Hace días dimos a conocer el caso de los Camargo. Una familia cruzada por la producción orgánica, el turismo rural, el laburo de sol a sol, vinos, olivas, arraigo, y tantas otras cosas más.
Con ellos nació nuestra nueva sección denominada “Pan de campo”, espacio dedicado a las historias y la vida de los protagonistas del agro. La harina de ese pan la trae la Confederación de Organizaciones de Productores Familiares del Mercosur Ampliado (COPROFAM) y Federación Agraria Argentina (FAA) se encarga del trigo. ¿Infocampo? Nosotros lo ponemos en el horno.
¿Qué es pan de campo? Es el tuco de la abuela que nos llama desde las narices para ir a probarlo. Es el mate compartido con el abuelo mientras estira las patas en la reposera debajo de la ligustrina. Es la pastafrola de membrillo recién salida del horno. Es escuchar a Atahualpa Yupanqui cantar Luna Tucumana y no querer interrumpirlo.
Acá no corremos detrás de Vicentin y todo eso. Acá no importan las divisas y los números de la agroindustria, porque acá contamos los callos en las manos. En este espacio no miramos la nutrición balanceada de los cultivos o la desbalanceada de nuestros políticos. Acá, en “Pan de campo”, Los Hermanos Ábalos y Los Chalchaleros no pueden cantar porque están ocupados jugando al truco mientras se hace el asado.
Hoy es tiempo de conocer a Verónica, Gladys, Zaira y Eugenia: “Las maestras del Chacinado” o “Las reinas de Los Tres Reyes”. Hoy es tiempo de hacer una pausa y viajar a Tucumán, y como arrancan los cuentos para niños: “Había una vez cuatro reinas y tres reyes que vivían…”.
Tres Reyes: Cuatro Maestras
Las hermanas Romero (Gladys y Eugenia), emprendieron junto a sus cuñadas Verónica Matteucci y Zaira Serrano, un consorcio de cooperación denominado Los Tres Reyes.
Verónica Matteucci es la administradora y responsable legal del consorcio de cooperación “Los Tres Reyes”. Según sus cuñadas (Gladys y Eugenia Palacios), se desempeña como líder del grupo. “Como es la más joven, es la que encara, sale, habla, viaja… la que más iniciativa tiene en todo. Aunque después trabajamos todas juntas, hombro a hombro”, explican.
Vero nació en San Miguel de Tucumán y a los 17 años se casó con Reymundo Palacios, y se mudó al campo de 60 hectáreas que tenía la familia de su marido, en Agua Dulce (departamento Leales), a 33 kilómetros de su ciudad natal.
Hasta ese momento, en la finca se dedicaban a la apicultura, a la caña de azúcar y tenían algunas gallinas. Hoy, con mucha agua debajo del puente, tiene cuatro hijos y uno de ellos, Germán, colabora con el consorcio junto a un nieto.
“Hace alrededor de seis años, el azúcar en Tucumán no tenía precio, por lo que no podíamos vender el producto; entonces decidimos comprar tres madres. Con ellas nos fuimos haciendo de lechones y pudimos armar un pequeño criadero de cerdos. Cuando llegamos a las 20 madres, faenábamos y vendíamos carne; pero como resultaba muy barata, tampoco nos rendía”, explica Verónica.
En ese momento, ya no solo vendían los lechones, sino que también tenían una pista y llevaban a engorde (a 100 o 110 kg) para vender colgado en el gancho. En principio para poder comercializar mejor la caña, y luego para ingresar como grupo a Cambio Rural (programa de la Secretaría de Agricultura y Ganadería de la Nación). Lo lograron y se constituyeron formalmente como consorcio.
Gladys Palacios vive en San Miguel de Tucumán porque sus dos hijos mellizos, aún estudian allí, así que todos los días viaja a Agua Dulce para trabajar.
“En el consorcio también está mi hermana, Eugenia (que es enfermera y tiene dos hijos), y la esposa de mi hermano Avelino, que se llamada Zaira Serrano (que tiene dos hijos, uno de los cuales es contador y nos ayuda también)”, explica Gladys.
