripléjica. Los siguientes años transcurrieron desafiantes, pero, ante todo, carcelarios para una mujer de alma libre y personalidad pujante, que un diagnóstico intentaba definir y opacar, sin logarlo ni en los días más negros.Debía encontrar otro camino, se dijo. Tal vez, de alguna forma, en algún lado, podría hallar un presente alineado con su espíritu.Crecer en un taller: “Solo podía mover mis manos; imaginaba que me casaría y tendría una hija que bailaría por mí”Su madre era sastre y tenía un taller de costura. Cristina pasó sus años de infancia y adolescencia observándola, casi inmóvil, con admiración. Solo sus manos podía mover, pero, junto a su mirada aguda, fue suficiente: sin que su progenitora lo supiera, la joven había aprendido el oficio. Entonces se atrevió a bordar (algo que su madre no hacía) y a tejer, pero también a soñar a lo grande: “Imaginaba que me casaría y tendría una hija que bailaría por mí”.Algunas de las creaciones de Cristina. El taller, sin embargo, no era suficiente para su alma audaz. En la adolescencia, entre lecturas, música y paisajes imaginarios, Cristina comenzó a sentir que su querida Argentina le ponía límites crueles, que habitaba en una tierra que no tenía contemplaciones ante seres como ella, con discapacidad.“Mi vida de adolescente la comparo como estar presa en una cárcel. No salía a ningún lado, ¡no por no querer! Nada estaba preparado para una persona en mi condición: ni la arquitectura, ni la sociedad. Todo me exclamaba directa o indirectamente ¡no puedes! Sentía que ese no era mi mundo”.La audacia de luchar por el primer sueño: encontrar el amor y tener hijosAun a pesar de su sensación de ahogo, la atractiva personalidad de Cristina la acercó a uno de sus sueños, que tantos otros creían imposible: encontrar el amor y formar una familia.“Mami, quiero conocer a alguien”, lanzó un día con su característico tono directo y una mirada de quien no acepta un no por respuesta. Su madre, que había sufrido violencia doméstica por años, la observó reticente: “Temía por mí”, explica Cristina. “Me decía que tenía candidatos entre los hombres que venían a hacerse los trajes, que podía noviar, pero no más que eso. Sin embargo, yo quería formar una familia y quería hacerlo con alguien que entendiera mis circunstancias de vida. Ella me decía que, dada mi condición, lo creía imposible”.Cristina y Juan Carlos llevan 43 años de casados.Pero la joven no estaba dispuesta a rendirse sin antes intentarlo, investigó y halló el Centro Mutual de Lisiados Unidos de Tucumán, del cual se hizo socia y en donde formó un hermoso grupo: “Pronto tuve un pretendiente, pero le decía que no seríamos más que amigos. Gracias a él, conocí a quien hoy es mi marido, Juan Carlos, que lo acompañó a visitarme al hospital, cuando me operaron de la columna”, sonríe. “Yo estaba con yeso del cuello a las rodillas, se fue, y les dije a mi hermana y a la señora que me cuidaba: `con ese me voy a casar, me encanta, ¡tiene unos ojos tan lindos!´ Él tenía mayor movilidad y, al comienzo, cuando me invitaba a salir, le decía que no: `Mirá cómo estoy´, a lo que me contestaba: `no importa, te llevo música a tu casa”.Los hermanos, socios estratégicos y responsables de las personas con discapacidadCristina estaba feliz y enamorada, sin embargo, cuando Juan Carlos le solicitó la mano de su hija a su madre, esta se opuso. “Pueden noviar toda la vida, pero casarse no”, les dijo; ella tenía miedo de que él la violentara cuando estuvieran solos. “No sé cuánto durará esta felicidad, mamá: un día, un mes, un año, no sé… pero déjeme vivirla, por favor”, le rogó su hija.Juan Carlos y Cristina, en la actualidad.Los novios se casaron y, al poco tiempo, le dieron la bienvenida a su hija, Alejandra, al mundo: “nuestro ángel”. La audacia de Cristina derribaba mitos sociales: una persona con discapacidad podía vivir y disfrutar del romance en cuerpo y alma. “Mi marido también tuvo polio, aunque con más posibilidades de recuperación. Solía decirle que, si se recuperaba del todo, que no se quede conmigo, ¡qué vuele! Al final volamos juntos para crear