Uno de los grandes mitos que nos ha intentado vender la modernidad es la automatización. Quiero ser prístino en esto. No es enteramente responsabilidad de la industria. Nos guste o no, todos sufrimos la adicción a lo automático. Nos encanta. Lo amamos. ¡Funciona solo, sin nuestra intervención, es buenísimo! La industria explota esta fijación, es cierto. Miraba el otro día un aviso que me apareció en Instagram; mostraba a una persona controlando su casa inteligente desde un celular, y a uno le quedaba esa impresión (tan tentadora) de que las casas podrían llegar a ser algo así como un ecosistema autónomo, siempre a nuestro servicio. Le damos un golpecito de relato, lo adobamos con palabras de moda (Internet of Things, IA, algoritmos), y listo, tenemos la receta perfecta para una vida feliz.Dos cosas al respecto. Primero, la felicidad no está en las cosas; ni siquiera en las cosas automáticas. No sé dónde está, en general, y tengo la impresión de que cada persona es feliz como puede, no como quiere. Pero definitivamente la felicidad no está en los objetos.Segundo, no seamos tan ambiciosos. Dejemos la casa inteligente por un momento. Acotemos. Una casa cumple demasiadas funciones muy complejas y no tenemos tanto tiempo. Cambiemos una casa por una piscina doméstica. O un sistema de riego. O la caldera. Todos esos dispositivos pueden ser parte de lo que denominamos casa inteligente, al tiempo que resultan más fáciles de analizar. Y por suerte ese fue un día de pile.Puras impurezasUna pileta es, dicho simple, un gran agujero en el suelo, revestido con alguna clase de material más o menos impermeable, que llenamos con agua. El agua debe permanecer limpia por razones estéticas y sanitarias. Para eso es menester mantener cierto nivel de cloro y un PH lo más neutro posible. No es en absoluto difícil tener la pileta en excelentes condiciones. Un poco de atención a estos dos parámetros, y listo. Pero hay una cosita más que concierne al concepto “pileta”. El agujero lleno de agua está descubierto y al aire libre.Por lo tanto, dada su superficie (unos 30 metros cuadrados, típicamente), el agua va juntando toda clase de –digamos– impurezas. Incluso en los casos (raros) en que se la mantenga perfectamente tapada, el usar una pileta (es decir, meterse adentro, nadar y todo eso que, definitivamente, también concierne al concepto pileta) hace que el agua deje de estar tan impecable como el primer día. Entra en escena el sistema de filtrado.La fontana di casaAmbos detalles –el de que las superficies de agua más o menos grandes se llenan de impurezas y el hecho de que el agujero en el suelo se usa para nadar y chapotear– lo complican todo. No es suficiente con una cantidad de cloro adecuada y un PH neutro. Hace falta un mecanismo de filtrado. Ajústense los cinturones, porque es ahora, cuando intervienen la física y la química, donde usualmente la fantasía de la automatización naufraga. Y nunca mejor usada la palabra.Filtrar 2 litros de agua no es un gran problema. Filtrar 60.000 litros es otra historia. El número resulta bastante impresionante, pero es simple aritmética. El volumen es igual al largo por el ancho por la profundidad. Cerremos en 60 metros cúbicos o 60.000 litros. O sea, 60 toneladas de agua. ¿Qué tal?Muy bien, ahora definamos filtrar. Simplificando, es hacer pasar el agua a presión por una sustancia que atrapa eso que, con elegancia, llamamos impurezas. En general se emplea arena, aunque también pueden usarse otras sustancias. Es lo de menos. Insisto, por suerte ese fue un día de pileta.Porque la palabra clave en la definición anterior no es filtrar, sino presión. ¿Cómo funciona todo el artilugio? Así: una boca toma agua de la pileta mediante una bomba de entre medio y tres cuartos de caballo. ¿Y qué hace con el agua? Ah, una pavada. La mete dentro de un tanque lleno de arena u otro material filtrante que, para cumplir con su función, ofrece resistencia al paso del agua. Piénsenlo. De un lado una bomba que es capaz de hacer circular unos 9000 litros de agua por hora. Del otro, un recipiente lleno de arena. ¿Qué puede salir mal?Exacto, dentro de ese recipiente la presión aumenta toda vez que la bomba se pone en marcha. Dejando de lado un montón de detalles y variantes, adentro del filtro (ese tanque) la presión alcanza unos 10 psi (libras por pulgada cuadrada); algo menos de 1 bar. Hasta ahí, estamos bien. Normalito. Pero entonces la realidad mete la cola. Cuando el material filtrante se ensucia, el agua no lo atraviesa con la misma gracia. Como consecuencia, la presión aumenta.Idealmente, un tanque de estos debería tener un manómetro; en la Argentina eso es, vaya a saber uno por qué (aunque es fácil sospecharlo), bastante raro. Si el manómetro muestra que la presión supera cierto valor, hay que desarmar todo y limpiar el material filtrante (enjuagarlo, en otras palabras). Lamentablemente, aquí no estaba el dichoso manómetro y además hubo una serie de malentendidos, sobre los que volveré enseguida, y un buen día, que por suerte fue de pileta, fuimos testigos de la rajadura catastrófica que sufrió el tanque, que se transformó así en una vistosa fuente de jardín. Como seis o siete sifones vaciándose a la vez sobre una bomba y un tablero eléctrico. Una belleza. Me encantó.Tiempo al tiempoPor fortuna, o más bien por previsión, solo tuve que bajar una llave en el tablero principal