WASHINGTON.- A principios de junio, Estados Unidos aparecía al frente de la vacunación global contra el coronavirus, por delante de los países desarrollados, salvo de Israel. Ahora aparece relegado, detrás del resto de los socios del G-7 y otras naciones europeas como Portugal, España, Dinamarca, Noruega o Bélgica. El motivo: unos 80 millones de norteamericanos díscolos, que aún se niegan a recibir el pinchazo. La consecuencia ha sido un brutal repunte de las muertes por Covid-19, que ha llevado al gobierno de Joe Biden a librar la última batalla cultural de la pandemia: obligar a la gente a vacunarse, una movida que, para los republicanos, es una afrenta tiránica a la libertad.Luego de un auspicioso arranque, la campaña de vacunación contra el coronavirus se estancó en Estados Unidos, y el gobierno de Biden ha sido incapaz hasta el momento de recuperar el impulso inicial. Apenas un 54% de la población completó la vacunación, un porcentaje que apenas se ha movido en las últimas semanas, y no porque falten vacunas –como ocurre en la gran mayoría de los países en desarrollo– o porque sea difícil encontrarlas, sino porque millones de norteamericanos las repudian.Chile reabre las fronteras a todos los países a partir de octubreLa terca resistencia de los antivacunas llevó al gobierno de Biden a comenzar a implementar obligatoriedad –una palabra maldita para la derecha norteamericana– por decreto para forzarlos a inmunizarse, una estrategia que ya se aplicó con éxito en Europa. Biden ya anunció que todos los empleados del gobierno federal y de los contratistas deberán recibir la vacuna contra el coronavirus para poder ir a trabajar, y la Casa Blanca evalúa ampliar esa exigencia para cualquier persona que quiera viajar en avión.La ofensiva para completar la campaña de vacunación responde a una dramática urgencia por frenar el avance de la variante delta del coronavirus, que está haciendo estragos en el país. Las muertes y los casos de Covid-19 en Estados Unidos han vuelto a subir a niveles que no se veían desde el último invierno boreal, cuando casi nadie había recibido aún una vacuna. Las hospitalizaciones de chicos contagiados llegaron en las últimas semanas a su mayor nivel desde que comenzó la pandemia.“Pandemia política”Biden culpó por esta realidad a “una distintiva minoría de norteamericanos, respaldados por una distintiva minoría de funcionarios” que le impedían al país “dar vuelta la esquina”.Covid-19 en América del Sur: lo que se sabe de la abrupta caída de casos de coronavirus en la región“Esta pandemia política está enfermando a la gente, llevando a la muerte a las personas que no están vacunadas”, espetó el mandatario. “Hemos sido pacientes. Pero nuestra paciencia se está agotando, y su rechazo nos ha costado a todos “, dijo Biden, visiblemente frustrado.Biden prepara su próximo paso para darle un nuevo impulso a la campaña de vacunación Pero la imposición de los primeros requerimientos de vacunación desató un fuerte rechazo entre los republicanos más conservadores, quienes ven en la medida una injerencia inaceptable del gobierno federal en la vida de la gente. Un ataque a la libertad individual, y un obstáculo inexistente en otras latitudes donde la gente es más flexible a la intervención estatal, en particular respecto de la salud pública.La oposición acusó además al gobierno de Biden de poner en marcha la jugada para intentar tapar el desastroso repliegue de Afganistán.La movida de Biden abrió así la batalla cultural final de la pandemia, que ya había provocado feroces peleas por las órdenes de los gobiernos estatales y locales de usar barbijo, o la apertura de escuelas, bares, cines y restaurantes.Los republicanos rechazan el requisito de vacunación porque lo consideran un avasallamamiento a una decisión personal de cada norteamericano sobre su salud. La mayoría de los norteamericanos respalda un requisito de vacunación, según una encuesta de la Universidad Monmouth. Los demócratas, más proclives a desplegar el músculo estatal, respaldan el mandato a vacunarse en aras de la salud pública, y la necesidad de frenar el avance de la variante delta.La cara del rechazo republicano la aportaron los gobernadores del sur. El gobernador de Mississippi, Tate Reeves, fue uno de los más frontales: dijo que el requisito de vacunación era inconstitucional y una movida “tiránica”. Mississippi es uno de los estados más republicanos del país, uno de los estados con menor porcentaje de la población totalmente vacunada, y uno de los estados que registró en las últimas semanas su mayor cantidad de muertes diarias por coronavirus.El gobernador de Florida, Ron De Santis, un presidenciable que siempre ha estado en las antípodas de los demócratas respecto de la estrategia para combatir la pandemia, amenazó con imponer una multa de 5000 dólares por cada trabajador forzado a vacunarse.“Vamos a defender a los hombres y mujeres que están trabajando por nosotros. Vamos a proteger los trabajos de Florida. No vamos a permitir que se despida a la gente debido a una obligatoriedad de la vacuna”, dijo DeSantis. “No se descarta simplemente a las personas que han estado sirviendo fielmente sobre este tema, sobre lo que básicamente es una decisión personal sobre su salud personal”, justificó.Biden no cedió: “Para estos gobernadores republicanos, no se trata de salud pública, de la salud de la gente; se trata de política”, respondió, ayer, en California.

Fuente: La Nación

Comparte este artículo en: