La enfermedad causada por el coronavirus (Covid-19) fue declarada por la OMS una pandemia en marzo de 2020. En nuestro país, respondiendo al derecho social a la educación, el Ministerio de Educación generó la Resolución 108/2020 que suspendió el dictado de clases presenciales por niveles. Esta decisión desafió a los docentes y las escuelas a reformular sus prácticas, en el marco de la educación virtual.Esa medida sostiene lo siguiente:“La educación virtual enmarca las nuevas tecnologías, metodologías alternativas para el aprendizaje de alumnos de poblaciones especiales que están limitadas por su ubicación geográfica, la calidad de docencia y el tiempo disponible”. “El aula virtual es considerada como un espacio de aprendizaje en línea por Internet, donde alumnos y tutores pueden interactuar en horarios fuera de clase”.La Ley de Educación Nacional afirma que “la inclusión de todos los sujetos y de todos los conocimientos en la escuela es condición para el cumplimiento del derecho social a la educación.”. Las autoridades se debaten entre “presencialidad y virtualidad“, aunque en la teoría se sostiene que en la escuela de pandemia se incluye, enseña y aprende. ¿Todos y todas están incluidos? ¿Qué decir de los docentes que afrontaron esta circunstancia con sus propios recursos? ¿Y de las escuelas?Con un plan de conectividad pago por las cooperadoras, sin aportes del estado, esto está lejos de ser virtualidad porque hay un estado ausente, hay ministros que no conocen el territorio. Por ello es tan fácil escribir circulares, y enviarlas a las escuelas. Virtualidad es preparación para el desarrollo de “metodologías alternativas”, de la posesión de “herramientas, soportes y canales para el almacenamiento, el procesamiento y la transmisión digitalizada de la información”. En síntesis, hay docentes con las espaldas dobladas por el trabajo, familias que ocupan lugares de formación que no les corresponden. Y no porque no sepan, sino porque existe un dispositivo llamado escuela. Y entonces de lo que se trata es de una virtualidad que termina siendo fotocopias en el quiosco cercano, y un coro de quejas, que recae en los sujetos visibles, no en los verdaderos responsables.
Fuente: La Nación