PARIS.– El escándalo comenzó con un manual escolar, publicado por las ediciones Hatier en septiembre de 2017 y destinado a la escuela primaria francesa. El volumen practica la escritura inclusiva: los nombres de profesiones, grados, funciones y títulos se acuerdan con el género: “una autora”, “una alcaldesa”… uso impensable en Francia hasta hace poco tiempo. En plural, el masculino no prevalece sobre el femenino y, gracias a un punto mediano, ambos géneros quedan incluidos: “los agricultor.a.s”, “los elector.a.s”. Y cuando es posible, un adjetivo más universal substituye a las palabras “hombre” o “mujer”. Pero, lo que puede ser aceptable en otros países, cuando se trata de la lengua, la patria de Molière tiene tolerancia cero. Para comenzar, por la respetadísima y varias veces centenaria Academia Francesa quien, en una advertencia solemne, evocó el “peligro mortal” que amenaza al francés.El lenguaje no sexista se impone en los discursos oficiales, más allá de las críticas“En momentos en que la lucha contra las discriminaciones sexistas implica combates contra las violencias conyugales, las disparidades salariales y los fenómenos de acoso, la escritura inclusiva, si bien parece participar de ese movimiento, no solo es contraproducente para esa misma causa, sino nociva para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa”, escribió Helène Carrère d’Encausse, secretaria perpetua de la institución.Lenguaje inclusivo: en distintas formas, ya se acepta su uso en las universidadesEl 5 de mayo, una circular del ministerio de Educación reavivó el debate. El titular de la cartera, Jean-Michel Blanquer, puso punto final a un método que criticó durante años: “Voy a vigilar para que solo haya una gramática (…) del mismo modo que solo hay una lengua y una República”, prometió en noviembre de 2017 cuando comenzó la polémica. Blanquer —que acepta en su misiva “el uso de la feminización de los oficios y funciones”— afirma, por el contrario, que “conviene proscribir la escritura llamada inclusiva”, atacando antes que nada ese famoso punto mediano, que en privado califica de “disparate”. Oficialmente, el ministro explica que ese punto mediano “constituye un obstáculo al acceso a la lengua a menores que afrontan determinadas discapacidades o trastornos de aprendizaje”. A su juicio, el punto mediano constituye un ejemplo no tanto de escritura inclusiva sino excluyente.Y lo mismo —o mucho peor—, piensa la mayoría de los grandes escritores e intelectuales franceses.“Antes que nada es inapropiado hablar de escritura cuando se trata de un banal código, que tampoco es inclusivo sino ostensiblemente ‘excluyente’: ‘escritura inclusiva’ es un artificio retórico, que constituye la misma indigencia teórica que sus militant.e.s”, dispara el escritor Alan Borer, uno de los mayores defensores del francés.“La escritura inclusiva no sabe nada del idioma francés. Es fea, sorda, simplista, moralizante y además ilegible. Lo más grave es que esta disposición ideológica ha sido impuesta desde el exterior: maltrata el francés porque lo desconoce”, agrega. A su juicio, “las cuestiones de discriminación, como son formuladas principalmente en Estados Unidos, se ven replicadas en forma automática en otros idiomas: bajo una apariencia progresista, se trata de formas de autocolonización y signos profundos de aculturación”, concluye.Laetitia Branciard es la vicepresidenta de la Féderation Française de Dys, organización que se ocupa de personas con trastornos de lenguaje y aprendizaje. “Cuando a un niño o niña que no ha automatizado la lectura de una palabra se le trastocan las referencias, leerá en dos tiempos. Serán para ellos dos palabras distintas. Este es el efecto del punto mediano”, afirmó al periódico El País.Pero, ¿por qué fue tan violenta la reacción y tan grande el rechazo de la escritura inclusiva en Francia? “Porque para este país la lengua escrita es sagrada”, precisa Jean Prouvost, director editorial de las ediciones Honoré Champion. “Basta con pensar la crispación que provoca la simple propuesta de hacer desaparecer las dobles letras de algunas palabras, vestigios de viejas herencias”, añade.Para Prouvost, por su dificultad a ser pronunciado, el código inclusivo viola ese principio esencial del francés: “La fluidez de una lengua que siempre colocó la dimensión estética por encima de la gramática. Por ejemplo, en francés agregamos una “t” a “y a-t-il” (¿hay?) para evitar un hiato y garantizar el equilibrio de las consonantes y las vocales: la escritura inclusive significa la pérdida de la relación de nuestra sociedad con la escritura y con la lectura, así como del cuidado estético”, asegura.Los menos apasionados, consideran que el debate ha sido útil y vivificante. Afirman que dinamiza la reflexión sobre el francés y permite recordar que, basado en el uso que hacen de el millones de personas, el rio de la lengua corre con suficiente energía como para no incorporar aquello que afectaría su curso.Para Alan Borer, “su único amo sigue siendo su amplia utilización dentro del mundo francófono, como el ministro de la Educación lo acaba de subrayar”.
Fuente: La Nación