La Agroindustria, un concepto bien instaurado por el gobierno del ex presidente Mauricio Macri, es una gran ensalada donde conviven una infinidad de historias, anécdotas, mitos, canciones, desastres climáticos, generaciones de familias, y tantas cosas más.
Podríamos charlar sobre ese productor agropecuario que dice haber pescado el pejerrey más grande de la Argentina, mientras lo imaginamos agitando los brazos intentando explicar su tamaño; podríamos repazar las exportaciones de las economías regionales que se extienden por lo ancho y largo de nuestro país; quizás hablar sin parar sobre las nuevas tecnologías aplicadas a la producción; y en cualquiera de todos los casos, seguiríamos hablando de la Agroindustria.
Porque para hablar de Agroindustria, es necesario hablar de campo. De las personas que habitan el interior profundo, de las familias ganaderas que se pasan de generación en generación ese placer inentendible de andar por el pueblo con las botas llenas de bosta. Porque antes de abrir una fábrica, antes que hablar de una “cadena”, tenemos que hablar del primer eslabón.
Ese eslabón, el primero que hace mover a ese gran engranaje llamado Agroindustria, es un productor rural. Un ñato que se levanta todos los días y mira la tierra, relojea el sol, y levanta la cabeza para ver las nubes. Esa persona que ve crecer sus plantas junto a su familia. Esa persona que desde hace décadas viene buscando sin querer la Soberanía Alimentaria Argentina. Ese, que el único pool que conoce es el del bar de la equina.
Y es por eso y para ellos que nació “Pan de Campo”, la nueva sección de Infocampo que sólo existe gracias al aporte invaluable de la Confederación de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur Ampliado (COPROFAM) y de la Federación Agraria Argentina (FAA), que nos traen historias de vida, historias de campo.
El primero de nuestros viajes fue a Mendoza donde nos tomamos un vino con los Camargo, luego caminamos hasta Tucumán para comer unos ricos chorizos secos, y sin prisa ni pausa nos escapamos a Misiones para compartir unos mates. Hoy nos toca volver al oeste, porque los Romero nos esperan en La Rioja con unas aceitunas.
Ahí lo vemos a José, que nos espera con la tranquera abierta de su campo ubicado en Arauco, la localidad Cuna de la Olivicultura Nacional que ya se pelea con el mundo para conseguir la merecida Denominación de Origen de sus aceitunas. Y entramos…

Los Romero
José Romero nació en 1948, en un entorno productivo que siempre le interesó. “Cuando éramos chicos, mi madre nos llevaba a la cosecha. Recordemos que en esos tiempos no existía el pensar en el trabajo infantil. Así que a las 6:30 íbamos a cosechar hasta las 12:00, que volvíamos a almorzar, para estar a las 13:45 bañados y listos para ir rumbo a la escuela primaria. Yo soy el mayor de cuatro hermanos. Mi familia en aquel entonces tendría alrededor de seis hectáreas, con 600 plantas. Ese campo luego se vendió, cuando murió mi padre”, cuenta José y añade entre risas: “Mi abuelo se apellidaba Kura, mi padre Quinteros y yo, Romero. Somos un claro ejemplo de cómo se registraba aquí hace algunos años”.
Es que José Romero es nieto de Abid Kura, un emigrante sirio que hace más de cien años llegó a la Argentina, más precisamente a Arauco, donde por cuestiones de la vida se dedico a plantar olivos. Sus hijos adoptaron el apellido Quinteros, y uno de ellos, fue el padre de José. Cómo se pasó de Kura a Quinteros, y de éste a Romero, sólo el registro civil de Arauco podría responder.
Más allá de esa infancia en el campo, José se recibió de maestro normal nacional. Como tuvo el segundo promedio de la escuela, lo becaron para estudiar una tecnicatura en Saneamiento Ambiental en San Juan. “Como esa beca la daba la Oficina Panamericana de la OMS y Unicef y la provincia aportaba un 5% de los fondos, cuando terminé de estudiar volví a La Rioja, porque el contrato que habíamos suscripto indicaba que debía volver a prestar servicios a mi comunidad”, precisa.
