En el día de la Patria, distintos puntos del país nuclearon a personas dispuestas a expresarse de manera pacífica ante la preocupante situación económica, social y sanitaria. Córdoba, Rosario y la Capital nuclearon mayormente a autoconvocados –un fenómeno al que las redes nos tienen acostumbrados– que ponían el acento en distintas cuestiones como la preocupación por el trabajo perdido o amenazado y el descontento por la falta de vacunas. La Constitución ampara el derecho de los ciudadanos a manifestarse, con libertad, respetando las leyes y el orden. Cientos de veces hemos asistido a protestas de piqueteros o activistas que obstruyen calles violando leyes, más dispuestos a causar destrozos que a dar a conocer una posición que pudiera considerarse atendible. Sin embargo, las fuerzas de seguridad asisten mayormente impávidas a ese accionar violento. Incluso en pandemia. Cuando se supone que los cuidados obligan a evitar las aglomeraciones, los piqueteros continúan siendo la excepción. Circuló por las redes el video del momento en que uno de los convocantes al Monumento a la Bandera, en Rosario, Mariano Arriaga, conversa con un policía en su intento por explicar su posición ciertamente controvertida. De buenas maneras, el uniformado explica que solo cumple órdenes y que su posición particular sobre las cuestiones que Arriaga le refiere nada tienen que ver con su función y sus deberes. Arriaga marchó preso junto con el concejal de Las Breñas Juan Domingo Schavuskoy y una veintena de integrantes de la agrupación Médicos por la Verdad, entidad de actuación mundial que alza la voz contra lo que denominan una “plandemia” y difunde estudios y experiencias que fundamentan con variados argumentos sus cuestionamientos a la inoculación de vacunas contra el Covid-19 aún en estado experimental. Proponen también tratamientos que hasta aquí no han probado su eficacia y que, en algunos casos, confirmaron incluso ser dañinos. Para quienes pueden acceder a una mejor alimentación y a una vida sana, capaz de sacar provecho de un regreso a lo natural, no se destaca suficientemente el favorable impacto de esta otra forma de “vacunación” que muchos ven como una amenaza para los millonarios intereses creados en torno a la industria farmacéutica. Un barbijo no deberá nunca convertirse en mordaza.El cuestionado oftalmólogo Arriaga, acusado de “instigación a cometer delitos, instigación pública y violación de las medidas sanitarias contra una epidemia”, fue liberado junto con sus compañeros previo pago de una fianza, pero la causa penal continua. Su postura anticuarentena propone un debate científico. No está solo. Son muchas las voces que se alzan para reflexionar sobre un fenómeno tan extraordinario como movilizante que tiene en vilo a la humanidad. ¿Por qué habríamos de pensar todos igual? Tampoco se trata de improvisados. En todo caso, su formación científica, que muchos podrán ciertamente cuestionar también, y una visión distinta de la realidad no deberían ser motivos para silenciarlos. Mucho menos para encarcelarlos, negarles un trato digno o censurarlos en internet. Si entienden que usar barbijo es perjudicial, deberían expresarlo respetando a quienes no piensan así y que merecen estar protegidos. A la hora de hacerse escuchar, sería inteligente de parte de ellos traicionar un poco los propios principios en aras de ganarse un espacio de respeto y atención. De lo contrario, suscitan un enfrentamiento que a nadie beneficia y pierden autoridad moral para difundir sus visiones que, al fin y al cabo, es lo que desean hacer. No nos cansaremos de insistir en la capacidad de instalar conversaciones en todos los terrenos, de abrir canales de diálogo e intercambio para alcanzar acuerdos y consensos. La enorme riqueza del debate nos desafía también en torno de la cuestión sanitaria. Que primen siempre la sensatez y el respeto pero no cerremos los oídos.
Fuente: La Nación