“Fue muy difícil porque además de los síntomas, que eran muy fuertes de sobrellevar, estaba el tema de no poder alimentarme y me veía cada vez más flaquita, débil, no me miraba al espejo porque me angustiaba, toda la ropa me quedaba grande. Perdí toda mi femineidad. Mi vida era aislada, en mi burbuja que era mi casa. Pero yo no bajaba los brazos, soñaba con superar la enfermedad y poder contar mi historia”.Hasta los 36 años Anila Rindlisbacher llevaba una vida totalmente normal trabajando en la empresa de marketing promocional que había creado a los 23. Tenía un proyecto “totalmente consolidado”, brindando servicios a empresas multinacionales desde Rosario (provincia de Santa Fe) a todo el país. Eran tiempos en los que le gustaba mucho lo que hacía y, claramente, disfrutaba de su trabajo. Estaba casada con Vicente, quién en la actualidad sigue siendo su compañero de vida.Estar sin voz y sentir que se ahogabaDe repente, comenzó a sufrir broncoespasmos, se quedaba sin voz, se le cerraba la garganta y sentía que se ahogaba. Sin embargo, eso no era todo porque durante los seis años en los que deambuló tratando de conseguir un diagnóstico, Anila no podía comer sólidos y llegó a pesar apenas 45 kilos.“No veía la luz, no tenía esperanza. A veces, me cansaba de buscar respuestas. Mi esposo me llevaba de un especialista a otro y nada. Nadie me diagnosticaba, todos los tratamientos eran paliativos, pero no mejoraba, y no veía salida, era muy angustiante. Por momentos pensaba que no tenía sentido seguir viviendo así, pero eran solo pensamientos, mi propia personalidad de luchadora no me permitía bajar los brazos, yo no me permito claudicar”, confiesa.La natación fue el gran aliado que encontró Anila para superar su enfermedad.Anila cuenta que por aquellos días se la pasaba casi todo el tiempo aislada en su casa. Su día a día variaba, según los síntomas. Cuando eran más leves y podía estar más tranquila, dice, se resguardaba en la literatura. “Leía mucho porque era ´vivir otras vidas´. Vivía a través de los personajes de los libros. Después, empecé a escribir como un pasatiempo, publiqué mis cuentos en un blog y el ida y vuelta con otros escritores me hacía bien porque era como que pertenecía a una comunidad, aunque sea virtual”.La importancia de colocarle un nombre a su enfermedadTras un largo peregrinar visitando consultorios y estando a punto de resignarse a una vida muy diferente a la que había tenido hasta los 36 años, Anila tuvo la chance de tener una entrevista con la doctora Liliana Bezrodnik, inmunóloga, sin saber que a partir de ese momento, lentamente, iba a poder recuperar algunas de las actividades que solía hacer. Finalmente, le diagnosticó inmunodeficiencia primaria, una enfermedad poco frecuente, también denominada trastornos inmunitarios primarios o inmunodeficiencia primaria, que debilita el sistema inmunitario, lo cual permite que las infecciones y otros problemas de salud se produzcan con mayor facilidad. “Cuando me enteré lo que tenía sentí mucho alivio porque encontré la respuesta que buscaba, pero también incertidumbre porque no sabía si iba a funcionar el tratamiento”, dice Anila, que a partir de ese momento comenzó a tratarse con una combinación de antiinflamatorios que le recetó su médica.La natación, ese amor inesperadoUna vez que Anila empezó a tratarse por su enfermedad comenzó a mejorar, pero muy de a poco. Dice que fueron tres años más de una paulatina recuperación y cuando se sintió un poco mejor fue a ver a un traumatólogo porque de tanto sedentarismo, sufría de fuertes dolores lumbares. Luego de realizarle los estudios que arrojaron que padecía una simple lumbalgia, el especialista le sugirió que empezara a nadar.Cuando se metió al agua por primera vez no imaginó que ese deporte podría llegar a cambiarle la vida. Aquella mañana nadó en el club Palos Verdes de Rosario donde era socia. “Nadé unos metros, no recuerdo cuanto, pero me di cuenta enseguida que no me costaba. Me sentía bien en el agua, me gustaba”.A partir de ese momento la natación empezó a mejorar sus síntomas a pasos agigantados y nunca más paró.Actualmente, Anila se está preparando para una prueba impensada para ella: 21 km sobre el río Paraná.Como pez en el agua, en febrero de 2018 Anila se animó a participar en una competencia de aguas abiertas en el lago de Federación (Entre Ríos), todo un desafío para una mujer que estaba encontrando en la natación el sentido a su vida. “Llegué el día anterior y practiqué un rato con otros nadadores, el río estaba planchado, parecía una pileta. Pero el día de la carrera había viento en contra, una sudestada. Algunos estaban preocupados porque el viento y el agua te pegan en la cara y puede ser más duro nadar en esas condiciones, pero como yo no tenía experiencia y un poco por ignorancia, y locura, me tiré igual”, recuerda Anila, entre risas. Y agrega: “Cuando estaba por la mitad del trayecto me di cuenta que los otros nadadores estaban, pero yo pensaba para mí misma: ´si pasé seis años en una cama y lo superé, cómo no voy a superar esto. Y convencida de que se trataba de algo fácil, increíblemente llegué a la meta sana y salva”.“La batalla ahora la doy en el agua”Tras esa inolvidable experiencia en la vida de Anila, luego vinieron otras carreras. Una de las más importantes se llevó a cabo el 29 de febrero del 2019 donde logró unir a nado Uruguay y la Argentina. ¿Qué significa nadar en tu vida? “Nadar es sinónimo de bienestar, de sentirme libre, de ser feliz”.La rutina de entrenamientos es de lunes a sábados preparada por su couch, Pablo Testa, uno de los mejores entrenadores de aguas abiertas de la Argentina que con mucha generosidad la ayuda para que logre cumplir sus sueños. “En relación a mi enfermedad, la llevo bien. Si bien de vez en cuando aparecen algunos síntomas, la batalla ahora la doy en el agua, ya no más en una cama”, se enorgullece y fortalece.Un gran proyectoAnila dice que el 2020 fue muy difícil para ella, como para la mayoría de los argentinos a raíz de la pandemia, ya que estuvo imposibilitada de poder nadar y sintiendo temor a que regresaran los síntomas. Sin embargo, pudo sobrellevar esa angustia y en cuanto tuvo la libertad de hacerlo volvió a entrenar para ir por más, como a ella le gusta decir. Actualmente se está preparando para una prueba impensada para ella: 21 km sobre el río Paraná.“Nadar es sinónimo de bienestar, de sentirme libre, de ser feliz”, dice Anila.“Yo me propuse que mis días sean lindos dentro de mis posibilidades. Me levanto muy temprano y voy al club a entrenar. Me gusta pasear por la ciudad y, con los cuidados que requiere la situación, recorro todo lo que puedo. Buenos Aires es una ciudad que lo tiene todo, y yo soy muy feliz de vivir acá ahora”, afirma Anila, que cada tanto brinda charlas motivacionales a grupos de trabajos y empresas.El sueño de Anila es poder seguir nadando y de esa forma ayudar en la difusión para que otras personas puedan ser diagnosticadas a tiempo. Por esa razón se sumó a colaborar con Iniciativa Alas, una organización presente en toda Latinoamérica que se dedica exclusivamente a ayudar a pacientes con su enfermedad (iniciativaalas.org/anila). “Y para que mis nados tengan un propósito por cada carrera que realizo junto donativos para quienes no puedan tener acceso a su tratamiento”, finaliza.
Fuente: La Nación