Con la ceremonia de clausura del domingo, los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 vieron su final y los atletas comenzaron a regresar poco a poco a sus casas para reencontrarse con sus familias. Entre ellos, Facundo Campazzo retornó a su hogar, donde su esposa, Consuelo Vallina, y su hija, Sara, le demostraron cuánto lo extrañaron. Hace una semana, cuando el basquetbolista se jugaba la clasificación a los cuartos de final de los JJ.OO., en el partido contra Japón, la cordobesa le había dedicado un “Te extraño” a través de las redes sociales, que le dio aliento para ganar el encuentro contra el conjunto local.Las divertidas anécdotas de Ibai Llanos sobre la cena en la casa de Lionel Messi: el reto de Antonela y la sorpresa del Kun AgüeroAhora que volvió a su casa, Facu se reencontró con Consuelo y Sara, y su esposa capturó el momento en que alzó y abrazó a su pequeña de casi dos años.“Llegó el papiii”, escribió Vallina en una story de Instagram, en la que Campazzo mostraba una enorme sonrisa de felicidad y le decía a su hija: “¿Te hago cosquillas?”. Ella, mientras, se reía.Facu y su familia viven en Colorado, Estados Unidos, donde él fue convocado hace poco más de medio año para formar parte de los Denver Nuggets, una de las franquicias que compite en la NBA. En la temporada que terminó en junio, el equipo donde se desempeña como base no pudo llegar a las semifinales de la Conferencia Oeste aunque cerró una primera e importante etapa en la torneo más competitivo del mundo. Tokio 2020: la actitud antideportiva de un atleta durante la maratón que causó una ola de repudioTras el reencuentro, Consu filmó a Facu jugando con Sara, quien le daba órdenes y le decía, mientras su papá se hacía el gracioso, que tenía que sentarse. “Ella manda”, comentó su mamá.Facu Campazzo, Consu Vallina y Sara en Denver, ColoradoA Campazzo ahora le tocará descansar y pasar momentos en familia para recuperarse de la intensa temporada pasada de la NBA, desde la cual voló directamente a Tokio para soñar con una medalla que no pudo ser en los JJOO.
Fuente: La Nación