A pesar de la cultura somos esencialmente atávicos. En miles y miles de años los humanos de todas las razas sepultaron a sus muertos. Y el hacerlo bajo túmulos de piedra era absolutamente común allí donde era posible.Fruto de una lógica prehistórica, simple, previa a la del monumento, la de proteger los restos de los carroñeros que venían a arrebatar el último resabio de dignidad de los cuerpos y así preservarlos en lo físico y en la memoria de ese monumento que se volvía intocable.Hoy ese instinto básico renace espontáneamente en esas piedras que representan muchas de ellas víctimas innecesarias de la inoperancia o de la ideología.El brutal simbolismo que veo es el impulso atávico de defender nuestros muertos de Morrigan, la diosa de la muerte y la destrucción que enviaba a sus cuervos a los campos de batalla a alimentarse de los muertos. Todos sus acólitos son eso, cuervos voraces de nuestras instituciones, de nuestros bienes, y de nuestras vidas, solo peones en sus macabros juegos.Solo puedo imaginar un destino para estas piedras, un gran túmulo, tumba gigante con todas ellas pegadas con sus nombres grabados, memoria perpetua, ancestral.
Fuente: La Nación