Así, trabajó como técnico ambiental y también en un colegio como maestro para luego ser profesor de Educación Cívica en un secundario, celador, secretario y hasta rector suplente de dicha institución. “En ese momento presenté una nota a la policía para hacer una reunión en la Iglesia, trabajaba muy cerca de Monseñor Angelelli (beatificado el 27 de abril pasado) y esa firma hizo que yo estuviera marcado luego, durante la dictadura que comenzó en 1976. Así, en 1978 decidieron dejarme prescindible de mi trabajo como técnico y continué como docente en ese colegio religioso”, detalla.
En 1976, era soltero. Fruto de su trabajo pudo comprar un lote de 3 hectáreas en Aimogasta. Pensaba irse a vivir allí y en el que plantó sus primeros olivos, que mantiene hasta hoy. “Nunca pensé en plantar otra cosa, seguramente por la tradición del lugar y porque el olivo para nosotros significa muchísimo. Lo consideramos una fuente de vida: en el trabajo participamos directa e indirectamente un montón de gente. El dueño del olivo ocupa mano de obra para cosechar, va a la fábrica y significa traslado, en la zona, adquiere insumos, mueve toda la economía acá. Y es un afecto de todo un pueblo que se debe a la olivicultura porque genera una riqueza que tiene que ver con las muchas tareas que se cumplen. Cuando hay cosecha nos beneficiamos todos porque se pone en marcha todo el pueblo. Y en mi caso eso se profundizó porque mis abuelos y mis padres habían tenido finca y plantaban olivos variedad Arauco, reconocida en el mundo, por la calidad”, cuenta José que hoy tiene 300 plantas en su finca.
En 1982 se casó con Elena Amelia Salom (también hija de comerciante y productor de olivos). Al principio vivían en un establecimiento de elaboración de aceitunas de un amigo de él, donde hacían las veces de serenos. Más tarde construyeron su casa, que queda a un kilómetro de la finca. Ella es docente de música (ahora jubilada también) y siempre ejerció como tal. Pero, en paralelo a sus trabajos, comenzaron las actividades en la finca juntos, dando origen a su producción familiar. Tuvieron tres hijos: Juan José, Ruth Gabriela y María Amelia, que también participaron del emprendimiento familiar.
Al momento, la hija mayor está casada, es licenciada en inglés y vive en Córdoba; la hija menor está finalizando la licenciatura en geografía y el varón trabaja en la elaboración de aceitunas, en la que era la planta Nucete. Estos dos últimos viven con Elena y José en Aimogasta.

“Mis tres hijos han participado en el emprendimiento familiar. Y yo siempre digo que mi hijo es el seguidor de todos mis sueños no cumplidos. Más allá de que trabaja en una fábrica de 6 a 15, después viene a la finca y producimos juntos allí. Por ejemplo, entregamos aceitunas en garrafas de 5 kilos a un cliente en Tucumán. También me acompaña ocupándose de que la finca esté regada, cuidando a los cosecheros, viendo que no nos roben el producto, nos da una mano en la elaboración y en la fermentación de la preparación también”, cuenta José y añade que también se sumó a ayudarlos Marisa, su nuera y pareja de Juan José.
Su familia produce entre 8.000 y 10.000 kilos, pero este año estima que será mucho menos, alrededor de 1000 kilos, por cuestiones climáticas.
Vinculación con el Estado
En los años ’90, José se vinculó con el Programa Social Agropecuario (PSA). “El PSA brindaba muchas capacitaciones y nos daba muchas oportunidades a los productores familiares. Yo estuve en un evento en Turín, en la defensa de la cocina tradicional y en muchos otros ámbitos. En esa época, yo iba en representación de mi zona, porque según la organización que tenía el programa, teníamos una mesa  provincial del PSA, integrada por representantes de los 18 departamentos de La Rioja, de la cual cuando había que viajar a Buenos Aires asistíamos dos personas. Yo era uno de esos. En ese ámbito recibimos mucha capacitación y vinculación con el asociativismo. Nos enseñaron a cómo desempeñarnos frente a una cámara, hemos tenido muchos cursos de capacitación en liderazgo; conocimos Buenos Aires, aprendimos a pedirles a los funcionarios. Estábamos muy bien preparados porque se trabajaba desde lo local hacia lo nacional, por regiones. Así que cuando llegábamos a la Capital, podíamos ir 4 u 8 representantes (uno por región) y explicar completamente las problemáticas o necesidades que había”, recuerda José.
