En la sociedad y en la actualidad que nos toca vivir, el término valor adopta significados diversos.Casi cotidianamente se habla, se escucha, se escribe y se opina del valor de las cosas y objetos, de los alimentos, del peso y su devaluación, del conocimiento y, tristemente también, solemos incluir en esta bolsa de valores al preciado sujeto.Pareciese que hay sujetos, seres humanos racionales y emocionales, que expuestos en una góndola exhiben distintos valores. Todo depende si la generosa o esquiva fortuna nos coloca en una costosa vidriera o detrás de un vidrio empañado y poco cristalino.Y, casi sin querer, crecemos y naturalizamos desde pequeños que los ídolos han sido beneficiados en el reparto que la vida ha hecho con ellos. Ídolo, héroe y campeón se pronuncian a menudo al finalizar una competencia deportiva, una soberbia actuación y, antaño, cuando las figuritas repetidas nos obligaban a intercambiarlas a fin de conseguir la “figura” que nos asegurase el botín del álbum completo.Elijo a la persona valiosa que, sin estar en la vidriera vistosa, resiste de pie junto a los valores genuinos; ésos que se arraigan con los años porque nos los inculcaron e inocularon desde pequeños.Quiero seguir creyendo en la familia como núcleo primario y pido respeto por las instituciones públicas, políticas y religiosas de mi país. Me niego a que pocos o muchos transformen a mi patria en una patria sin valores, sin horizonte ni ilusión.Prefiero llamar héroe al veterano de guerra que, cuando desfila para celebrar nuestra Independencia, se le notan las secuelas que en él obró la guerra.Decreto que los médicos, auxiliares de la salud, honesto personal de seguridad y buenos docentes sean llamados campeones. Deben ganar, nada más ni nada menos, la batalla a favor de la vida y de la mal tratada educación.Ídolos, se lo dejo para mis padres. No seré vistosa, pero seré valiosa.

Fuente: La Nación

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