Cada año, para su cumpleaños, Philip Stephens hace dos fiestas, una con sus amigos australianos y una con sus amigos argentinos. Pese a su edad, 62 años, y a su condición física -quedó en silla de ruedas a los 18 tras un accidente-, este australiano se considera parte de la comunidad de viajeros argentinos instalados en Manly, la ciudad balnearia en donde vive, ubicada a las afueras de Sydney. Actualmente, alquila algunas habitaciones de su casa a parejas y viajeros argentinos, y ya hace años que solo contrata a jóvenes de esta misma nacionalidad para que lo ayuden a transportarse durante el día y lo acompañen, de vez en cuando, a hacer lo que más disfruta: viajar por el mundo.En el último tiempo, junto a Emiliano “Choco” Bisson y Marcos Peluffo, dos jóvenes que trabajaron como sus cuidadores, ha viajado a Egipto, Grecia y Perú. Su gran hito, destaca con fascinación durante una entrevista con LA NACION, fue lograr hacer cubre en Machu Picchu, una odisea que hoy describe como “increíblemente demandante”, “peligrosa “y “agotadora”, pero, a la vez, la mayor aventura de su vida.junto a Bisson y Peluffo, Stephens conoció las pirámides de Egipto, uno de sus grandes sueños-¿Por qué solo argentinos?-Hasta 2011, solo contrataba australianos. Después, empecé a tener personas de todas las nacionalidades, holandeses, alemanes, de todos lados. Una vez que me quedé sin cuidador, vi una solicitud laboral de un argentino, Santi, en una página web que conecta a empleados y empleadores. Su inglés era muy bueno y nos llevamos increíblemente bien, así que lo contraté. Hizo muy bien el trabajo, era muy amigable y empático. Él me presentó a un amigo de él, que también empezó a trabajar conmigo, y ellos me presentaron a todo su grupo de argentinos en Manly. Cuando se volvieron a la Argentina, le pasaron el trabajo a otros dos amigos. Y así, ya tuve a varias camadas de argentinos.Al principio, a Stephens le impresionaba la facilidad para entrar en confianza y la espontaneidad para congregarse que, según él, caracteriza a estos jóvenes sudamericanos. “Un día, estaba en mi casa haciendo un asado con mis amigos australianos, y Santi me pregunta: ¿puedo invitar a un par de amigos? Y yo le dije que sí, que no había problema. En Australia, cuando decís ‘un par de amigos’ te referís a dos, tres, como mucho cuatro. ¡Él invitó a unas 15 personas!”, recuerda, entre risas, por teléfono. Hoy, dice ya haberse acostumbrado a este tipo de situaciones, y dice que la espontaneidad es uno de los aspectos que más le gusta de sus amigos americanos.Stephens suele reunirse con su grupo de amigos viajeros: la comunidad argentina en Manly es un grupo que acostumbra a despedir miembros e incorporar nuevos constantemente“Trabajo para viajar”Stephens, contador recientemente retirado, dedica su vida a viajar. Esta pasión comenzó a sus 24 años, cuando conoció junto a unos amigos las ruinas de Chichén Itzá, en México. Fue el conocimiento de las civilizaciones antiguas y su arquitectura lo que más lo maravilló. “Ahí descubrí que lo mejor de viajar es conocer lugares increíbles, conocer a los locales y entender su cultura”, cuenta, desde su casa. En su ciudad, ya son las 20. En Argentina, todavía son las 7.En ese entonces, el joven australiano recién empezaba a trabajar y comenzaba a dejar atrás una etapa muy complicada de su vida: la aceptación de su accidente y de su discapacidad física. A los 18, durante sus vacaciones posteriores al fin de la secundaria, Stevens saltó al mar desde una roca y se golpeó el cuello contra el fondo. “No tenía idea de lo mal que iba a terminar, todo fue una gran sorpresa. Al principio, no sabía que no iba a poder caminar nunca más. Y cuando finalmente lo supe, me enteré de que, además, casi no iba a poder usar mis brazos y manos. Fue un proceso de aceptación muy lento y difícil”, recuerda. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Philip Stephens (@philiponwheels) Stephens pasó seis meses en el hospital y otros seis internado en su casa. Cuando terminó el tratamiento, finalmente pudo comenzar la universidad, donde estudió Finanzas. “Haber podido estudiar y conseguir un buen trabajo es lo que me permite viajar -afirma-. Trabajo para viajar”.La mayor locura: subir a Machu Picchu alzadoEn los últimos años, ha visitado distintos lugares donde pudo contemplar los restos arquitectónicos de civilizaciones antiguas. Él destaca las pirámides de Egipto y los templos griegos. Pero, sin lugar a dudas, su mayor orgullo fue haber podido ver con sus propios ojos, y a 3.082 metros de altura, la antigua ciudad inca de Machu Picchu. Aquella aventura no habría sido posible sin la ayuda y el esfuerzo físico de Peluffo y Bisson, los dos jóvenes argentinos que lo cuidaban en ese momento y a quienes hoy sigue considerando unos de sus mejores amigos.Stephens tiene una cuenta de Instagram llamada @philiponwheels donde publica fotos de sus aventuras por el mundo-¿Cómo surgió la idea de hacer cumbre en silla de ruedas?