Recientemente tuve la oportunidad de participar como orador en la “Semana Internacional Verde de Berlín” (Alemania), que es un foro anual, donde asistieron más de setenta ministros de agricultura, cientos de organizaciones civiles, de productores, industriales de alimentos, exportadores, periodistas, así como también organismos internacionales vinculados a seguridad alimentaria, comercio y producción de alimentos.
El tema central de debate fue la demanda creciente de requisitos ambientales para producir alimentos y sobretodo, promover el consumo ambiental, es decir, poner en la góndola de los supermercados únicamente alimentos y bebidas que demuestren ser menos contaminantes que los productos tradicionales.
¿Cómo alcanzar esos nuevos requisitos? La Unión Europea (UE), una vez más, ha tomado la iniciativa de liderar estos temas y ya lanzó el nuevo “Pacto Verde (Green Deal)” que es un plan plurianual para lograr descarbonizar su economía para el año 2030 y donde piensa invertir cerca de un trillón de euros. Para alcanzar ese objetivo debe readaptar su economía de servicios y consumo de combustibles a una sociedad de economía circular, reciclado, tecnológicamente de avanzada, con energías renovables y con alimentos certificados como carbono neutro.
Para ello están preparando propuestas regulatorias que se presentaran entre el año 2020 y 2021 que incluyen, entre otros temas, certificaciones ambientales obligatorias y posibles impuestos de importación al carbono que emitan los alimentos que ingresen a la UE desde terceros países. La actual conformación política de la Comisión Europea y del Parlamento europeo está plenamente alineados con este Pacto Verde.
¿Qué piensa el consumidor? Los supermercados son el ámbito de presentación de productos y cada vez más aparecen certificaciones ambientales. Las ONGs ambientales y de defensa del consumidor comparan productos europeos con extranjeros, criticando todo el tiempo a estos últimos como contaminantes y promoviendo evitar su consumo. Los consumidores sienten atracción por los productos locales, de pequeños productores tradicionales que, además, puedan demostrar prácticas ambientales y reduzca sus emisiones de gases efecto invernadero.
A los países del Mercosur, junto a algunos asiáticos, como Malasia e Indonesia, nos toca la peor parte. Documentales y entrevistas que muestran deforestación masiva, uso descontrolado de agroquímicos y grandes extensiones tecnificadas pululan semanalmente en canales de TV, radios y prensa escrita. Básicamente, nos critican con mucha fuerza que somos competitivos porque deforestamos grandes superficies vírgenes o de bosques nativos protegidos y no cuidamos el planeta. La discusión sobre el acuerdo Mercosur-UE, que empezara este año en el Parlamento europeo, será la tribuna más relevante para mostrar el rechazo contra la agricultura del Mercosur.
¿Qué sucederá con los países exportadores como Argentina? Tendremos grandes desafíos, porque lo más probable es que el Pacto Verde europeo termine en barreras a las exportaciones agroalimentarias. Nuestro país, junto a los demás socios del Mercosur, siempre solicitamos que las medidas en frontera para productos importados se apliquen con criterios científicos, es decir, que exista una relación directa entre la protección prevista y la medida aplicada.
La protección del ambiente es una cuestión territorial por lo que Europa no debería condicionar los sistemas productivos para proteger su ambiente. Sin embargo, hace años que este principio internacional se rompió, en manos de los Estados Unidos y la UE.
Podríamos decidir no vender a la UE (es el primer socio comercial como bloque) pero, el resto del mundo, en general, copia estas regulaciones y de hecho países como India, China, Rusia y otros están debatiendo medidas ambientales adicionales. Por lo tanto, no podemos evitar no enfrentar este desafío.
¿Qué debemos hacer? Lo primero que debemos hacer es no resignarnos. Tenemos mucho para mostrar y para hacer. En primer lugar debemos planificar como sectores productivos y exportadores una estrategia de descarbonizacion de nuestra agricultura, basada en tres pilares: la siembra directa masiva que reduce sensiblemente emisiones, consumo de combustibles fósiles y evaporación del agua. Esta práctica conservacionista ha demostrado ser la mejor del mundo en reducir la erosión del suelo en base a recientes estudios internacionales comparativos.
La segunda línea estratégica es mostrar que protegemos el “Gran Chaco” (segundo bioma de América Latina), es decir, no hacemos agricultura en zonas rojas ni amarillas y podemos trazar los granos que producimos para alcanzar estándares de no deforestación ilegal.
El tercer pilar es el más innovador. Debemos promover las certificaciones de carbono neutro de todos los productos alimenticios exportables. Para eso hay que asumir como metodología el balance de carbono que nos permita contabilizar el secuestro de emisiones de carbono sobre el ciclo de vida de cada producto. Las siete Bolsas de Cereales del país han lanzado, recientemente, el programa de carbono neutro. Esta debe ser la iniciativa madre que guie la respuesta argentina frente a estos desafíos internacionales.
El mercado no premiara al que haga el esfuerzo, pero el mercado castigara al que no haga nada.
Fuente: InfoCampo