Supongamos, solo por un momento, que hemos dejado atrás la pandemia y hemos logrado vacunar a toda la población. Siendo muy creativos, también supongamos que luego de recuperar nuestras libertades individuales también se ha enderezado el rumbo económico del país y que esta pesadilla comienza a ser solo un mal recuerdo.Aun cuando todo esto haya pasado, en educación nos encontraremos parados en un mismo lugar, y en algunos casos hasta retrocedido. La situación es crítica y todos los días me pregunto, ¿cómo vamos a recuperar los saberes olvidados? ¿cómo vamos a alcanzar las metas educativas que tenían previstas las jurisdicciones? Pero por sobre todas las cosas: ¿cómo vamos a recuperar a la enorme cantidad de chicos y chicas que quedaron fuera del sistema? El daño es irreparable.Según datos del propio Ministerio de Educación de la Nación, al menos el 10 % de los alumnos del sistema educativo, tanto de gestión estatal como de gestión privada, no tuvieron contacto con la institución educativa, y del porcentaje que sí lo hicieron, el 19% de las familias expresaron no haber podido acompañar bien a los chicos por las exigencias de su trabajo.Por otro lado, este número aumenta exponencialmente si consideramos a aquellos que no alcanzaron los saberes mínimos esperados durante el contexto de la pandemia. Tanto es así que durante el comienzo del ciclo lectivo los docentes han dedicado un gran esfuerzo a reforzar las trayectorias educativas de los alumnos que no alcanzaron dichos saberes.Muchas son las discusiones en estos días sobre la presencialidad o la virtualidad, y poco se habla sobre implementar políticas educativas a largo plazo que permitan generar una base sólida de oportunidades. Seguimos trabajando sobre la emergencia para paliar la adversidad de la pandemia y discutimos lo efímero porque no nos animamos a emprender un camino que deje raíz.Me niego a pensar que la única política educativa que se esté pensando sea la de conectividad o la de repartir computadoras. Aprender o estar vinculado con la escuela es algo mucho más profundo que tener una computadora. Si no cambiamos la didáctica, los planes de estudio, los regímenes de evaluación y el formato escolar, habremos perdido una gran oportunidad.Lo cierto es que entonces, nunca será un gran momento para pensar un poco más allá, sobre los cambios en la escuela. Particularmente en el nivel secundario, que si bien todos los pedagogos reconocen, viene postergándose hace años por intereses sectoriales.Hace pocos días presenté un libro, Los cambios que cambian, con experiencias de políticas educativas que realmente transforman las formas de enseñar y aprender y que finalmente buscan alcanzar la tan deseada “calidad educativa”. Desde ya, que dichas medidas no son las únicas posibles, pero sí espero haber contribuido para dar lugar al debate que nos debemos.Por otro lado, me pregunto si el gobierno nacional no se cuestiona cómo será la vuelta al aula de los chicos y las chicas de nuestro sistema educativo, cualquiera sea su condición socioeconómica. ¿Realmente piensan que ello se dará como si nada de todo esto hubiera sucedido?El Presidente hace unos cuantos meses nos advertía que no existía un “plan económico”, puesto que no creía en ello. Hoy estamos viendo las consecuencias de esa decisión. Espero que en educación no crea lo mismo.El reclamo de los padres y familias organizadas no tiene que ver únicamente con la presencialidad, sino también con el plan a futuro sobre la educación de sus hijos, porque educar en la incertidumbre es una tarea imposible.La responsabilidad de la educación es primordialmente de las familias, del estado, de los docentes y de la sociedad en su conjunto, que deben acompañar el proceso, en el marco de un plan serio, que tenga como objetivo principal fortalecer el sentido del alumno con su escuela y generar oportunidades a futuro.Exviceministro de Educación de la provincia de Buenos Aires y actual diputado provincial de Juntos por el Cambio
Fuente: La Nación