Entre el audio de la diputada cristinista Fernanda Vallejos que se filtró a la prensa y la furibunda carta pública de Cristina Kirchner contra Alberto Fernández y su entorno, quedó confirmada en la práctica una hipótesis que alguna vez dejó trascender un antiguo colaborador de Néstor Kirchner: “Con los Kirchner, solo se puede ser súbdito o enemigo”.Al margen de los adjetivos que no ahorró la diputada Vallejos para calificar al Presidente (“enfermo”, “sordo”, “ciego”, “okupa”, “mequetrefe” e “hipócrita”, entre otros), hay en sus declaraciones una frase que no deja lugar a dudas sobre el papel que, para el cristinismo, debe cumplir quien hoy se encuentra al frente del Poder Ejecutivo Nacional.“Este señor, que gracias a Cristina y a todas y todos nosotros está sentado en el sillón de Rivadavia, no tiene ningún mérito propio para estar sentado ahí. Y entonces se tiene que allanar… Allanar a lo que le diga Cristina que tiene que hacer. ¿Por qué? Porque Cristina es la representación de la voz del pueblo argentino. Por su boca habla el pueblo argentino, no por la de Alberto Fernández, por la del pelotudo de Guzmán, de Kulfas, que se dedicó a escribir libros en contra de Kicillof, o la pelotuda de Vilma Ibarra, que hacía publicidad escribiendo o hablando en contra de Cristina”, señaló Fernanda Vallejos en ese audio que, según trascendió, estuvo dirigido a un grupo de economistas que, al igual que ella, integran un grupo de chat.Antes de pedir disculpas por su vehemencia, la legisladora se preguntó, en referencia a los mencionados miembros del gabinete de Alberto Fernández y al propio primer mandatario: “¿Por qué no se van a cagar y se ubican un poquitito a ver adónde están parados? Gracias tienen que dar de tener el privilegio de ocupar los lugares que ocupan, que no se los ganaron”, concluyó. Solo le faltó pedirle al Presidente que presente su renuncia y la deje su lugar a Cristina Kirchner.Para muchos observadores, esas afirmaciones de la diputada no son otra cosa que el pensamiento íntimo de la vicepresidenta de la Nación. Fernanda Vallejos pareció copiar, incluso, hasta algunos epítetos de grueso calibre como los que solía prodigarle Cristina Kirchner a su correveidile, el senador Oscar Parrilli.Pero por si alguna duda cabía acerca del pensamiento de la vicepresidenta de la Nación, su carta pública, conocida ayer al anochecer, blanqueó todo. En especial, su último párrafo, donde Cristina Kirchner afirma lo siguiente: “Cuando tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente de todos los argentinos y las argentinas, lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Solo le pido al Presidente que honre aquella decisión. Pero, por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino”.Poco importa que en la frase final la vicepresidenta hable de la voluntad del pueblo argentino. En su concepción autoritaria del poder, que exhibe con todas las letras la diputada Vallejos, Cristina es el pueblo y la voluntad del pueblo es su propia voluntad.¿A qué se puede referir Cristina Kirchner cuando le pide a Alberto Fernández que honre la decisión de ella de nominarlo para la presidencia de la Nación en 2019? A que el jefe del Estado honre todas sus maniobras tendientes a garantizarle impunidad en las causas judiciales en las que la vicepresidenta está procesada. Y a que el Presidenta se someta mansamente a sus decisiones. Como si el Poder Ejecutivo fuese un poder vicepresidencial.La historia argentina cuenta con ejemplos de líderes políticos que han ungido candidatos presidenciales que, una vez en el sillón de Rivadavia, protagonizaron graves conflictos con sus mentores. Las relaciones entre Julio Argentino Roca y su concuñado, el presidente Miguel Juárez Celman, constituyen un ejemplo, que terminó con la renuncia de este último, en 1890, apoyada por el propio Roca. Los conflictos entre Eduardo Duhalde y su delfín político, Néstor Kirchner, también estuvieron a la orden del día tras la llegada del santacruceño a la Casa Rosada; solo que, en esta ocasión, el elegido se desembarazó con éxito de su mentor.Hay un caso incluso más recordado como el del presidente Héctor Cámpora, quien tras 49 días en la presidencia de la Nación, debió renunciar para permitir el nuevo ascenso al poder de quien lo había consagrado como candidato: Juan Domingo Perón.La relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, sin embargo, no registra antecedentes, por cuanto es la primera vez que hay un presidente ungido por su compañero de fórmula y que el supuesto jefe político –Cristina en este caso– está en la línea directa de sucesión de su delfín.Lo cierto es que las opciones para el actual presidente pasarían por asumirse como un subordinado o un súbdito de la vicepresidenta, o bien convertirse en su enemigo. Cualquiera de las dos alternativas implicará graves consecuencias políticas y probablemente económicas.¿Cuánto habrá de cierto en las expresiones que ayer deslizó Alberto Fernández en el sentido de que la gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que él estime conveniente, puesto que para eso fue elegido? No lo sabemos. No obstante, es cierto que, hasta el momento, el primer mandatario ha recibido más apoyos políticos de gobernadores y sindicalistas que la vicepresidenta. Como también es cierto que, después de la debacle de las PASO, nadie en el cristinismo ha salido fortalecido y cuenta con suficientes avales como para imponer todas las condiciones y un nuevo gabinete al Presidente.No puede descartarse que, en los próximos días, Alberto Fernández y Cristina Kirchner pacten una tregua, con un cese de hostilidades, pero difícilmente alcancen un acuerdo duradero que se extienda más allá de los comicios generales del 14 de noviembre.Entretanto, como señaló el consultor Alejandro Catterberg, de cara a esas elecciones, el Frente de Todos se muestra como esos equipos de fútbol que, al cabo del primer tiempo están perdiendo 3 a 0 y cuyos jugadores, durante el entretiempo, en lugar de buscar alternativas tácticas para remontar el partido, se increpan mutuamente y se agarran a trompadas. Dirigentes de Juntos por el Cambio pueden estar frotándose las manos, pensando que están a punto de consolidar su victoria electoral por las torpezas de sus adversarios. Pero la irresponsabilidad de los dirigentes del oficialismo puede llevar a todos los argentinos a tener que lamentar males aún mayores para la vida institucional y para la situación socioeconómica.
Fuente: La Nación