otro destino”.Un viaje transformador: “Descubrí que otra vida era posible, Estados Unidos me enseñó a ser independiente”Los sueños de Cristina se estaban cumpliendo, pero había una realidad que no podía negar: a pesar de sus alegrías, el país le seguía poniendo aquellos límites que siempre la habían angustiado, su cuerpo los absorbía, y su salud se deterioraba: “Fue entonces que, con la esperanza de estar un poco mejor, me animé a esa otra fantasía de explorar otras realidades y luché para llegar a este país, Estados Unidos, en el que habito hoy”, cuenta sonriente.Vivir en Texas: “La mayoría de la gente es buena, pero lo malo tiene más prensa”Focalizada en su salud, Cristina realizó los trámites necesarios para conseguir un pasaje donado por el Estado, y recaudó el dinero para viajar por un tiempo indeterminado a Miami, Florida, a fin de realizarse diversos tratamientos. Aquel período se transformó en un año y medio que le cambió la vida para siempre: “Un sueño cumplido, una tierra que me mostró que otra vida era posible y que me enseñó a ser independiente”.Cristina, junto a sus dos hijos.Regresó a la Argentina con otra mirada, como si hubiera abierto los ojos por primera vez. Comprendió que en su tierra las personas con discapacidad permanecían retraídas, al igual que ella lo había estado por años, entonces allí, en su patria, parecía que había menos seres con dificultades similares, aunque no era así. En otras realidades, en cambio, el entorno era amigable, sin las tantas limitaciones que ella había naturalizado; fue por ello que, con el correr del tiempo, entendió que quería vivir allí, donde pudiera andar.“Recuerdo que regresé con una silla eléctrica y mucha felicidad por volver a tener a mis hijos en mis brazos”, sonríe. “Pero después de un día, pude asimilar realmente lo que había dejado atrás y comencé a ver todas las trabas con mayor agudeza. Entonces le conté a mi familia todo lo que había vivido en Estados Unidos y quedaron anonadados: ¡allí podía hacer todo! Subirme a un taxi, a un bus, ir al baño sin problemas… ir sola por la vida”, dice conmovida. “Decidimos ir con mi marido a Miami y quedarnos a vivir allí. Todos me apoyaron y entendieron, `ahí está tu vida´, me dijeron, ese era un lugar en el mundo que coincidía con mis sueños y mi forma de ser”.Cristina, Juan Carlos y su hija Alejandra. El matrimonio suele realizar numerosos paseos junto a sus hijos y sus nietos.La mudanza definitiva: “Aun sin estatus de ciudadano, en Miami me sentía más libre”El arribo a Miami fue especial para toda la familia. Cristina volvía a reencontrarse con aquel lugar donde se había sentido bienvenida, mientras que su marido atravesaba el impacto de la novedad: todo resultaba asombroso, en especial por el contraste entre su pueblito y una ciudad; entre aquello que parecía quedado en el tiempo y la modernidad.Apenas contaban con 40 dólares, una deuda de pasajes y visa de turista, aunque poseían con una enorme ventaja: la red de contactos que Cristina había logrado construir en su visita previa y que, de inmediato, los ayudó a conseguir empleo: “Sacamos el seguro social, accedimos a ese número, y mi marido comenzó a trabajar día y noche; yo, al comienzo, me desempeñaba ocasionalmente como manicurista. Los papeles los conseguimos después de 25 años, gracias a nuestra hija, que se casó con un norteamericano. No fue un camino fácil, pero nunca nos dimos por vencidos; mi marido a veces quería volver, pero yo me oponía: aun sin estatus de ciudadano, en Miami me sentía más libre”.Cristina logró formar una familia muy numerosa.