Los niños y adolescentes argentinos se encuentran entre la población más golpeada por la pandemia. Desde que se declaró el confinamiento obligatorio en marzo de 2020, ese sector vio trastrocada intensamente su vida cotidiana al limitarse su escolarización, actividad principal y, en muchos casos exclusiva, que condicionó no solo su contacto físico con pares y docentes, sino que implicó también una involución de su nivel escolar, cuando no una interrupción de alcance indefinido por abandono o imposibilidad de acceder a la comunicación virtual. Retener a los que aún se mantienen en el sistema y recuperar a los perdidos es una tarea ciclópea. Con más de un 60% de pobreza infantil, hay aspectos todavía más dramáticos: una gruesa proporción de esos chicos se ha quedado sin el único plato de comida o la copa de leche diaria que les brindaba la escuela. Eso implica más pobreza, en desmedro de la salud, mayor exclusión y menos desarrollo. Las ayudas económicas gubernamentales que se sumaron durante el último año y medio no llegan a suplir carencias tan profundas, como tampoco lo hacían en la prepandemia.El deterioro también se profundizó entre los adolescentes más vulnerables, con una probabilidad de experimentar inseguridad alimentaria que se duplicó. La inseguridad alimentaria se incrementó casi 4 puntos porcentuales entre 2019 y 2020, mientras que la situación más grave y que afecta de modo directo a los niños y adolescentes subió 1,5 puntos. Son esos algunos de los datos preocupantes que arroja el documento “Nuevos retrocesos en las oportunidades de desarrollo de la infancia y adolescencia. Tendencias antes y durante la pandemia de Covid-19”, presentado en el seminario académico “Infancia y desarrollo humano en tiempos de pandemia”, del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.Esta situación confirma que la transferencia de ingresos por parte del Estado no solo no es una solución, sino que ya no es eficaz ni para dar respuestas de corto plazo. Con el avance de la pandemia creció incluso el trabajo infantil. Según la Organización Internacional del Trabajo, el 16% de los jóvenes entre 13 y 17 años realiza tareas orientadas al mercado. De ese total, el 50% comenzó a hacerlo durante el período más restrictivo de confinamiento. Y esto, sin dudas, tiene una relación directa con la caída del empleo en los mayores.Otro aspecto sumamente importante es el agravamiento de las brechas entre niños y adolescentes argentinos en cuanto al uso de tecnología, según su posibilidad de acceso. Por ejemplo, la comunicación a través de redes sociales (WhatsApp, Facebook, Instagram, entre otras) fue más frecuente en los estratos sociales más bajos y en la educación inicial y primaria. En cambio, los más aventajados usaron plataformas virtuales como Zoom, Teams y Classroom, lo que les ha permitido una mayor interacción y acceso a contenidos.A la falta de intercambio presencial se sumó la restricción de actividad física, que disminuyó un 70% en niños y jóvenes. Un reciente estudio de Unicef indica que el 13,6% de los niños menores de cinco años tiene exceso de peso, lo que trepa al 41,1% en la población de entre 5 y 17 años.Ante la falta de catalizadores como los docentes, muchos niños y jóvenes sufrieron también más situaciones de peligro o violencia en sus hogares. Para completar el panorama, no podemos pasar por alto que también en el segmento infantil y juvenil decrecieron fuertemente las consultas sobre temas vinculados con la salud. Se estima que la merma de controles preventivos se incrementó casi 12 puntos porcentuales, mientras que el de la salud bucal subió 23 puntos. Incluso, si bien el aumento de la carencia fue mayor a medida que se sube en edad, en la primera infancia se duplicó.La pandemia expuso con crudeza la Argentina desigual que ya nadie puede hoy ocultar. Enfrentamos el desafío y la oportunidad de cambiar sin más demoras esta situación. Necesitamos consensuar políticas de Estado coherentes y cumplibles, pensando en el largo plazo, sin mezquindades ni cálculos electorales. No nos cansaremos de repetirlo: apostar a la educación es la única salida posible.

Fuente: La Nación

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