No falta mucho tiempo para que se cumplan dos años desde que Cristina Kirchner volvió al poder. Lo hizo en condición de vicepresidenta y, como solo podría haber sucedido en una democracia desquiciada con instituciones arrasadas y espacio cívico propicio para ejercicios extravagantes, ha sumado a ese cargo el de jefa política camuflada de quien es formalmente jefe del Estado. Hoy ninguna decisión relevante del Presidente es completamente ajena a las responsabilidades de quien lo ungió como candidato y es quien manda.Ha corrido suficiente tiempo para confirmar que nada ha cambiado en los rasgos de Cristina Kirchner después del zafarrancho en que sumió a la Argentina entre 2007 y 2015. Si en su segundo mandato presidencial se acentuaron las excentricidades administrativas, políticas y conceptuales, el tiempo que ha corrido con Alberto Fernández como fiduciario aparente del poder real ha potenciado aún más aquellos males del pasado.La debilidad de Cristina Kirchner por los compromisos ideológicos más temerarios y ajenos a la moderación y las tradiciones de la política exterior argentina la mantuvo alerta a cuanto pudiera hacerse para amenguar la influencia de vacunas producidas en laboratorios norteamericanos. Se interesó, en cambio, por procurar rápida aquiescencia a lo que pudiera aportar la ciencia de Rusia y de China. En su círculo hubo también expectativas abiertas por lo que ofrecieran como remedio a la pandemia las investigaciones balbuceadas en un país de penosa existencia, como Cuba. Todo terminó como les hubiera advertido el general: la única verdad es la realidad; y aquí estamos, con vacunas de Moderna completando el asombroso déficit de segundas unidades de la vacuna Sputnik, y a la espera de las de Pfizer para el mes entrante.En uno de sus últimos discursos de campaña, en la Isla Maciel, Cristina Kirchner no tuvo mejor idea, a fin de subrayar los supuestos logros de su gobierno, que mencionar las leyes de reestatización de fondos jubilatorios y de servicios de comunicación social. Por el primero, el Estado se apoderó de los ahorros hechos por la libre voluntad de los aportantes acogidos a la legislación sancionada en el gobierno de Carlos Menem, a quien su marido, entonces gobernador de Santa Cruz, llegó a alabar como el mejor presidente que hubiéramos tenido.Por ese lado, la política no ofrece más esperanzas si de jóvenes políticos se trata. Máximo Kirchner se ha congratulado en otro discurso público por el congelamiento de las tarifas de los servicios públicos. Si hubiera agregado a esas palabras la incomprensible iniciativa que patrocinó en Diputados de disminuir la participación de granos en los combustibles, empujando de tal modo al vacío las inmensas inversiones en biodiésel en oposición al clamor mundial contra los fósiles como fuentes de energía, habríamos dicho ¡bingo!Poco entienden, pues, el hijo de la vicepresidenta y jefe del bloque de diputados del Frente de Todos acerca de que no hay un futuro próspero para el país sin políticas continuas de aliento a la producción y sin inversiones rentables. Menos, si a eso se suma una política incoherente con el relato oficial sobre cambio climático. Estamos así como el primer día de este gobierno: un presidente subsumido dentro del liderazgo en su facción de quien debería ser la segunda figura en importancia en la conducción gubernamental, pero que subordina todo a dos objetivos de estricto interés personal.El primero de ellos es resolver, como fuere, sus cuestiones con la Justicia; el segundo, labrar su pedestal para la posteridad, no a esta altura para este mundo de penas, en sorda y desventajosa competencia con Eva Perón. Lo está haciendo como figura que se proyecte en la región en nombre de los Estados contestatarios de la cultura de Occidente, y como abanderada, ya no tampoco de los humildes en un país de tan gravísimo retroceso que rebaja las pretensiones posibles en los años cincuenta, sino del lumpen proletariado, hijo bastardo del populismo que encarna.Que lo logre o no dependerá una vez más de la voluntad popular. Habrá que recordar al votar que el populismo que pregonan no es el que eligen para sus vidas. Aunque quieran condenarnos a todos a sus nefastos efectos.

Fuente: La Nación

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