En un momento, la familia Romero se dedicaba a la cría y mantenían la finca que les dejaron los padres. “Pero más tarde nos dimos cuenta de que era mucho mejor sumar valor. Veíamos que convenía hacer salames, chorizos, es decir procesar esa carne. Así que decidimos ir las cuatro a hacer un curso de maestras chacineras”, cuenta.
La capacitación las unió aún más; estudiaron durante años en la Banda del Río Salí, en la escuela piloto Niñas del Ayohuma.
En paralelo, hace alrededor de nueve años Verónica se vinculó con Federación Agraria Argentina (FAA). Había conocido a Susana Ocampo, entonces referente de Mujeres Federadas, quien la había invitado a participar de las actividades de la entidad: al poco tiempo conformó un grupo de mujeres en su zona. Además, como con sus cuñadas tenían el único grupo de Cambio Rural de cerdos aprobado en la provincia, fue invitada a una reunión en la que se juntarían productores del este tucumano, a la que asistirían referentes del Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán (IDEP).
En ese encuentro se formó la denominada Microrregión del este tucumano. Los asistentes fueron invitados a presentar proyectos que permitiesen la consolidación de dicha zona.
En ese momento, las cuñadas no lo dudaron. Tenían experiencia en la producción, habían estudiado y venían elaborando chacinados de manera artesanal en la que fuera la casa materna de los Palacios, que había quedado vacía. “Hacíamos todo a mano: picábamos, mezclábamos, todo. Sabiendo que había dinero disponible del BID para apoyar proyectos como los nuestros, inmediatamente pensamos en armar una sala comunitaria de chacinados y un emprendimiento de alimentos balanceados, de modo de configurar una cadena de agregado de valor”, recuerdan.
Ellas pensaban en recibir el maíz de los vecinos, producir el alimento, criar los cerdos y elaborar los chacinados. Es decir, buscaban configurar toda la cadena de producción.
Ambos proyectos fueron aprobados. Con el apoyo técnico del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), del IDEP y del INTA, en tres años pudieron inaugurar la sala comunitaria. Fue en 2015, con máquinas que pudieron adquirir gracias a los fondos dispuestos por el BID. Durante el proceso, siguieron elaborando sus productos de manera completamente artesanal.
A la fecha, por razones que las exceden, la planta elaboradora de alimentos balanceados no está en funcionamiento. Tuvieron problemas con el abastecimiento de electricidad, por lo que debieron hacer gestiones para cambiar el transformador y el medidor. Cuando lo lograron, se encontraron con una gran suba en el precio de la electricidad, a raíz de la quita de subsidios.
“Solamente con la sala de chacinados estamos pagando 25.000 pesos de luz. Para que la planta pueda funcionar como está previsto en el proyecto —que indica que debemos vender a precios diferenciados— tendríamos que contar con algún tipo de tarifa especial, porque con los valores actuales es imposible ponerla en marcha”, indicaron las cuñadas.
Por el contrario, la sala comunitaria de chacinados funciona tal como lo esperaban. Con las máquinas lograron mejorar los procesos productivos y, lo más importante, abrirse a la comunidad. “Como planteamos en el proyecto, estamos trabajando con la gente, que trae sus cerdos y se lleva el producto terminado. Nosotras les cobramos un porcentaje (30%) con el que proveemos los insumos necesarios, como condimentos, tripas, luz y mano de obra. A veces se llevan el producto procesado y otras lo dejan para que lo vendamos nosotras”, señalan. En la sala producen salame, fiambre, frescos (chorizos y morcillas) y carne envasada al vacío.
Tras seis años de funcionamiento, la evaluación que hacen las mujeres es muy buena. Aseguran que, por un lado, les da mucha satisfacción haber logrado equiparse con las maquinarias que necesitaban, sin tener que invertir dinero sino poniendo el lugar y pudiendo devolver ese beneficio a su comunidad, a través de su trabajo.
Desde lo productivo, indican que su producción les reditúa el doble o el triple de lo que ganarían si vendieran la carne. “Si un kilo de capón hoy se vende a 130 pesos, nosotras estamos vendiendo un salame de 600 gramos a 400, es decir que por un kilo nos pagan mucho más de lo que nos darían por nuestra carne de cerdo”, explican y aclaramos que los precios pueden diferir de la realidad por la fecha de publicación de esta nota.
