Alexei Navalny, el incansable opositor al Kremlin que, admirado y respetado por muchos, salvó milagrosamente su vida tras ser envenenado, llevó adelante tres semanas de huelga de hambre sin cejar en su prédica opositora desde el interior mismo del duro penal de Prkov. “Soy un esqueleto horrible”, afirmó días atrás cuando compareció virtualmente ante una corte rusa sin abandonar su valiente actitud a la hora de rechazar las acusaciones.Sus seguidores, tras semanas de fuerte presión y ante la amenaza de ser declarados extremistas por el régimen de Vladimir Putin, acaban de resolver el cierre de sus oficinas en toda Rusia. Intentan evitar así las penas de cárcel y el congelamiento de sus cuentas bancarias, vedadas ya las protestas y la publicación de artículos en medios. “Mantener el trabajo de la red de sedes de Navalny en su forma actual es imposible”, reconocieron sus aliados, anticipando que tratarían de funcionar como estructuras independientes. Un indicador más del autoritarismo imperante.
Fuente: La Nación