de la casa para terminar con esa explosiva combinación sin meter las manos dentro de, bueno, la explosiva combinación.Hasta ese momento no me había interesado en el tema pileta. Las piscinas nunca fueron santo de mi devoción y di por supuesto que todos los actores en el circuito habían actuado de acuerdo con la lógica. Delegué. Mala mía. A alguien en algún momento se le olvidó avisar que todo ese conjunto de componentes (bomba, filtro, tablero) requerían de un mantenimiento anual (ya sé, debería haberlo sospechado, pero estaba con otros asuntos; eso también le pasa al que pretende vivir en la casa autónoma). Tampoco dejaron (o alguna persona no asentó) las instrucciones correctas respecto de cómo lavar el filtro regularmente sin tener que desarmar todo. Supuestamente, alcanzaba con 30 segundos por semana. Error. Eran tres minutos. No es lo mismo. Es sesenta veces más. Las personas viviríamos 4700 años, si la expectativa de vida fuera 60 veces más que el promedio actual en los países industrializados. Claramente, no es lo mismo.Así, poco a poco, el material filtrante (cuarzo, en nuestro caso) se ensució tanto y opuso tanta resistencia que la presión reventó el tanque. Lo “descogotó”, para usar la jerga piletera; jerga que tuve que aprender en tiempo récord. El tanque no fue sino la víctima más conspicua. Pero la bomba, luego de meses de trabajar a paso forzado, terminó también por fallar. La desarmé un domingo y advertí que el filtro mecánico y los rulemanes no estaban en buenas condiciones. Había que mandarla a reparar. No bomba, no pileta.Un problema puede ser grave, pero siempre es menos abrumador cuando entendemos qué pasó y cómo podría haberse evitado. Pues bien, resulta que el verdadero culpable era un componente de cuatro centímetros de lado en el que ciframos nuestra adicción a la cosa automática.Ese componente es el temporizador, un dispositivo digital que se programa para que la bomba arranque tres o cuatro veces por día (de día es mejor, anoten). Idealmente, en verano, habría que hacer circular (“rotar”, en la jerga) esos 60.000 litros una vez al día. Obviamente, no vas a hacerlo a mano. Pero si el tanque se hubiera descogotado con la tapa del compartimento de la maquinaria cerrada y sin testigos, posiblemente los costos de reparación habrían sido más altos. Todo en esta casa demuestra mi obsesión por la seguridad eléctrica y el disyuntor pronto habría hecho su trabajo; pero, de todos modos, por suerte fue un día soleado y caluroso.Un par de conclusiones¿Pero con el mantenimiento adecuado, no podríamos confiar en la automatización? La respuesta es sí y no. Si los ciclos de retrolavado y enjuague se hubieran hecho correctamente (o sea, con una frecuencia 60 veces mayor) y si se hubiera respetado el cronograma de mantenimiento (not), las posibilidades de un accidente como el que sufrimos ese día se habrían reducido mucho. Como saben los que siguen esta columna, soy una suerte de maniático del mantenimiento. Nada creado por el hombre puede funcionar indefinidamente. Nada es nada, sin excepciones.Pero cuando además incorporamos a la ecuación alguna clase de trabajo mecánico, la posibilidad de que un componente falle de forma imprevista aumenta. No hay pronóstico de horas de servicio que valga. Incluso los digitales son dispositivos fabricados por humanos, no por dioses, así que aunque un service regular es obligatorio, la idea de que (hoy) podemos vivir en una casa por completo autónoma y sustentable (otra palabrita de moda) es más una ilusión que otra cosa.Una linda ilusión, no lo voy a negar, pero nos encontramos en un momento en el que las promesas exceden las posibilidades de la tecnología. La idea de “no me importa cómo, pero quiero que funcione” solo es verosímil si tenés billetera infinita. Para la mayoría de nosotros, estos incidentes y otros que han sufrido amigos y que mis lectores siempre me cuentan (agradezco esas historias, porque son muy enriquecedoras), me permiten llegar a dos conclusiones.Por un lado, hay que involucrarse en cómo funcionan las cosas. En lo personal, trato de automatizar todo lo que puedo, desde el backup hasta la calefacción, pero no lo hago a ciegas. Soy consciente de que las máquinas son automáticas hasta que fallan. Así que la regla sería: nunca está de más entender qué hace qué y cómo y por qué lo hace. Las cosas tienden a fallar los sábados a la tarde, no los lunes a las 8 de la mañana. Ante una emergencia no podés simplemente quedarte paralizado.Segundo, el mantenimiento. La casa inteligente, automática, sustentable, sensible y empática no es imposible. Pero –si me permiten la analogía– es como el alcohol. Hay que contar siempre con un conductor designado. Beber con moderación causa una alteración de la consciencia que resulta agradable, pero esa alteración acarrea efectos secundarios que impiden conducir un coche de manera segura. La automatización es igual. Es una alteración agradable de la consciencia, porque uno cree que las cosas humanas pueden ser como las obras de la naturaleza, que sanan solas y hacen su propio mantenimiento. Pero no, y por lo tanto hace falta uno en la familia que revise y fiscalice regularmente todo (y todo, en este contexto, son docenas de ítems), y que respete el cronograma de mantenimiento a rajatabla. ¿Quién se postula?

Fuente: La Nación

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