Cuando producían sin las máquinas hacían unos 100 kilos de salame por mes, mientras que ahora llegan a unos 600 kilos, entre producto propio y de terceros. También sumaron la posibilidad de estacionar jamones en la cámara, cosa que antes solo podían hacer en el invierno.
Además, desde lo social y la relación con los otros productores de la zona, les permitió conocer a muchas personas que les traen sus animales para procesar. “Se han integrado mucho los productores y hay muchos criando cerdos ahora”, contaron.
Por otro lado, sostienen que su actividad casi no genera impacto ambiental, pues en la elaboración utilizan los diversos subproductos y derivados del cerdo y no emplean químicos.
También tuvieron cambios vinculados con la comercialización. Antes de montar la sala, vendían a los vecinos, en fiestas y festivales a los que eran invitadas y también (desde hace seis años) participando en la Exposición Rural, donde alquilaban un stand para despachar sus productos. Luego de que comenzaran la actividad en la sala, las invitaron a participar de la feria municipal de la ciudad de San Miguel de Tucumán, donde cuentan con un stand todos los domingos. “La gente nos busca por nuestros productos”, aseguran.
En cuanto a los desafíos y los proyectos a futuro, quieren desarrollar la marca y avanzar en los permisos necesarios para comercializar en otras provincias.
“Justamente por nuestra participación en la feria, fuimos invitadas a llevar nuestros productos a la fiesta federal de la vendimia, en Mendoza. En ese momento nos dimos cuenta de que, sin la marca, no podíamos avanzar con los permisos sanitarios necesarios para ingresarlos a otra provincia. Por eso comenzamos los trámites en la Dirección de Alimentos”, comenta Verónica.
Y agrega: “También quisiéramos industrializarnos un poquito más. Hay unas cuantas máquinas que nos hacen falta. Todavía picamos el tocino a mano, que es lo que más tiempo nos lleva, porque demora mucho y nos complica, así que estamos siempre viendo si aparece algún crédito o proyecto en el que podamos sumarnos. Porque no tenemos maquinarias industriales: todo es artesanal, todo es chico. Tenemos la embutidora, pero seguimos atando los salames a mano, seguimos colgando a mano… casi todo sigue siendo artesanal”.
Gladys evalúa: “Realmente se trata de un proyecto que lleva mucho trabajo y requiere mucho tiempo. Nosotras hacemos todo acá. A veces viene alguno de nuestros hijos, porque es pesado el tema de la carne y alimentar a los cerdos. El trabajo de las abejas a veces lo hace mi otro hermano con uno de los hijos, porque no podemos todo nosotras. Las expectativas siempre son altas, pero las cosas están difíciles. Valoramos mucho hasta dónde hemos llegado hasta ahora, pero las expectativas son que podamos crecer aún más para que nuestros hijos puedan trabajar en esto. Esperamos poder crearles algo para el futuro, que puedan subsistir y vivir bien con este consorcio. Hoy, pagar los servicios nos cuesta horrores, pero estamos luchando para lograrlo y salir adelante”.
Por su parte, añade Zaira: “Trabajar con las chicas me hace sentir muy bien; cuando nuestros hijos o esposos tienen un poco de tiempo libre también nos ayudan y eso es bueno. Espero que podamos crecer en este emprendimiento. Mi sueño es poder tener la marca de nuestros productos, para poder seguir avanzando, así como también tener un medio de movilidad, para poder transportar nuestra producción, entrar y salir cuando haga falta. Además, sería muy bueno poder contar con un local para poder vender nuestros productos”.
“Empezamos con tres madres. Hoy tenemos 60. Seguimos con muchas ganas de crecer, para nuestras familias y para seguir ayudando a nuestra comunidad. Nuestras vidas cambiaron un 100% desde que comenzamos hasta ahora, así que continuaremos trabajando para hacer realidad nuestros sueños. Creemos que vamos por el buen camino y si se presentan oportunidades, como hasta ahora, no vamos a dudar en tomarlas”, coinciden las cuñadas.
Agradecimiento especial a Vanina Fujiwara, correponsal de COPROFAM en la Argentina, que le pone vida a estas letras.
Fuente: InfoCampo