“Lo que está pasando en Nicaragua desafía la racionalidad”. La voz de Gioconda Belli (Managua, 1948) es imprescindible para entender el último medio siglo de historia de su país. Perseguida durante la dictadura de Anastasio Somoza, fue después durante años una referente de la revolución sandinista hasta que rompió con el movimiento a mediados de los 90. “Ortega ha pervertido el sentido de lo que es una revolución”, afirma a LA NACION la poeta y militante política nicaragüense, que también se muestra autocrítica con su pasado sandinista. “Acepté la disciplina militante y callé”, reconoce. Ahora no calla más.Belli vive en carne propia la nueva ola represión contra la oposición para asegurar su triunfo en las elecciones del 7 de noviembre: su hermano Humberto debió escapar del país tras ser hostigado y perseguido. En ese contexto, pidió mantener la presión internacional y le pidió a “México y Argentina, y sobre todo la izquierda en América Latina, abran los ojos y no siga creyendo la narrativa” de Daniel Ortega.–¿Cómo está viviendo esta última ola de arrestos y detenciones?–Nicaragua ha sido el amor de mi vida. Ver que Ortega y Murillo están dispuestos a hundirla para quedar sólo ellos a flote, me da una mezcla de asombro, rabia y una terrible sensación de impotencia. Están cerrando la última puerta a un cambio cívico. Están creando las condiciones para la desesperación popular. No puedo creer que se hayan atrevido a pasar por encima de sus propias memorias y encarcelar a íconos de la revolución sandinista y a tantas personas, acusándoles de traición a la patria. Ellos son los que nos han traicionado. Tantos murieron por Nicaragua libre y ahora ellos vuelven a encarcelarla.–Su hermano ha estado entre la lista de los perseguidos. ¿Qué sabe de él?–Mi hermano optó por no presentarse a una citatoria de la Fiscalía. Es una citatoria espuria basada en una acusación falsa sobre un organismo del que él era directivo; un acto de persecución política. Muchos de los que atendieron la citatoria fueron encarcelados a los pocos minutos. El no aceptó prestarse a ese juego y arriesgar su libertad. Se fue de Nicaragua. Ante eso, la policía allanó su casa, donde estaba solo su esposa. Treinta hombres por tres horas ocuparon la vivienda y se llevaron documentos y computadoras. No la maltrataron en ese momento, pero a las 3 de la mañana del día siguiente diez encapuchados entraron, la amarraron a ella y mi sobrina que la acompañaba. Llegaron con cuchillos y vaciaron la casa. Hablaron de un segundo operativo y uno de ellos intentó violar a mi sobrina, mientras otro le ordenaba que no lo hiciera. Nunca he sabido de un robo donde lleguen diez ladrones, que sepan por donde entrar, que sepan que las cámaras de seguridad están inutilizadas. Sospechamos que los dos incidentes están relacionados–En un tuit comparó esta última etapa con la noche de los cuchillos largos. ¿Hasta dónde cree que es capaz de llegar el régimen de Ortega?–Los cuchillos largos siguen desenvainados, segando las aspiraciones de unas elecciones donde cívicamente habríamos podido cambiar este régimen. Ayer México y Argentina retiraron sus embajadores debido, al parecer, al fracaso de sus intentos de mediación. Lo que está pasando en Nicaragua desafía la racionalidad. No sabemos si se detendrá, no sabemos cuándo saldarán la afrenta que significó para ellos la rebelión popular de abril de 2018, pero ciertamente que los ciudadanos estamos en la más absoluta indefensión y temiendo que la represión siga este perverso proceder.–Ud. tuvo un rol destacado como opositora a la dictadura de Somoza. ¿Cómo compara esa época de Nicaragua con la actual?–Somoza actuaba contra una oposición armada. Fue cruel, sanguinario y corrupto. Ortega actúa contra una oposición desarmada con igual saña y además bajo la bandera y el discurso de que es revolucionario cuando él ha pervertido el sentido de lo que es una revolución. Es un saqueador no sólo del presente, sino de las tumbas de tantos que murieron para que se acabaran las dictaduras en Nicaragua.Daniel Ortega junto a Rosario Murillo en una imagen de archivo. MARVIN RECINOS AFP (Agencia AFP/)–En aquella ocasión usted debió exiliarse, ¿piensa que es una opción ahora?–Me protegeré cuanto sea necesario, pero no quiero pensar en exiliarme.–¿Hace alguna autocrítica de su participación en el sandinismo?–Sí. Acepté la “disciplina militante” y callé. El sandinismo era una utopía de justicia social para muchos de nosotros. Yo reconozco que fui ingenua, que el romanticismo de la revolución me sometió y que todos fuimos cómplices de aceptar un sistema autoritario para “liberar” a Nicaragua de la pobreza y el atraso. La guerra financiada por Estados Unidos en los 80, justificó la “defensa de la revolución” en nombre de la cual se hicieron muchas injusticias. Salvo mi parte en la lucha contra la dictadura, pero no el haber cedido mi criterio y mi pensamiento crítico.–¿Ortega cambió o siempre fue así?–Ortega se quedó estancado en la Guerra Fría. A mí me parecía mediocre, pero era parte de un colectivo de “primus inter pares” y los demás dirigentes creaban un balance. Cuando logró descartar a todos los demás, se reveló como lo que vemos ahora.–¿Qué salida ve a esta crisis y qué cree que puede hacer la comunidad internacional?–Las elecciones limpias y observadas serían la salida. Por eso no las acepta Ortega. Sabe que perdería. Ha perdido al pueblo. Tiene miedo y el miedo domina su razón. Está atrapado en su propia trama. La comunidad internacional debe seguir presionando, mostrándole que lo que hace es intolerable. No puede dejar que esto siga sucediendo porque va a afectar a todo Centroamérica. Ya vemos el dolor y peligro que significan estos regímenes que no respetan los derechos humanos y se escudan detrás de una soberanía que ya no les pertenece. La soberanía emana de los pueblos.–¿Cómo le cayó que el actual gobierno argentino se abstuviera de condenar las detenciones en la OEA?–Entendía, a regañadientes, que querían mediar, pero ya se demostró que este régimen está obcecado y no admite más razones que las propias. La mediación fracasó. Espero que México y Argentina, y sobre todo la izquierda en América Latina, abran los ojos y no sigan creyendo la narrativa orteguista que llamó a las protestas populares un “golpe de Estado” fraguado por Estados Unidos. Eso es una Gran Mentira, tan grande como que Trump ganó las elecciones en Estados Unidos.
Fuente: La Nación