También estaban vinculados con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). “Estamos participando en el INTA desde que se creó la Estación Experimental Aimogasta. La agricultura familiar le debe mucho al Instituto y nosotros le debemos mucho porque hemos nacido como grupo en sus instalaciones”, nos cuenta José.
En el año 2004, en el marco de una reunión de la Mesa de la Sanidad del Olivo que se realizó en justamente en la sede del INTA, surgió entre los productores la idea de unirse y organizarse. Así, nació el grupo “Aimo Arauco”. “En el inicio, éramos 65 productores, hemos llegado a ser una experiencia de casi 300.000 kilos. Entre el año 2009 y 2010 pudimos aprovechar una política pública que nos permitió arrancar, al acceder a un crédito del programa denominado INTERRIS, que provenía de la fundación ArgenInta, que nos permitió acceder a trescientos cincuenta mil pesos, que pudimos devolver en dos años, que se podía usar para comprar maquinarias o bienes de trabajo. Con ese dinero pudimos comprar unas piletas de fibra de vidrio, que son donde nosotros hacemos la fermentación, para cumplir con los protocolos de higiene que garantizan la inocuidad y el aseo de las tareas. Antes lo hacíamos en piletas de cemento o de ladrillo, pero era un dolor de cabeza porque siempre había grietas. Ese préstamo también nos permitió demostrar que unidos podíamos mejorar las condiciones de compra y que el asociativismo es una gran solución para la agricultura familiar. Hay que remarcar que las piletas las instalamos en un galpón que también lo hicimos nosotros, en un lote que aún hoy cada integrante está pagando”, relata Romero.
Cabe señalar que el programa INTERRIS le permitió a cada familia integrante del grupo pedir lo necesario para comprar las piletas que necesitaba, de acuerdo a su producción. José y su familia adquirieron dos, una de 2000 y otra de 3500 kilos, por un monto de $15.000. Pero más allá de esa decisión individual, ubicaron a las piletas todas juntas, en un galpón, lo que les permitió facilitar el proceso productivo de sus aceitunas en salmuera a granel, el producto que elaboran en el grupo.
De ese grupo inicial de 65 integrantes, hoy son 35. “Se ha ido decantando porque muchos se acercaron al principio, tentados por el crédito, pero no les gusta el cooperativismo. Pero para nosotros, el aspecto principal es el asociativismo. Cuando alguien quiere ser parte le planteamos esta prioridad, porque el individualismo no se tiene en cuenta en este grupo. Estamos convencidos de que la salvación de nuestro sector es el asociativismo. Porque cuando queremos cosechar no es lo mismo hablar de 200.000 kilos que hablar de 5.000 kilos por un lado, 3 mil por otro… para negociar y para todo. Si queremos comprar los insumos para la elaboración es muy diferente ir solos”, relata José y precisa: “Porque ahora hay un problema adicional. Antes uno iba y compraba una bolsa de soda cáustica como si fuera una bolsa de azúcar. Ahora no la venden así nomás, porque hasta hay que guardar la bolsa vacía, es muy controlado en el último tiempo la venta de los ácidos, porque han sido usados también en las cocinas de las drogas también. Así que nosotros seguimos consiguiendo adhesiones y comprendiendo fundamentalmente por qué nos tenemos que unir, por qué nos tenemos que formalizar. Con esta nueva economía globalizada, no podemos andar vendiendo en negro. Hemos adoptado y estamos capacitándonos con las buenas prácticas”.
Tiempo más tarde, el grupo firmó un convenio con el INTA y con el Conicet que les permitió montar un laboratorio dentro de la fábrica, en el mismo predio con el que ya cuentan, para realizar análisis parciales que tienen que ver con la elaboración y el control del proceso de fermentación de la aceituna. También a través de ese convenio con dicho instituto, el ingeniero agrónomo Julio Juárez (de la Universidad Nacional de La Plata) que integra el equipo de extensión del INTA Aimogasta realizó una tesis planteando la reutilización de la salmuera, que es lo que utilizan para sacarle el amargo a la aceituna verde. A través de ese estudio, demostró hasta cuántas veces pueden utilizar ese producto y los ha beneficiado, porque les permite ahorrar agua y dinero. Con él, comprobaron que pueden volver a utilizar los líquidos hasta cinco veces, lo cual implicó un ahorro en insumos (sal y soda cáustica) y, fundamentalmente, la reducción del uso del agua. Esto último representa un ahorro muy importante para los productores en los costos de elaboración. Finalmente, firmaron un convenio con la Universidad Nacional de Catamarca (UNCA) para el uso de un deshidratador solar de frutas y hortalizas. “Esta ha sido también una herramienta de la Agricultura Familiar que nos dio excelentes resultados”, señaló José.
