Cuando una película se identifica por una escena significa que su paso por el cine caló hondo en los espectadores. Tal fue el caso de Pecados capitales (Seven, 1995) cuyo contundente desenlace fue el broche de oro de un thriller policial que se transformó en emblema de la década. Lo curioso fue que ese momento culminante estuvo a punto de no filmarse por presiones externas al equipo de rodaje. Pero contar solo esa historia sería adelantarse mucho en un camino que comenzó cuando un realizador decidido a no hacer nunca más cine se topó con el relato perfecto.A comienzos de la década del 90, David Fincher era un experimentado director de publicidad y videoclips, que había probado suerte en el cine dirigiendo la tercera entrega de la saga de Alien. La experiencia le había resultado agotadora y bastante menos satisfactoria de lo que había imaginado en un primer momento. Tanto que terminó convencido de dejar su silla de director de cine y seguir con sus otras actividades, que le significaban menos presiones y dolores de cabeza.“Ne me quitte pas”: la historia de un “amor prohibido” del que Jacques Brel huyó en cuerpo pero le fue imposible sacar de su mente“Nadie odió a Alien 3 tanto como yo -contó años después en una entrevista-. La película no tenía nada que ver con lo que tenía en mente. Fox me contrató para que le imprimiera mi visión y después me obligó a ir a una dirección totalmente opuesta. Nunca me sentí tan subestimado, engañado y maltratado. Después de esa experiencia habría preferido morirme de un cáncer de colon antes que volver a filmar”.Más o menos por la misma época Andrew Kevin Walker soñaba con escribir guiones, mientras vendía discos en un Tower Records de Nueva York. Había estudiado cine en la Universidad de Pennsylvania, pero igualmente la aspiración le parecía inalcanzable porque en ese momento tenía problemas más terrenales. La inseguridad que veía a diario en la ciudad le producía una tremenda angustia: “Viví allí durante cinco años y me sentí deprimido cada minuto de cada día”. Esa sensación de agobio, más su sociedad con el director que odiaba al cine, fue el germen de la historia que cambiaría la vida de ambos.Perdona nuestros pecadosWalker comenzó a desarrollar la idea de Pecados capitales en Nueva York, pero el guion lo terminó en Los Ángeles. Mientras tanto ya había despertado cierto interés entre sus pares con su trabajo para Juego Mortal (Brainscan, 1994) y El reino de las tinieblas (Hideaway, 1995).Su idea de un asesino serial que mataba de acuerdo a los siete pecados capitales y una pareja de policías dispuesta a darle caza estaba lista, solo faltaba que alguien con más experiencia le diera el visto bueno: “Como sabía que los agentes nunca se preocupan por leer un guion que no les haya sido recomendado por algún conocido, busqué el teléfono de la casa de David Koepp, me había llamado mucho la atención el trabajo que hizo con Malas compañías (Bad Influence, 1990). Resultó ser una de las personas más amables del planeta, sin saber nada sobre mí no solo lo leyó sino que le gustó tanto que me recomendó a su agente, quien me terminó contratando”.Con ese precedente, no pasó mucho tiempo hasta que New Line Cinema se mostrara interesada y que el productor Arnold Kopelson propusiera el nombre de Fincher para dirigirla. Habían pasado tres años desde Alien 3 y el director andaba con ganas de revancha. Analizaba volver al cine con Los vengadores (The Avengers, 1998), pero afortunadamente le atendió el teléfono a New Line a tiempo como para alejarse de lo que probablemente habría sido (como lo fue en otras manos) un desastre que lo habría hundido definitivamente.Entusiasmado con la historia, Fincher se unió codo a codo con Walker para pulir ciertos detalles, y al mismo tiempo pensar en los actores ideales para cada papel. El guionista quería a William Hurt, Gene Hackman o Al Pacino para interpretar al veterano detective William Somerset, pero por diferentes motivos se fueron bajando y se optó por el gran Morgan Freeman. Menos opciones hubo en el listado de candidatos para el rol de su compañero, el inexperto e impulsivo David Mills. Denzel Washington no quiso, Sylvester Stallone, tampoco. Hasta que de la productora sugirieron: ¿por qué no probar con ese “galancito” llamado Brad Pitt?Poner el hombro y la manoPitt y Freeman, la dupla protagónica (1996-98 AccuSoft Inc., All rights reserved/)A diferencia de Morgan Freeman, que para los 90 ya era “Morgan Freeman”, Brad Pitt todavía estaba muy lejos de ser “Brad Pitt”. Con poco más de 30 años, el actor recién asomaba la cabeza, gracias a su papel de “galán con fundamento” en Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1994) y a la solidez de su trabajo en Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire, 1994). Así y todo seguía siendo catalogado más como galán que como intérprete.El productor Arnold Kopelson entendía que la presencia de Pitt en Pecados capitales sería un gancho para echarle un poco de luz a la oscuridad latente en el film. De esa manera probablemente se acercara a verla un