Iara tiene unos 13 años. Está al borde de una adolescencia que, de momento, se esconde tras el desaliño, las remeras holgadas, unas bermudas curtidas de tanto ayudar al abuelo en el diario trajín con un bote que mira al Paraná. Son paraguayos y ella también mira al río: allá lejos, del otro lado de las aguas en las que suele chapotear junto al bote de su abuelo, está la Argentina. Y más allá aún, el Río de la Plata, la ciudad de Buenos Aires. El lugar adonde hace un tiempo viajó su madre, a la que extraña y llora en secreto cada noche, cada día.Iara y Atilio, su abuelo, emprenderán un viaje hacia aquel territorio que de algún modo se apoderó de la madre de una, la hija del otro. Iara quiere ver a su mamá. Atilio quiere traerse a Paraguay el bebé que –así acaban de enterarse por una carta– crece en el vientre de su hija. Un nieto, al fin un varón al que transmitirle los saberes de la pesca en esta familia, la suya, en la que todas terminaron siendo mujeres.Iara y Atilio viajan literalmente con lo puesto. Primero en bote, luego en micro, muchas veces caminando. Discuten, se enervan mutuamente, se aman. Ella oficia de traductora, no porque su abuelo no entienda el castellano, sino porque, atrincherado en el guaraní, se niega rotundamente a hablar cualquier otra lengua. Atilio es terco y desesperante. También es adorable.La película se llama Guaraní, la dirigió Luis Zorraquín, y es una de las joyas que se presentaron en el Ciclo de cine de colectividades que, durante los últimos dos fines de semana, liberó en streaming películas de realizadores argentinos, palestinos, armenios y brasileños, todas ellas dedicadas a contar historias de cruces culturales, territoriales, generacionales. Porque qué, sino una tremenda interacción entre todos estos aspectos, es la historia de cualquier comunidad migrante.En lo que a mí respecta, el ciclo no solo me permitió descubrir bellezas como la película de Zorraquín, sino también conocer al colectivo que organizó la experiencia. Se llama Noches de Alfombra y es un equipo de gente muy joven que, en el marco de la Asociación Cultural Armenia, organiza diversas experiencias culturales. La proyección de películas es una de ellas, y ante las restricciones impuestas por la pandemia, trasladaron al espacio digital lo que en otro momento eran encuentros con una sola pantalla, un espacio tangible y unos cuantos cuerpos presentes.Entre las películas elegidas esta vez, además de Guaraní, se pudieron ver la coproducción brasileño-armenia Armenian Rhapsody, la película palestina Invitación de boda, la mexicana Leona, la armenio-iraní Apricot Groves y la argentino-coreana Mi último fracaso.Son ficciones y documentales que indagan en lo hondo de la mixtura cultural. Hablan de lo que pasa cuando se encuentran personas de orígenes diferentes, pero también de lo que ocurre cuando a esos encuentros –o conflictos o desencuentros– se les entrevera lo generacional, el género, lo cultural, lo religioso. La interacción entre comunidades no es simplemente una cuestión de geografías distantes; es algo que involucra infinidad de otras diferencias.Mientras miraba las películas seleccionadas por Noches de alfombra, se me aparecían una y otra vez las palabras del escritor franco libanés Amin Maalouf. En el ensayo Las identidades asesinas, Maalouf cuestiona el endiosamiento actual de la idea de “identidad” e invita a incursionar en la idea de la mezcla. Se remite a su propia experiencia en tanto descendiente de libaneses, egipcios, católicos, musulmanes. Afirma, risueño, que cuando está en un país árabe es cristiano y cuando está en Occidente es árabe: su identidad no es unívoca, está hecha de lo que sus ancestros le legaron, de lo que él buscó por su cuenta, de lo que su época a su vez, le impuso. No existen las identidades puras; toda cultura es mestiza, dicen Maalouf y las películas de un ciclo que ojalá tenga pronta continuación.

Fuente: La Nación

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