El 15 de junio de 1944, días después del desembarco aliado en Normandía, unos 300 aviones arrojaron 1200 toneladas de bombas contra la base de submarinos alemanes, ubicada a 200 metros de la estatua ecuestre del general José de San Martín, inaugurada en 1909 en Boulogne-sur-Mer. San Martín resultó indemne y aún hoy la población lo considera “un milagro”.En 1946, apenas dos años después de aquel “Día D”, la República Argentina preparaba una combinación letal de desaciertos, que dañaron la imagen del libertador como no había ocurrido en Boulogne-sur-Mer. Ese año se nacionalizaron el Banco Central y el sistema financiero, abriendo las compuertas a una emisión monetaria descontrolada, que, a través del tiempo, obligó a quitar 13 ceros al peso creado en 1881.Hasta 1942, los billetes “moneda nacional” tenían la clásica Efigie del Progreso. Cuando las ideas fascistas subordinaron el progreso a la autarquía, comenzó a emitirse la Serie San Martín con su rostro en todas las denominaciones, variando solamente los dorsos. Entre el uso y el abuso, la célebre litografía de Juan Bautista Madou se fue destiñendo, hasta convertirse en “papel pintado”.Para 1970 se había degradado tanto su valor, que la moneda nacional fue reemplazada por el Peso Ley 18.188, quitándole dos ceros. Inicialmente, los billetes fueron resellados sin mayor respeto por el padre de la patria, que observaba el manoseo impensado desde la derecha de los papeles devaluados. Los nuevos “pesos ley”, también recurrieron a su imagen para prestigiarse, aunque no ya con su perfil maduro, sino con su daguerrotipo de senectud (París, 1848). Con canas y arrugas ganadas tras actuar tantos años en el teatro de la soberanía monetaria.La inflación posterior al Rodrigazo obligó a emitir un billete de un millón de pesos en 1981, repitiendo el daguerrotipo póstumo, arrinconado ahora por la acumulación insólita de ceros. En 1983 se le quitaron cuatro, con el nuevo y efímero peso argentino. ¿Qué imagen se utilizó en su diseño? ¡Correcto! La de José de San Martin anciano, aunque más lívido que antes.En 1985, con el Plan Austral, se reemplazaron los billetes y se dio descanso, por primera vez, a nuestro héroe de la independencia. A la nueva hoguera inflacionaria se arrojaron los primeros presidentes: desde Bernardino Rivadavia, hasta Manuel Quintana. Como este tenía la denominación mayor, se chamuscó menos que el resto.En 1992 se adoptó el peso convertible. El héroe de los Andes reapareció, rejuvenecido, aunque solo en el billete de 5 pesos. Se utilizó el célebre retrato “de la Bandera” (circa 1827), pero sin bandera. Mirando a la derecha, con sus ojos clavados en ese número fatídico, intuyendo un mal final para esa media decena bajo su tutela. Como el general lo preveía, en poco tiempo se convirtió en un papelito sin valor.Durante la gestión macrista, se optó por preservar la imagen de los próceres y emitir la cuarta serie con la fauna autóctona de la Argentina. Los animalitos también fueron diezmados por la inflación, la cazadora furtiva más dañina de la República.Pero no hemos llegado aún al final. Otra gesta patriótica se prepara para nuestro aguerrido José Francisco. El presidente Alberto Fernández anunció, en el acto por el 171° aniversario de su fallecimiento, que “San Martín muy pronto va a estar en nuestros billetes, acompañado por Belgrano, Güemes y Juana Azurduy”, entre otros. ¡Vaya imaginación, la del primer mandatario!Con una inflación reprimida que supera el 50% anual, el vencedor de Maipú debe estar agarrándose la cabeza por este nuevo intento de malversarlo para prestigiar lo desprestigiado. Incorporarlo a nuevas series de papeles sin respaldo será condenarlo a otro fracaso.La moneda es un atributo de la soberanía, de carácter institucional, que requiere de confianza para funcionar como tal. Al igual que el crédito público, se sustenta en una trayectoria de cumplimiento de la palabra. Difícilmente pueda lograrlo un país que ha incumplido sus obligaciones internacionales nueve veces y cuyo Congreso ovacionó el mayor default de la historia mundial en 2001. Un país que ha tenido el mayor número de demandas en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi) y que tampoco honró ninguno de los 26 acuerdos que firmó con el FMI desde Frondizi (1958). Esta reiterada inconducta de la dirigencia política ha fomentado la creencia popular de que no cumplir es una virtud, como si las avivadas nos hicieran mejores y más prósperos.Se equivoca el presidente Fernández si cree que San Martín le hubiera aconsejado que “no negocie cualquier cosa con el FMI”. Habría indicado hacerlo “con dignidad, para que la Argentina tenga futuro”. Una cosa es la Vuelta de Obligado y otra cosa es el crédito público. Quizás ignore que el morador de Grand Bourg no sabía mucho de finanzas y que pedía consejo a su gran amigo y vecino, el banquero Alejandro de Aguado, quien tanto lo ayudó en los últimos años de su vida.Aguado, radicado en París, fue el principal asesor financiero de Fernando VII después de la restauración absolutista (1823). El monarca, agobiado por el déficit fiscal, debía recuperar el crédito español luego de repudiar las deudas del Trienio Liberal. El banquero tuvo agallas para suscribir él mismo las nuevas emisiones del Reino de España, levantando los fondos con sus propios bonos (Bonos Aguado), que tuvieron gran demanda en las bolsas europeas. Al punto que el rey borbón le otorgó el título de “Marqués de las Marismas del Guadalquivir” por haber reestablecido el crédito perdido.Sin duda, San Martín, educado en principios morales, el valor de la palabra y el cumplimiento de las obligaciones, hubiera priorizado, como Aguado con España, la necesidad de crear confianza, sin jugar con chicanas para la tribuna.Hasta tanto no se erradique la inflación, el Gobierno debería evitar usar la imagen del libertador para jerarquizar billetes que se desvanecerán en las manos de los más pobres, como ocurre desde 1946.Quizás fuese más apropiado elegir las obras de arte argentino que reflejen mejor el actual estado de cosas, como “Sin Pan y sin Trabajo” (Ernesto de la Cárcova, 1894); “La Sopa de los Pobres” (Reinaldo Giudici, 1884) o alguno de los dolorosos “Juanito Laguna” de Antonio Berni (1905- 1981).Y dejar a San Martín indemne y en paz, emulando el milagro de Boulogne-sur-Mer.
Fuente: La Nación