Cuando uno se detiene a mirar el escenario parece imposible que en 1910 se hubiera podido inaugurar el Trasandino, una vía de tren de trocha angosta que unía la provincia de Mendoza con Santiago de Chile. Contaba con fragmentos techados para evitar la acumulación de nieve y complejos mecanismos de cremallera para soportar ascensos pronunciados y descensos acelerados. Si estuviera activo, podría ser uno de esos trenes turísticos que regalan paisajes desde las ventanillas con cada traqueteo: caminos de cornisa, puentes sobre una nada infinita, recorridos junto a arroyos y ríos…Nada de eso es posible: los últimos pasajeros se subieron en 1979 y apenas cinco años después, luego de unos aludes que afectaron parte del recorrido, se discontinuó el ramal.Sin embargo, nos queda la oportunidad de subirnos a un auto e ir bordeando parte del recorrido original gracias a las rutas 7, 40 y algunos caminos provinciales menores, para descubrir maravillas naturales, recuperar historias polvorientas o practicar algún deporte.Las estaciones que quedan en pie son reconocibles desde el camino: construcciones de piedra con un fuerte toque de montaña (todas tienen un aire al Centro Cívico de Bariloche), con los marcos de las ventanas y las letras de los nomencladores (los carteles con el nombre de la localidad) en amarillo, una bomba de agua metálica con base de piedra y, por supuesto, perros omnipresentes que se debaten entre mostrarse hostiles o amistosos con cada persona que se acerca. Algunas funcionan como casas particulares, otras, como espacio de partida para excursiones de rafting. En el medio, algunas perlas e historias.Fanática. Recorre la Argentina en busca de edificios que se hicieron hace 100 añosBlanco Encalada: picnic y un dejo a floresA 22 kilómetros de Mendoza aparece Blanco Encalada: mesas de picnic entre las vías y un Museo Ferroviario llamado Alejandrino Alfonso, fundado por Néstor Flores, que había sido jefe de la estación y que ahora la utiliza como su lugar en el mundo. El amor de Flores por el lugar se refleja en el cuidado de las instalaciones, una característica que, lamentablemente, la distinguirá del resto de las paradas. ¿El horario de apertura? Depende de la suerte del viajante.Cacheuta más un bar de épocaHotel Termas de Cacheuta. Se aprecian los dos ascensores: el que se ve primero, y que conducía desde las vías del tren hasta el hotel, y el segundo, detrás, hacia los baños.La siguiente parada visible es Cacheuta: para llegar hace falta atravesar un camino de curvas, pendientes, laterales de montaña, vericuetos y piedras que advierten sobre desprendimientos recientes por la ruta 40. Un magnífico puente colgante, pendiente a una centena de metros de un río pedregoso, se convierte en una trampa mortal cuando, una vez en el medio del recorrido, comienza a menearse y uno recuerda el cartel que estaba en el ingreso: “No haga movimientos sobre el puente”. Como si fuera posible caminar sin moverse. Ya del otro lado, unas termas muy atractivas y Bandidos: un bar que respetó la estructura edilicia de la estación y que expuso para el disfrute del visitante desde el telégrafo original hasta un boleto enmarcado.Debería seguirle Potrerillos, pero la estación quedó hundida, al igual que el pueblo original, para formar el embalse de la presa homónima. En 2002 se fundó otra localidad con el mismo nombre en los alrededores.En el kilómetro 156 hay un apeadero que funcionaba como bomba de recarga. “La autonomía de las locomotoras era muy baja y necesitaban volver a llenar agua cada muy pocos kilómetros”, cuenta la chica que sirve bebidas en un parador para explicarme por qué abundan estos tanques metálicos a lo largo de todo el trayecto. Al costado se abre un sendero para que el visitante pueda conocer de primera mano la alta flora andina.Puente del Inca: ruinas y un hotel caféPuente del Inca, un alto clásico en el camino a Chile.Acercándonos al límite con Chile emerge el Puente del Inca. Se trata un monumento natural sobre el río Cuevas que es una suerte de puente de piedra, una formación atípica y con destellos multicolores enclavado en unos alrededores que supieron ser y ya no son: las ruinas de lo que fue un centro termal -las aguas termales con alta presencia de sílice son probable y precisamente lo que le dieron la forma al puente- castigado por la inclemencia climática y abandonado cuando promediaba la década del ‘60-. La fantasmagoría se complementa con la antigua estación de trenes, reconvertida en un hotel-café llamado, como no podía ser de otra forma, La Vieja Estación, que luce desierto por estos días. Un baño público cercano es regenteado por un señor que dejó las reglas claras asentadas en un cartel manuscrito: “su propina es mi sueldo”.Museo ferroviarioPoco menos de veinte kilómetros más adelante en dirección a la frontera, el pequeño apeadero conocido como Desvío Las Leñas (que se usaba solo para carga de leña y agua) tomó forma de hospedaje y hasta de un museo ferroviario que recoge la historia del ramal. Desde que el tren dejó de pasar hasta los ‘90, el terreno perteneció al ejército. Luego quedó en manos de unos arrieros de la zona, que utilizaron los materiales con que estaba hecha la estación para quehaceres cotidianos, dejándola perfectamente pelada. En 2004 comenzó su lento proceso de renacimiento.Las Cuevas y el límite con ChilePara llegar a las cuevas es preciso andar en 4 x 4 y emprender un trekking. (Sebastián Pani/)El último pueblo antes del peaje internacional es Las Cuevas: la estación es un verdadero museo de sitio. Galpones gigantescos, restos de enganches y mangueras, palancas variopintas y hasta una plataforma para rotar vagones y cambiarlos de dirección hacen pensar que en las épocas doradas aquí funcionaban también los talleres de la línea. Todo tiene un dejo tenebroso: a nadie le sorprendería que de repente apareciera galopando el Futre. Este hombre, responsable de pagar a los hombres del ferrocarril, habría sido decapitado durante una reyerta por un tema que no trascendió. Cuenta la leyenda que no es raro verlo montado en su caballo, transitando en pena los laterales de las vías. Con ese mismo espíritu mágico, basta cerrar los ojos en el centro de la estación de Las Cuevas para sentir -y revivir- el ir y venir de los operarios, el ruido de la locomotora que se acerca y la alegría de los pasajeros que, tras una hermosa travesía a bordo del tren, están a punto de llegar a Chile.
Fuente: La Nación