sector de la audiencia, que por lo general pasa por alto ese tipo de propuestas. Como valor agregado se incorporó en el papel de su esposa a Gwyneth Paltrow, su novia en ese momento, lo que sacudió el avispero chimentero y ayudó a cortar más entradas. Una jugada maestra. Kevin Spacey como el asesino John Doe (cuya participación se reservó de la campaña de promoción y de los créditos del film para sorprender a la audiencia con su aparición) completó el elenco.Pecados capitales comenzó a rodarse a principios de 1995 entre Nueva York, Los Ángeles y Filadelfia. Aunque la acción transcurre en una misma ciudad que nunca se menciona, las múltiples locaciones permitieron optimizar tiempo y recursos. Y como la idea de Fincher era que los exteriores tuvieran siempre una lluvia persistente, el cambio de escenarios fue prácticamente imperceptible.Spacey, como el despiadado asesino serial (1996-98 AccuSoft Inc., All rights reserved/)La decisión de que toda la acción suceda en plena tormenta, casi malogra el plan de rodaje y la integridad física de Brad Pitt. Un problema de cálculo hizo que en la escena en la que persigue al asesino, el actor se resbalara y cayera sobre el parabrisas de un auto, rompiéndolo. Pitt se hizo un corte en la mano que necesitó atención médica urgente y 49 puntos de sutura. Para no demorar la filmación, Fincher decidió incorporar el accidente de la mano a la historia.No hubo otros contratiempos hasta el momento de encarar la escena final, la icónica, la que recuerdan todos los que vieron la película. New Line Cinema insistía en cambiar lo escrito por algo menos disruptivo. La discusión entre el director y los productores se puso tensa y Fincher ya se veía en la misma disyuntiva que había tenido con Alien 3, deprimido y con ganas de dejar todo. Pero esta vez fue diferente porque no solo Andrew Walker se puso de su lado, sino que también Freeman, Spacey y Pitt armaron un tridente infranqueable y le dejaron claro a los ejecutivos que si no se hacía lo que decía el realizador abandonaban el proyecto. Finalmente todo quedó como era y gracias a ese espíritu de grupo Pecados capitales pasó a la historia.Siete: el número mágicoPecados capitales se estrenó en los Estados Unidos el 24 de septiembre de 1995, mientras que a la Argentina llegó el 15 de febrero del año siguiente, costó 33 millones de dólares y recaudó a la fecha más de US$ 327 millones. El buen recibimiento fue casi unánime, casi porque la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood decidió ignorarla olímpicamente en las nominaciones para los Oscar.El film obtuvo apenas una candidatura en el rubro mejor edición, que perdió con Apolo 13. Un papelón si se tiene en cuenta que ese año Morgan Freeman vio desde su casa cómo Nicolas Cage levantaba la estatuilla a mejor Actor; y que tanto Brad Pitt y Kevin Spacey fueron nominados en el rubro mejor actor de reparto, pero por Doce monos (Twelve Monkeys) y Los sospechosos de siempre (The Usual Suspects), respectivamente.El final del film devino en una puja entre el estudio y el elenco, el director y el guionista (1996-98 AccuSoft Inc., All rights reserved/)Tampoco faltaron detractores que entendieron que hubo un exceso de inspiración en El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), algo que Andrew Walker desmintió de manera tajante: “Nada que ver. Escribí Seven antes de que se estrenara esa película; es más, ni siquiera había leído la novela de Thomas Harris, y tampoco es mi película favorita dentro de las del género de ‘asesinos seriales’”.El autor también tuvo que salir a aclarar los parecidos con el famoso caso del “Asesino del Zodíaco” (en el que se inspiró parcialmente Harry el sucio): “John Doe no está pensado en función de nadie en particular. En realidad me concentré sobre todo en la medicina forense, la criminología, la forma de practicar las autopsias, todos esos detalles que pudieran hacer que una investigación policial pareciera realista. Ningún serial killer en concreto me sirvió de modelo porque la verdad es que me interesaba más profundizar en la psicología de los policías que en la del criminal”.Gracias a Pecados capitales, Brad Pitt pudo darle un giro a su carrera y lograr que vieran el gran actor que es. Andrew Kevin Walker demostró que su lugar era en Hollywood escribiendo. Y Fincher emergió de sus cenizas, se amigó con el cine y desarrolló desde entonces una notable filmografía que le valió los aplausos del público y el reconocimiento de sus pares. Fue tan importante para él esta película que cinco años después, en El club de la pelea (Fight Club, 1999), no solo volvió a trabajar con Pitt sino que a modo de homenaje para su amigo le puso a tres policías los nombres de “Detective Andrew”, “Detective Kevin” y “Detective Walker”.El primer día de filmación de Pecados capitales, Fincher le dijo al grupo: “Probablemente esta no vaya a ser la película por la que sean recordados, pero probablemente sea una de las que estén más orgullosos”. Y tuvo razón.

Fuente: La Nación

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