Es evidente que todas estas articulaciones les abrieron oportunidades. Pudieron vender en la Exposición Rural, en la feria montada en Tecnópolis y en otros ámbitos.
“Ahora que estamos asentados, queremos avanzar hacia una estructura de cooperativa. Porque venimos vendiendo a granel, sin clasificar y sin envasar. Y organizarnos así nos va a permitir no sólo avanzar en el agregado de valor sino también en la registración, en poder emitir facturas y dar otros pasos”, detalla José.
Sin dudas, el trabajo conjunto mejoró la situación de los productores, que relatan que antes, entregaban individualmente sus producciones a los industriales, que eran los que fijaban el precio, la fecha de cosecha y tomaba todas las decisiones. “Juntarnos y tener nuestra propia plantita de elaboración, nuestro propio galpón, nos ha dado trabajo a los integrantes de la familia y nos ha liberado de estar dependiendo de que el industrial baje los cajones y baje el precio. Hoy nosotros cosechamos, elaboramos en el tiempo que la fruta está en óptimo estado y no dependemos del industrial. Antes éste recibía la fruta sin precio y cuando la tenía en su poder aplicaba descuentos. Ahora estamos liberados de esa dependencia, lo que nos da un margen de ganancia y, fundamentalmente, nos da trabajo de nuestra propia materia prima. Hemos logrado dignificar nuestras tareas”, indica.
Y añade: “El asociativismo debería ser una política de Estado. Eso sería la salvación y nosotros lo hemos vivido en carne propia. Ahora compramos mejor y tratamos en mejores condiciones toda la cosecha. Antes, ésta se hacía con la familia. Hoy hay un cuadrillero responsable de 60 cosecheros, y cuando uno le va a hablar y le dice mi organización tiene 300.000 kilos, el hombre me busca cuatro o cinco veces al día, pero cuando estamos solos, nadie nos presta atención. No cosecharíamos nunca así por nuestra propia cuenta. Tiene que haber una política de estado que entienda que el asociativismo es la salvación. Nosotros podemos exportar, también garantizar y ser proveedores permanentes y formalizarnos, pero necesitamos un acompañamiento que entienda que el asociativismo es la salvación de la agricultura familiar en la región”.
Hoy y mañana
En la actualidad, el grupo ya ha podido pagar más del 80% del valor del terreno donde montaron el laboratorio. Explica José: “Cada uno de nosotros, de nuestro bolsillo y sin crédito, estamos pagándolo. El lote lo elegimos porque era de una integrante del grupo, que nos dio la facilidad de empezar a hacer las cosas e ir viendo cómo lo pagábamos. Así que lo hicimos cotizar con un tasador del Banco Nación y se lo estamos pagando, aún con el esquema que mantenemos, bajo la denominación ‘organización de productores olivícolas tradicionales’. Allí tenemos el galpón, cerrado, de unos 20 metros de largo por 12 de ancho, que lo construimos con nuestro trabajo. En lo referido al laboratorio, el grupo llevó adelante la obra civil y toda la instrumental fue guiada y asesorada por el INTA con la auditoría, alrededor del año 2008. Ahora queremos comenzar a ofrecer servicios de análisis de salmueras de sodas, brindar un servicio con algunos jóvenes egresados de bromatología de la zona, algunos de los cuales son hijos de los que integramos el grupo”.
Cabe señalar que, al momento, se ha instrumentado un clúster olivícola en La Rioja, porque es la principal productora de aceitunas y de aceite de oliva, del país. Si bien este año iba a ser de mucha producción, hubo viento zonda —un viento caliente que sopla en la zona— y les quemó la flor y parte de lo que ya había cuajado.