“En relación a las costumbres, no cambiamos ninguna. Seguimos tomando mate y preparando las mismas comidas. Lo que sí modificamos fue el horario de los chicos; y, a medida que pasaron los años y fueron creciendo, ellos incorporaron muchas actividades, lo que me permitió hacer cosas que antes parecían imposibles”, asegura Cristina, quien es madre de dos hijos ya adultos, una mujer y un varón.Trabajar, crecer y alcanzar nuevas metas: “Sabía que no viviría encerrada en un taller”Con más tiempo en sus manos y aquel universo que percibía lleno de posibilidades, el espíritu pujante de Cristina emergió con fuerzas renovadas. Primero trabajó en una fábrica y, a la par, comenzó a desarrollar sus habilidades en el rubro de la sastrería: “Hacía alteraciones para diversos vestuarios y comencé a enseñar bordado. A la par, hacía lo que cualquier madre hace: llevaba a mis hijos al colegio, al médico, iba a las reuniones escolares, todo siempre en un marco de respeto increíble, ¡otro mundo!”Su hija, Alejandra, junto a su marido estadounidense. Ella cumplió el sueño de Cristina de bailar y fue su inspiración para escribir su libro “El compañero de baile” (Cristina Escobar, Amazon).A medida que los años fueron pasando, los esfuerzos de Cristina rindieron sus frutos: en varias ocasiones fue parte del equipo que confeccionó el vestuario para American Idol, y algunas reconocidas diseñadoras locales la empezaron a contratar, lo que la llevó a formar parte de desfiles inolvidables y alcanzar metas con las que ni había soñado: “Fueron experiencias indescriptibles”, se emociona la argentina, quien posee su empresa, Cristina’s Custom Fashion. “Yo no pude estudiar en la Argentina, quería, pero mamá deseaba que me quedara a ayudarla y decía que en mi condición sería imposible. Pero yo sabía que mi vida no era eso, y que no viviría encerrada en un taller. Finalmente, ¡acá también enseño!, imparto clases de costura y manejo de máquinas de coser Singer, desde las más simples hasta las más complejas. Hice hasta séptimo grado, pero no me dejé vencer”.”Hice hasta séptimo grado, pero no me dejé vencer”, dice Cristina.Volver a la Argentina y los aprendizajes: “Hay como 40 años de retraso y volví a sentir cómo vive allí una persona con discapacidad”Cristina regresó a la Argentina una sola vez, 25 años después de su partida. Su madre solía viajar seguido a Estados Unidos, por lo que nunca sintió la necesidad de volver. Pero con el tiempo enfermó y ya no pudo volar.“Decidí quedarme por un largo período en un hotel, no quería molestar a nadie. Tuve siete días de alegría por volver a ver a toda mi familia, pero después fue terrible”, confiesa Cristina. “Los ascensores allí suelen ser pequeñísimos, apenas se puede entrar con silla eléctrica; los baños también son incómodos, en muchos lugares de la ciudad no hay siquiera baños para personas con discapacidad. No pude pasear por el Parque 9 de Julio, ya que no hay rampas; sentía que en la ciudad había explotado una bomba: se veía todo viejo, sin mantenimiento”.“En aquel viaje entendí, finalmente, que en Argentina hay como 40 años de retraso y volví a sentir cómo vive allí una persona con discapacidad. Solo quería volver a mi casa y ducharme e ir a mi gusto al baño, cosa que parece sencilla, pero que muy importante, simplemente lo damos por sentado. Allí, limitada como en mi juventud, entendí que había aprendido lo que es sentir libertad”, asegura Cristina, quien hace 33 años vive en Miami.“Lo único que hace falta es tener una mente, nuestra arma fundamental. No es necesario tener un físico: hay que pensar, hay que ser decidido, audaz. (…) No lanzarse a luchar por lo que se desea, yo lo llamo cobardía”.“Finalmente, mi hija baila, desarrolló esa misma pasión que yo tenía de niña”, cuenta con una gran sonrisa. “Los sueños se cumplen. Lo que te gusta hay que hacerlo. Estando en silla de ruedas nada me detuvo, me hizo más luchadora, aunque por supuesto no es fácil; pero darse por vencido, no luchar por los sueños, es no vivir. Rendirse es morir, y yo tengo vida todavía”, reflexiona.“Lo único que hace falta es tener una mente, nuestra arma fundamental. No es necesario tener un físico: hay que pensar, hay que ser decidido, audaz. Nada se cumple de inmediato, pero con tenacidad se llega. Habrá muchas piedras en el camino, pero, ¿quién te quita no haberlo intentado? No lanzarse a luchar por lo que se desea, yo lo llamo cobardía”.*Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, NO LOS PROTAGONISTAS. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

Fuente: La Nación

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