-Un muy amigo mío australiano había subido a Machu Picchu y, al volver, me había dicho: ‘Tenés que ir’. Un día se lo comenté a Choco, y él me dijo ‘hagámoslo’. Yo le dije que estaba loco, que era imposible subir en silla de ruedas tantas millones de escaleras. Pero él insistió que podíamos hacerlo. Su entusiasmo me convenció. Cuando llegamos a Cusco, lo único que sabíamos era que íbamos a subir a Machu Picchu. No teníamos idea de cómo lo íbamos a hacer, pero estábamos seguros de que lo íbamos a lograr -se ríe-.Antes de salir, cuando conocieron a su guía, Víctor, definieron la estrategia de subida: “Choco” iba a llevar sobre su espalda a su amigo australiano y Marcos iba a caminar detrás de él para asegurarse de que ninguno se cayera. En tanto, Victor cargaría la silla de ruedas cerrada y la abriría cada vez que hubiera una superficie plana.Stephens sigue en contacto con sus cuidadores y amigos argentinos que se han vuelto a su país de origen; a algunos de ellos, los sigue considerando mejores amigos“Funcionó. A los 15 minutos, ya nos habíamos convertido en una máquina muy aceitada”, recuerda Stevens. Fueron tres horas y media de subida y tres horas y media de bajada, un desafío físico “increíblemente demandante”, especialmente para Bisson, destaca Stephens.“No fue hasta que vi el camino desde arriba que me di cuenta lo difícil que había sido la subida. Y la bajada fue aún peor. Cuando subís, podés ver dónde pisas. Pero cuando bajás alzando a alguien, no podés ver los escalones. Entonces Marcos iba adelante y decía: ‘escalón grande, escalón chico’. Ahí me di cuenta lo peligroso que era lo que estábamos haciendo”, recuerda el australiano.Pese a estar todo el día rodeado de argentinos que toman mate, al australiano no le gusta esta bebida; por otra aparte, le encanta el vino argentinoPese al sacrificio, los tres viajeros consideran que la subida valió la pena. “Cuando llegás a la cima, de repente lo ves, enfrente tuyo. Y pensás: ¿cómo hicieron para armarlo?, ¿cómo llevaron las rocas hasta ahí? Es un misterio. Fue una experiencia increíble. Volvimos al hotel, nos sentamos y nos quedamos mirándonos entre los tres. En un momento, Marcos dijo: ‘están muy cansados para hablar, ¿no?’. ‘Si’, le respondimos. Fue lo único que pudimos responder”.El viaje a Argentina y el mateEl año pasado, Stephens escribió, con la ayuda de una periodista, un libro autobiográfico llamado “My Lucky Break” -el título hace referencia a la ruptura de cuello que lo dejó cuadripléjico-. Allí cuenta todas sus aventuras, los desafíos que debió enfrentar a lo largo de su vida y las razones por las que se considera una persona “suertuda”. “Tuve mucha suerte de haber podido estudiar, de poder viajar. Tengo la suerte de haber tenido una madre que siempre me apoyó en todo lo que quise hacer, que nunca me dijo ‘no vas a poder hacerlo’; de haber visto el anuncio laboral del primer argentino, de haber hecho los amigos que hice.En su primer y único viaje a la Argentina, Stephens visitó a sus amigos argentinos y conoció Buenos Aires e Iguazú-En todos estos años tratando con argentinos, ¿aprendió algo de ellos?-Muchísimo. Ahora lloro mucho más, soy mucho más emocional. Ustedes comparten sus sentimientos de una manera mucho más abierta que los australianos. Aprendí a no estar sorprendido cuando viene un chico y me da un gran abrazo y quizás un beso. Al principio, eso me resultaba muy raro, pero ahora me doy cuenta de que está bueno. Me encanta lo cariñosos e inclusivos que son los argentinos.-¿Tiene algún viaje pendiente?-Por la pandemia, me quedó un viaje pendiente a Francia, donde vive mi primo, y uno a la Argentina. Quiero conocer la Patagonia, la ruta del vino y visitar a mis amigos. Me interesa entender mejor de qué hablan ellos cuando hablan de su hogar. Después iré a Uruguay. Muchos de mis amigos argentinos se mudaron para allá, así que voy a ir a visitarlos y a conocer a todos sus bebés y a sus parejas. Muchos bebés estuvieron naciendo en este último tiempo, lo cual es increíble.El libro “My lucky break” estará disponible en Amazon en breve; algunos de sus amigos argentinos venden algunas copias en Buenos Aires

Fuente: La Nación

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