Por debajo de los resultados de las últimas elecciones subyacen procesos socioculturales profundos. Prácticamente todos los observadores profesionales planteaban el enigma sobre cómo habría de votar el núcleo social duro del kirchnerismo situado en los barrios humildes de las segunda y tercera secciones electorales del Gran Buenos Aires. No era para menos: allí no suelen llegar los radares de las encuestas electrónicas, requiriéndose estudios cualitativos perturbados por los temores de la pandemia.No obstante, bastaba transitar en auto sus calles y centros neurálgicos para percibir postales de penuria corroboradas por el testimonio de referentes y vecinos en general: pequeños núcleos familiares en las esquinas vendiendo objetos personales, el arduo trabajo vecinal de recorrer merenderos y ollas comunitarias, largas colas nocturnas para aprovechar ofertas de alimentos anunciadas para el día siguiente. Y por sobre todas las cosas, esa “triste expresión que no es tristeza” descripta por Antonio Machado; en este caso, disruptiva de una cotidianeidad vecinal pletórica de chistes y humoradas.¿Qué indicaban esas miradas? No era difícil colegir un sufrimiento apenas consolado por la experiencia compartida con vecinos y parientes. Tampoco nada nuevo; aunque nunca con la profundidad de estos últimos años. De madrugada, impresionaba la actitud corporal retractiva de aquellos que esperaban el colectivo en una parada. Al temor por la acción fugaz de expertos descuidistas se le añadía el miedo ante sus imprevisibles reacciones por el consumo de paco. ¿Cuál habría de ser la traducción electoral de este panorama?Experimentados referentes barajaban varias hipótesis, dado su trato cotidiano con sus vecinos: la abstención frente a un juego político lejano, el voto en blanco o la bronca canalizada hacia algunas opciones opositoras. Casi todos coincidían en otra novedad: la caducidad de aquello que en la última década dio en denominarse el “relato”. Un repertorio rancio y desmentido por la decepción luego de la breve esperanza de 2019. Tangible en la burla de los más jóvenes en las redes sociales respecto de los políticos en general, salvo el llamativo entusiasmo de muchos por la figura extradistrital de Javier Milei.Todos estos cambios fueron captados erráticamente por el oficialismo. Así lo reflejaba una candidata “careta” que apelaba al vínculo natural entre el goce erótico y “el peronismo”. O el proyecto de despenalización del consumo de la marihuana, que motivó el repudio de referentes y vecinos adultos atentos a la trivialización de aquello que solía ser el punto de partida de un camino de difícil retorno y desenlace casi siempre fatal.Un panorama sombrío para los oficialismos comunales. Atentos a las novedades, los alcaldes optaron por postergar el encendido de sus máquinas. Útiles en situaciones reñidas, se tornaban inseguras en ese contexto de aluvión protestatario. Precisamente, cuando la efectividad del reconocido menú de emolumentos bajo la forma de bolsas de alimentos, dinero, contratos o subsidios suele ser el dilecto para descargar electoralmente la ira contenida en contra de una “estructura” concebida como el nido de una venalidad diseminada en la sociedad. No por nada, en los barrios todos conocen los vínculos viciosos entre narcos, policías, poder político y judicial.El enigma, al cabo, se develó. Y si bien la mayoría de los oficialismos lograron esforzados triunfos, perdieron cientos de miles de electores “duros” entre abstenciones o votos opositores. Las interpretaciones economicistas resultan insuficientes. No fue solo un voto castigo por la destrucción de puestos de trabajo y changas, inflación y penuria alimentaria, sino también por los vacunados vip y el retorno de reconocidos “vagos” liberados por su militancia política. Y por el espectáculo obsceno de imágenes festivas en medio de las restricciones de la cuarentena que esta vez calaron hondo en todos los escenarios sociales; aunque particularmente en los más humildes.Abarcó tanto a los dirigentes de más alto nivel gubernamental como a sus operadores “vendedores de humo” que a cambio de subsidios miserables recortan “comisiones”, exigen compulsivamente la participación en marchas y cortes programados; y amenazan con la interrupción de pagos por varios meses o restricciones en los repartos de los comedores comunitarios. Allí en donde incansables dirigentes de base verifican la calidad deficiente, la escasez e incluso el mal estado de los alimentos dispensados desde municipios u organizaciones sociales.Fue, entonces, un voto en contra del desprecio de quienes se arrogan la representación del “pueblo” o la de “los que menos tienen”. Y que, concentrados en el ejercicio extenuante de “la trenza” en geografías lejanas a las de aquellos a quienes invocan en sus discursos, han renunciado desde hace años al reconocimiento humano, cara a cara, de sus necesidades. La abundancia imaginada de los exponentes de “la estructura” estaba ahí, en aquellas fotos o videos en abierta transgresión a las privaciones exigidas por la cuarentena consumiendo botellas de champagne equivalentes a ocho subsidios o a cuatro salarios mínimos.Desde hace por lo menos un lustro, algunos pensadores han esgrimido la idea de un cambio cultural de fondo resultante de constatar el entusiasmo comprometido de ciudadanos libres en fiscalizar comicios previendo maniobras espurias del poder corrupto y autoritario: el republicanismo popular. Sin embargo, nunca dejó de ser una expresión de clase media hacia arriba que suscitaba la burla de los simuladores combatientes del “poder real”.Ese perfil social se corroboró en las protestas del año pasado por el intento de expropiación de Vicentin o la liberación de presos militantes. Faltaban muchos de aquellos que habían participado en aquellas de 2012 y 2013 al compás de la revelación del cristinismo real. Y que tanto en este último año, como en 2015 y 2017, expresaron su voto castigo.La llama de ese cambio profundo se revitalizó durante las últimas PASO, extendiéndose silencioso en el lugar hasta hace poco menos pensado. Era perceptible en la expresión de los ciudadanos movilizados por las organizaciones sociales durante las últimas semanas: las mismas perceptibles recorriendo los barrios pobres del conurbano. Pero fue un pronunciamiento dirigido no solo al Gobierno, sino a la dirigencia política en general. Aquella que algunos denominan retóricamente “la casta”. Un término sin duda retórico aunque elocuente de otro no menos evidente: el de una “clase política” que se recluye sobre sus intereses a espaldas de una realidad social de gravedad sin precedente.Miembro del Club Político Argentino
Fuente: La Nación