Desde que el Teatro Colón cerró sus puertas, hace un año y medio, y los cuerpos estables tuvieron que adaptarse a hogares y escenarios sustitutos, los artistas, los que durante este siglo que se acaba de festejar alimentaron el prestigio de esta casa mundialmente famosa, empezaron a sufrir los mismos problemas que afectan al edificio: incertidumbres, cambios de rumbo, deficiencias en los presupuestos, cuestiones de idoneidad. Entre ellos está la compañía de ballet, un conjunto a menudo calificado por la excelencia de sus príncipes y sílfides que este año no pueden, aunque quieren, salir a bailar como si lo suyo fuera un cuento de hadas.El Ballet Estable del Teatro Colón tiene problemas históricos y nuevos, de recursos y de espacio, artísticos y administrativos; problemas que, como se vio en las funciones del Programa Centenario (del 29 de mayo al 5 de este mes, en el teatro Opera), repercutieron en un elenco que se mostró descoordinado, dubitativo, afectado como grupo. “Ese no parece el Ballet del Colón”, fue un comentario muy escuchado. Sólo en esas siete funciones confluyeron una serie de accidentes, defectos y traspiés que no suelen ocurrir ni al cabo de una temporada completa: el desgarro del traje de una primera bailarina la noche del estreno, la caída estrepitosa de una intérprete de fila, por lo menos dos reemplazos de último momento, temblores y tensiones varias, asincronías y hasta algunas torpezas que sonaron con eco entre el público.¿Por qué el resultado de este comienzo de temporada, a mitad de año, fue, salvando notables desempeños individuales, de una incómoda palidez? Es válido contemplar que el piso del escenario del Opera no estaba en condiciones; estaba poceado de tal forma que varios bailarines decidieron marcar con cinta adhesiva los lugares que no debían pisar si querían hacer una actuación correcta y sin lesiones. Este importante defecto se hubiera corregido colocando un piso nivelador de la superficie, que por falta de dinero no se pudo colocar. Es probable, también, que la insuficiente cantidad de ensayos colectivos en la sala -el segundo reparto no tuvo siquiera uno- haya contribuido a los desajustes. Por ambas circunstancias se elaboraron quejas por escrito a los directivos, que algunos integrantes del ballet firmaron y otros no por temor a posibles represalias.Consultados por LA NACION, primeras figuras, solistas, bailarines de fila, de planta y contratados, con diferencias en su forma de entender las vicisitudes de este período fuera de casa, coincidieron en un punto: que su deber, su trabajo y su pasión es ensayar, estirar piernas y pies, y salir a bailar dejando lo mejor de sí en el escenario. Pero en cambio -revelaron- están ocupados y preocupados porque no les entregan zapatillas a tiempo y en cantidad, porque no saben si la sala donde bailarán cumplirá con los requisitos básicos, porque en la Sociedad Hebraica son muy buenos anfitriones, pero las salas de ensayo no alcanzan para que su preparación sea óptima, porque la autarquía es un fantasma que los desconcierta, porque reciben propuestas para salir de gira viajando el mismo día que las funciones, porque advierten que la temporada anunciada a comienzos de año empieza a desmoronarse.Sin más intermediarios que sus cuerpos, este malestar interno es el que se cuela arriba del escenario.Lo que vendríaSegún las actividades que la dirección del Teatro Colón anunció para 2008, a esta altura del año el Ballet Estable debería haber presentado ocho funciones en el teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza (cuatro el mes pasado y otras tantas el actual). Después de una gira por el interior que comenzará el 28 próximo en Rosario (dicen que el 19 y 20 de julio se vería Coppelia en Chaco y, el mismo mes, una gala de pas de deux en San Juan y Mendoza), llegará a Buenos Aires el Programa Mixto N° 1 que estaba previsto para junio en el Bristol. Se haría recién en agosto, en el Opera y en el Coliseo de Lomas de Zamora (los contratos están pendientes), dos de las tres salas contempladas, porque advirtieron que la tercera, el teatro de Martínez, en realidad, no responde estructuralmente a las necesidades del ballet. Con estas idas y venidas, sólo un milagro o un efectivo golpe de timón permitiría que, para diciembre, se alcanzaran a estrenar todos los espectáculos de una temporada que, como dijo una ocurrente bailarina, “tiene la fantasía de Disneylandia”.Además de dificultades coyunturales, el Ballet lidia con históricos asuntos por resolver. Entre ellos, las formas de ingreso y egreso de sus integrantes, altas en la planta permanente y jubilaciones. Además, sigue pendiente un llamado a concurso para categorías: el último se hizo en 1992, cuando, por ejemplo, Karina Olmedo obtuvo su nombramiento como primera bailarina.De hecho, las figuras que permanentemente realizan roles principales en la compañía -Silvina Perillo, Gabriela Alberti, Maricel De Mitri, Dalmiro Astesiano y otros- no están nombradas como tales. Afortunadamente, como empleados de planta, ellos cobran un plus cuando interpretan papeles de envergadura superior a la que señalan sus desactualizadas categorías, aunque esto no es así para los contratados: profesionales que, trimestralmente, reconfirman su relación con el Colón.Acostumbrados a un teatro de características inigualables, trabajar fuera de sede es para el Ballet Estable, sin duda, difícil. “No aspiramos a que nos lleven a bailar al Bolshoi, pero sí a sentirnos más respaldados.” “Prepararse para estrenos que parece que nunca van a llegar es un desgaste físico y psicológico. Pero si cuando se corre el telón lo que se refleja es el malestar que atraviesa la compañía, además es triste.” Cosas como éstas dicen hoy algunos de los mejores artistas de un elenco acostumbrado a la excelencia.Constanza Bertolini
Fuente: La Nación