Era una noche helada de pleno invierno en la Patagonia cuando sonó la sirena de los bomberos voluntarios y Benjamín Reynal se subió al auto para arribar lo más rápido posible al cuartel. Tomó la ruta 82 y a mitad de camino, al llegar a la zona del lago Gutiérrez, se encontró con una escena que al volver a contarla, muchos años después, todavía le comprime el pecho y hace que la voz le empiece a salir entrecortada. Como conteniendo el llanto. Recuerda que en el trayecto divisó, en la noche cerrada, a un patrullero y varios policías detenidos al lado de la ruta. Era el lugar del accidente. Estacionó y bajó del auto, sabiendo que solo, sin compañeros y sin equipamiento, la ayuda que pudiera prestar iba a ser acotada pero, al menos, iba a poder aportar información más precisa estando ubicado en el lugar. Se acercó al borde de la ruta, que forma una caída de dos metros hacia una playa de piedras, y allí los vio: un niño pequeño acostado al lado del auto volcado, a unos metros una mujer mayor gritaba de dolor y al lado del cuerpo del niño un señor, también mayor, arrodillado y llorando desconsolado. Por el hielo que cubría el asfalto, el auto había patinado y caído en picada.El camión de rescate de los bomberos de Melipal. (Gentileza/)Por un segundo Benjamín se sintió desnudo y solo ante la adversidad que tenía frente a él. Como una epifanía, de pronto vio, palpable, la fragilidad de la existencia.Pero enseguida llegó Diego, otro bombero voluntario en la misma circunstancia: le quedaba de camino llegar a la zona antes que al cuartel. Diego tiene mucha experiencia y, además, es enfermero. Eso lo alivió. Mientras la policía frenaba el tráfico para que no ocurriera otro accidente, uno de ellos se dirigió a ver al niño, para notar que estaba completamente quieto, y el otro, a la mujer que seguía tirada a la orilla del lago sin poder moverse. Se había fracturado el fémur y al acercarse Benjamín pudo interrumpir su gritos de angustia para pedir que asistieran al nene. No era momento de decirle lo que, con un meneo de cabeza, su compañero le estaba avisando; no podía informarle que el nieto por el que ella reclamaba había muerto.Cuando, en pocos minutos, arribó el camión de rescate con el resto de los compañeros Benjamín sintió una inyección de energía, de pronto le volvía la confianza de poder hacer lo necesario para aliviar tanto dolor. No era poca la asistencia que había podido brindar hasta el momento, pero en conjunto, como un cuerpo ágil y entrenado para decidir y actuar en la emergencia, los bomberos trabajan mejor. “Es increíble cómo necesitás que llegue el resto de tus compañeros, con ellos respirás más aliviado”, expresa Benjamín. “En situaciones así te das cuenta lo que es el espíritu de bombero y la importancia de estar siempre presentes.”, completa.El cuerpo y la mente en acciónBomberos voluntarios del cuartel de Melipal en plena acción. (Gentileza/)Reynal es presidente de la central eléctrica Energías del Sur en Comodoro Rivadavia, y al mismo tiempo, integra el cuartel de bomberos voluntarios de Melipal, la jurisdicción que habita, en Bariloche. También es escritor y publicó el libro Contra el fuego (Editorial Planeta, 2019) en el que narra historias de vida de otros bomberos, de médicos emergentólogos, socorristas y otros profesionales que asistieron a muchos de los desastres ocurridos en los últimos años, desde el despiste del avión de Lapa, al atentado a la AMIA, el incendio de Cromañón o los incendios forestales de Chubut.¿Por que son imparables algunos incendios? ¿Son intencionales los incendios forestales? ¿Se pueden prevenir los incendios? A través de la historia de sus protagonistas Reynal responde esas preguntas y otras en su libro Contra el fuego. (Gentileza Editorial Planeta/)- ¿Qué te llevó a sumarte a los bomberos?- Estaba viajando por la Patagonia en moto, iba por Chubut y me encontré con un incendio forestal enorme que destruyó cuarenta mil hectáreas de bosques en el verano de 2015. Desde siempre me gustó la naturaleza, por eso vivo en Bariloche. Supongo que fue la conciencia ecológica la que me impulsó a querer hacer algo para frenar los incendios. Así que, a través de un amigo bombero que me contó que estaban abriendo inscripciones a nuevos voluntarios, me acerqué al cuartel, hice la capacitación, que es bien exigente y pasé el examen. Aprendí a tratar materiales peligrosos, hacer tareas de rescate en altura, rescate de autos, primeros auxilios y, por supuesto, a controlar incendios.- ¿Te acordás de cómo te recibieron?- Fui con mucha expectativa pero cuando llegué y me dieron la planilla para anotarme vi que ya estaba al borde de la edad límite para entrar, pero como estaba entrenado, el examen físico lo pasé bien. Y aunque ya estaba casado, tenía 5 hijos, presidía una empresa con 50 empleados y mucha maquinaria y había hecho un montón de cosas en la vida, tuve que empezar completamente de cero. En el cuartel, cuando sos nuevo, no importa quién sos ni de donde venís: sos voluntario y empezás de abajo, barriendo, limpiando los camiones o haciendo lo que haya que hacer. Fue un baño de humildad muy grande.Benjamín Reynal vive en Bariloche repartiendo su tiempo entre sus múltiples roles: escritor, bombero voluntario, montañista y empresario. (Gentileza/)- ¿Hay como un código no escrito de evitar mostrar emociones de temor o tristeza ante las catástrofes que les toca socorrer?