?¡Maten a Borges!”, dicen que gritó el novelista y dramaturgo polaco Witold Gombrowicz (1904 -1969), el autor de Ferdydurke. Cuando lanzó esta diatriba metafórica se estaba despidiendo en el puerto de un grupo de jóvenes escritores en su retorno a Europa, después de 24 años pasados en la Argentina. Verdadera o no, la frase refleja bien las tensiones y discrepancias que habitaban en nuestras pampas –y ya antes, en el plano internacional– sobre la posibilidad de alcanzar nuevos quiebres estéticos profundos. En su reciente ensayo La vanguardia permanente, Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) analiza las vanguardias –principalmente literarias– contraponiendo y desglosando conceptos de, entre otros, Theodor Adorno, Peter Bürger, Jürgen Habermas, Paul Virilio, Roland Barthes, Andreas Huyssen, Matei Calinescu, y los escritores argentinos Ricardo Piglia y Héctor Libertella.Las definiciones de Jorge Luis Borges sobre la vanguardia de su época, así como las citadas de Beatriz Sarlo, sobre el autor de Historia universal de la infamia, son fundamentales. En una entrevista radial con Georges Charbonnier en Francia, en 1967, Borges dispara: “Creo que lo mejor sería ignorar totalmente el ultraísmo”. También, como se señala en La vanguardia permanente, Borges afirmó que una admirable ventaja de la literatura inglesa consistía en carecer de movimientos literarios, casi no contar con escuelas ni manifiestos. “Un puñado de párrafos sarcásticos le bastan a Borges para lacerar el legado vanguardista –escribe Kohan–: reduce a divertimento la disposición grupal de adoptar estrategias colectivas; reduce a pedantes presunciones las pretensiones de rupturismo y fundación de algo nuevo”.Las articulaciones latentes y manifiestas entre vanguardia política y vanguardia estética –incluyendo empatía y grietas insalvables entre los integrantes de ambas– son tratadas en detalle al abordar la mirada de los revolucionarios rusos de octubre de 1917 y la de los nuevos y antiguos movimientos literarios. Es un caso paradigmático: en Rusia hubo en forma sincrónica vanguardia y revolución hasta que, tras establecerse como doctrina estética oficial el realismo socialista, la primera fue perseguida.La vanguardia permanente explora además la literatura argentina de las últimas décadas (de Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, Manuel Puig, Juan José Saer a César Aira y, entre los más recientes, de Damián Tabarovsky, Hernán Vanoli a las obras de Juan José Becerra) para pensar la actualidad de su tema, el vínculo entre arte y política, y dejar una inquietud. ¿Será factible el surgimiento de nuevas vanguardias –diferentes a las que atacaron el arte imperante hace ya más de un siglo– capaces de poner en cuestión los parámetros estéticos legitimados?La vanguardia permanentePor Martín KohanPaidós232 páginas$ 1359
Fuente: La Nación