Cuánto hace que no escribo a mano; siempre al menos una vez por día escribo a mano un apunte en un cuaderno, algo que debo hacer en la agenda que en verdad es un pequeño anotador celeste que yo convertí en agenda, a mano, pero hace mucho que no escribo a mano un texto, entero, como en la escuela primaria, cuando rendía exámenes en alemán y la última consigna era escribir un Aufsatz, un ensayo según la traducción literal, aunque para una niña de 11 años ensayo no era la palabra, era quizá cuento o lo que pudiese imaginar allí, frente al pupitre, con la lapicera a tinta de a cartuchos estampada en rectángulos coloridos sobre renglones de puntos; por eso estoy acá y así, porque quiero escribir un texto con la mano y no cualquier texto, quiero escribir ese texto que me dijo mi amiga de Marcos Paz instalada en Recoleta, tan porteña ella, brava y dócil, con el pelo rubio airoso y una voz demasiado aguda para la brutalidad de esas frases que arroja al sol, quiero escribirle un texto a una parte de mi cuerpo y quiero que esa parte sea mi mano, quiero escribir a mi mano con la mano para pedirle más, para pedirle que agarre de todo más, que deje de pedir permiso, que sea insolente si lo precisa, que tome lo que es suyo de una vez, con brío; es por esto que quiero escribir a mano, para que el mensaje llegue y haga efecto aunque sepa que después voy a tener que pasar el texto a un archivo en la computadora porque no puedo entregarle una nota escrita a mano a mi editor, qué me diría, ¿entendería la letra?, durante la secundaria mi letra era de las preciadas, lánguida y redondeada, esas fueron mis épocas de habilidad, si debíamos presentar afiches en cartulina, me pedían a mí que los hiciera, por mi letra prolija y estética, ¡gracias mano!, porque cuando hay que hacer las cosas dentro de los límites ahí estás para asistirme, aunque ahora, como ya dije, aunque no dije lo escribí, a mano, mano lo que quiero es que te salgas de los bordes, vamos, pasá de largo, lo sé, duele, porque ya duele: voy veinticinco líneas sin parar, sin punto y seguido o aparte porque eso también es necesario, escribir sin dudar para hacerte entender, mano, para que no tengas pausas para pensar; cómo puede ser que sienta una molestia en la muñeca, ¿tan rápido?, si en esas tardes de hace tanto en que jugaba con mis amigas de Lomas de Zamora al tutti frutti podía hacerlo por horas, qué pasa que esto de escribir a mano resulta extraño, no me gusta cuando algo que solía hacer a diario se vuelve ajeno, es lamentable, además no hay nada como aquello escrito a mano, incluso lo que estoy haciendo en este momento, que no tiene sentido más que para mí, es lindo porque es lindo el cuaderno en que escribo a mano, de hojas lisas en colores y con un dejo de purpurina que me trajeron de Francia, de una tienda que se llama Le thé des écrivains, a mí, que muero por volver a París porque creo que lo olvidé; mano, ¿por qué nunca entrás a esas páginas de internet que venden vuelos y sacás un pasaje?, ahora estoy en la tercera hoja y justo es azul y mi birome azul no hace suficiente contraste pero voy a seguir igual porque ya sabía que esto no iba a ser fácil y no debo sorprenderme, si a mí las cosas nunca me salen en la primera vez, desde chiquita, hay algo que tengo, que es mío o que heredé, que provoca que todo se me dé, si se me da, con trabas, con dolores, como mi nombre; a veces estoy tan cansada que creo que ya está, que mejor frenar, dejarlo, rendirse, como querés hacer vos en este instante, mano, porque el pulgar te pesa, ¿viste qué feo?, pero no te quejes, hace mucho que no escribo a mano, no hagas berrinche pese a que la presión también se sienta en el hombro porque para esto te escribo, para pedirte que no nos detengamos: dame más.
Fuente: La Nación