La última semana de mayo trajo de golpe, como un síntoma estacional del otoño acaso agravado por el semiconfinamiento, un rebrote del rock argentino de su etapa de expansión masiva, entre el accidente promocional de Malvinas (un movimiento disidente habilitado a ocupar las ondas de radio solo por no cantar en inglés) y el fulminante éxito del Fito Páez glamoroso de El Amor después del amor de 1992. El martes una radiante Hilda Lizarazu (Curuzú Cuatiá, 1963) provocó una avalancha de tuits afectuosos que seguían en directo su presentación en Los Mammones, el programa del polifacético Jey Mammon, quien está llamado a llenar en la teve de aire (¡que anacronismo!) un lugar entre Badía (& co), el Soldán de Grandes Valores del Tango y el show del músico inglés Jools Holland, pianista como él. Con su guitarra acústica colgada, Hilda regaló una versión impecable de una canción que cumple treinta años: “Sola en los Bares”. La había grabado con su grupo Man Ray (su proyecto para independizarse de Los Twist y Charly García) en 1991 cuando los 80 todavía no se habían ido del todo (lo harían un año después) y perfilaba a una transexual, cuando nadie se arrogaba la etiqueta queer, en su estribillo: “Sola en los bares, no era hombre ni mujer”. Siguiendo los tuits (¿los twist?) escritos mientras ella cantaba el efecto era aquel del poderoso mantra del fogón: “Una que sepamos todos”. Resultó que todos (al menos muchísimos) la recordaban en su calidez de pop jazzeado (Everything But The Girl) y el swing con el que las palabras se enhebraban. Justo lo que Mc Luhan pedía para la TV: que fuera el fuego primordial que había reunido a la tribu ágrafa. Cincuenta años después de sus aforismos tecno el medio parece conservar una mínima brasa en el cancionero del rock de esos años que mantiene su lugar de lingua franca: es eso lo que lo ha vuelto sucedáneo del tango y no otra cosa. Hilda, of course, es una de sus grandes valores.******Tan solo un día después, en su interesante cuenta de Instagram (donde dispone especies porteñas en vías de extinción con ojos de curadora) la fotógrafa Inés Ulanovsky publicó los contactos de un rollo blanco y negro revelado en sus días amateur. Escribió al pie de la imagen: “Era 1992 y se presentaba El amor después del amor en el Gran Rex. Yo tenía 15 y estudiaba fotografía. Una amiga de mi papá me consiguió una credencial de fotógrafa y no lo podía creer. Fui temprano a la calle Uruguay a comprar rollos blanco y negro y me quedé esperando que se hiciera la hora del show. Entré sin problemas y me acerqué a la fila 1 siguiendo a los fotógrafos de verdad. Nos daban 2 temas para sacar fotos así que había que apurarse. Yo que no sabía si sacar fotos o cantar o todo al mismo tiempo, trataba de administrar esos 36 fotogramas para no perderme nada. En un momento Fito se acerca mucho a mí (ME MIRA Y ME SONRÍE) y se queda unos segundos así para que yo le saque unas fotos. Con la sorpresa y la emoción de fan disparé sin saber que estaba haciendo…En ese momento me di cuenta pero guardaba la leve ilusión de haber clavado el foco en él.Llegué a mi casa y ahí nomás revelé el rollo que confirmó ese fuera de foco fatal. Hoy leí que ese disco cumple 29 años y además de no poder creerlo todavía me duele no haber hecho foco ese día”. El de la joven Ulanovsky bien pudo resultar un prematuro ejercicio involuntario de fotoarte: ese primer plano defectuoso que marcó con rojo invisibilizaba a Paéz en su momento más visible, cuando todos y TODO hacían foco en él y su álbum récord. Sí, también el sufrimiento de escuchar su “All you need is love” convertido en mandato cuando las novias que se iban de vacaciones a Brasil volvían con un “Ya fue” (lo que hoy se traduciría en un visto de whats app). Pero bueno, las grabaciones encontradas de Andrés Calamaro trajeron pronto el antídoto: “No se puede vivir del amor”.******En el libro Antología del Rock Argentino, la historia detrás de cada canción Lizarazu le había contado a Maitena Aboitiz que la idea de la canción le sobrevino como una foto perfecta cuando, desde la ventanilla de un colectivo, atisbó el perfil de una travesti con gesto melancólico. La metáfora no era tan: Lizarazu había empezado a ganarse la vida como fotógrafa en los primeros 80 y el nombre de la banda con la que grabó esta indeleble canción pop es el mismo de Emmanuel Radnitzky (1890-1976) o Man Ray como lo conocieron en París dadaístas y surrealistas, vanguardias a las que incorporó el registro único de la fotografía. El foco perfecto, profesional, de Hilda para convertir una imagen efímera en canción y el otro, afectado por un desborde de fan, artístico sin querer, de Inés algo le deben claro al sur, sur, del Caribe.

Fuente: La Nación

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