- No, en realidad el cuartel tiene un espíritu de camaradería que nos permite abrirnos. Compartimos mucho tiempo y tomamos mate juntos. El miedo es algo de alguna situación puntual, pero se aprende a controlar. Cuando ocurren casos graves hay contención psicológica profesional. Antes no había, existía esa cosa más de macho de aguantarse. Pero cambió, tampoco somos solo varones. En Melipal somos 50 bomberos, varones y mujeres, gente muy interesante que llegó de distintos lugares y profesiones. Además, hoy hay muchísima más conciencia y capacitaciones.- En el libro decís que ser bombero tiene “su dosis justa -y a veces necesaria- de adrenalina”…- Conocemos los riesgos y además, el 60 o el 70 por ciento de las salidas del cuartel no se deben a incendios sino a otras cosas: rescatar a alguien que se va a tirar por el balcón, un choque de autos, un caballo que se cae a un pozo, una fuga de gas, nos llaman para cosas como esas o para otras, a veces insólitas. Y, hoy en día, la seguridad de los propios bomberos está más resguardada que antes: no podemos entrar a una estructura que puede colapsar, a lugares donde puede haber una explosión; hoy en todos los lugares del mundo hay menos muertes de bomberos gracias a esta mayor conciencia de preservar la salud de los bomberos. Aparte vos te entrenás todo el tiempo y por eso perdés el miedo. Ya conocés los riesgos a los que te enfrentás y como los pasaste decenas a centenas de veces lo afrontás sin miedo. No quita que algo puntual te pueda dar miedo, una vez volcó un colectivo de chicos de un club de esquí y yo acababa de dejar a mis hijos en la parada, hasta que llegué al lugar no sabía si estaban ellos ahí. Por suerte no era ni el micro de ellos y no hubo ningún chico lastimado pero la angustia en esos momentos es inevitable.A los 24 recorrió el país a caballo1998 con Rosillo y en 2020 con Pampa, veinte años después. En enero de 2021 los fieles e inseparables compañeros de aventuras de Benjamín Reynal murieron a sus 26 años con una semana de diferencia. (Genileza/)A los 24 años, ya graduado de Administración de empresas, carrera que estudió en Miami, Benjamín volvió a Buenos Aires, dejó a una novia y se fue al campo familiar, donde ensilló sus caballos, Pampa y Federal -al que rebautizó Rosillo- y se fue a recorrer la Argentina. “Contrastando esa vida opulenta de Miami, cuando me recibí yo dije que iba a hacer un viaje espartano”, recuerda el bombero, empresario y escritor. Aunque su familia y sus amigos le reprochaban haber dejado un puesto en un banco de Estados Unidos para emprender una vida nómade y en solitario, esa fue la gran aventura de su vida, la que le dejó los mejores recuerdos e inolvidables lecciones de vida. “No creo que haya que pedir permiso para hacer la vida de uno. Cuando me decían ‘¿cómo no te quedaste en Estados Unidos laburando en un banco?’ yo me agarraba la cabeza y pensaba ‘¿cómo se te va a ocurrir que me voy a quedar laburando en un banco cuando puedo viajar sin horarios ni obligaciones? En nueve meses recorrí cinco mil kilómetros, fui de pueblo en pueblo, andando 6 horas por las noches y nunca pagué alojamiento’”, evoca Reynal.Ese viaje también tiene un libro escrito, mucho antes del que lo volvió escritor para el público y para las editoriales. Un libro que narra la aventura de exploración personal de un joven que, a la manera de Siddharta Gautama -cuando dejó los lujos del palacio de su padre para descubrir el otro lado del mundo y terminar encontrando la verdad en la contemplación- parte a conocer a la gente de su país. Y lo que descubre lo hará, no un monje ascético, sino un hombre común, un empresario, un escritor mucho más rico gracias a las historias que habrá vivido, a las personas que habrá encontrado en su camino y sobre todo, a la amistad entrañable con dos seres que lo acompañaron incondicionalmente a lo largo de su aventura. En memoria de ellos, adelanta para LA NACIÓN, un fragmento de su próximo libro, que será editado por Planeta.“El Pampa estaba muy viejito y muy débil, y había perdido esa arrogancia reservada que siempre pareció colocarlo en un lugar más alto que a los demás. Sus veintiséis años le pesaban. Me dio muchísima pena verlo así, saber que no viviría un año más. Lo abracé, acerqué mi cara a su cuello y olí. Seguiré recordando ese aroma cuando ya toda memoria me haya abandonado. Después se acercó el Rosillo, tan gordo y sano que parecía capaz de vivir veintiséis años más. Me olió el pelo dos, tres veces, agachó la cabeza, bajó las orejas, respiró hondo y se quedó quieto. Resopló suave y supe, sin excepción, que me había reconocido. Me llegó como quien entra en un territorio conquistado. Pasé el resto de la tarde con ellos con la tristeza de saber que sería la última vez que los vería.”

Fuente: La Nación

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