“Nos agarró en plena floración, o sea que tuvimos una cosecha media, cuando lo que se esperaba es que este año fuera de mucha cosecha. Así que hemos avanzado con la idea de definitivamente formalizarnos, hacer el envasado de toda la fruta en origen. Lamentablemente, por ahora no tenemos crédito. Y vivimos un momento difícil porque por la misma incertidumbre económica que se vive en el país, muchos de los productores temen endeudarse, porque implica ponerse al hombro una mochila que no saben si van a poder pagar. Sin embargo, por otro lado estamos bien, porque entre el 85 y el 90% de la producción se exporta a Brasil que es el principal consumidor de nuestras aceitunas”, cuenta José.
Consultado acerca de cuáles son sus expectativas, Romero no lo duda: “Mi sueño es ver que pudimos llevar adelante la cadena completa. Porque hoy nosotros estamos vendiendo a granel, lo que significa vender sin la etiqueta del grupo, cada uno busca sus clientes, porque es difícil vender cuando no tenés un comprobante. Vino una experiencia de gente que nos ha llevado y nos ha pagado la primera y la segunda cuota y la tercera ya no nos pagó porque nos exigían factura. Espero que en el corto plazo podamos llevar las aceitunas a nuestra planta de elaboración y salgan en un frasco y no que estemos vendiendo una pileta de 2000 kilos y que se la lleven. Y ese sueño personal es también el de los otros que conforman el grupo, que podamos resolver la cuestión de nuestra propia producción”.
Para eso, se necesitaría que el Estado los pueda identificar y darles el valor que ellos merecen. “A nivel nacional, tiene que haber un diseño de políticas públicas que realmente nos pueda favorecer. En créditos tienen que ser diferenciados de los que ya tienen acceso hasta ahora; también debe haber una diferenciación a nivel impositiva, porque pagamos igual que los grandes, que tienen otro modo de comportarse y de solucionar sus cosas. El Estado tiene que detenerse en las economías regionales y pensar que estamos en una diferencia de trabajo con los grandes productores”, asegura Romero. E indica que, a nivel provincial, tampoco hay distinción: “No hay nada articulado. Vienen las épocas de la política con dos tachos de aceite y unas bolsas de azufre micronizado, a plantear una campaña totalmente fuera de foco. A nuestro entender, la provincia tiene solamente la misión de apoderarse de lo que en nombre nuestro va y pide en Buenos Aires, pero lo asigna a los concentrados, a los que no lo necesitan porque ya tienen todo en regla. El Estado tiene que insistir en la identificación nuestra en los territorios. Deben saber quiénes somos, dónde vivimos y qué tenemos, además de dónde tenemos los olivos. Porque en La Rioja ha pasado que llegó dinero para ayuda y se le entregó a quienes no tenían olivos”.

José señala que, en el Foro Nacional de la Agricultura Familiar, han planteado esta necesidad. Pero siente que aún no se ha completado esa identificación. “La complejidad nuestra como agricultores familiares requiere de un instituto específico, que ahora no sabemos cómo se llevará adelante con los cambios previstos en el INTA. Lo único que sabemos es que nosotros no estamos llamados a abandonar nuestras tierras y seguiremos produciendo. Somos el 70% de la producción de alimentos en el país. Amamos lo que hacemos, somos arraigo en la tierra, cuidamos la frontera, cosechamos y sembramos cuidando el suelo y el ambiente, porque ya lo traemos de nuestros ancestros. Sin embargo, ese esfuerzo no es reconocido. Anhelo que algún día, finalmente, esto suceda”, concluyó, esperanzado.
La relación con FAA
Los Romero se vincularon más fuertemente con la entidad a partir del año 2007, cuando se realizó la denominada “Marcha por el desarrollo rural y los pueblos del interior”, una caminata desde Jujuy hasta Buenos Aires. “Desde once puntos de todo el país marchamos para confluir en Rosario, en el Monumento de la Bandera, donde se hizo un acto y luego continuamos hasta la Ciudad de Buenos Aires, donde se realizó el acto de cierre. Esto en coincidencia con el aniversario del Grito de Alcorta, que dio vida a la FAA. En ese momento, pedíamos que los problemas, particularidades y necesidades de todos los productores del interior estuvieran en la agenda pública y política, fue una gesta muy linda”, recuerda José y asegura que, por toda esa historia local, apenas se constituyó el grupo, se asociaron a FAA, y desde ese momento continúan en la entidad.
La pluma original de este texto es de Vanina Fujiwara – Corresponsal Coprofam en Argentina.

Fuente: InfoCampo

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