Una pequeña y pacífica rebelión ocurre cada dos años, pero en la fuga hacia adelante que provoca pocos reparan en el motivo que detona, en forma tan recurrente, esa expresión de malestar, bronca y hasta de desesperación política.Un electorado que no repite ganadores y recicla perdedores ejecutó una vez más su rechazo a la extensión de las formas de gobierno que acentúan la decadencia del país y las desgracias de cada ciudadano. Volvió a ocurrir en el segundo domingo de septiembre, más como una advertencia que como una sentencia inapelable.Sin contar las elecciones primarias que acaban de suceder, desde 2009, cuatro de los últimos seis resultados electorales fueron un duro castigo para los gobiernos nacionales de turno. Un par de semanas atrás, en las PASO, hubo otro aviso contundente de que esa cuenta puede acrecentarse el 12 de noviembre con un nuevo revés para un oficialismo.La acumulación de muestras de rechazo dibuja a la vez un círculo que gira, saca y pone al mismo tiempo a quienes habían sido castigados en la elección anterior. El fracaso de la gestión económica y social de la Argentina recicla a las fuerzas políticas que lo generan y se retroalimentan de la desgracia de su contraparte.Cristina y Néstor Kirchner fueron advertidos en 2009. La viuda pudo recomponerse y lograr en 2011 el 54 por ciento con el que soñó eternizarse, pero que se desvaneció a los dos años y terminó de esfumarse con el triunfo de Mauricio Macri al final de su segundo mandato. El expresidente logró terminar sus cuatro años y alcanzar el récord de ser el primer presidente no peronista en lograrlo desde 1928, pero en la misma elección fue crudamente desalojado por haber agravado la dura herencia recibida. Así fue como regresó el peronismo reunificado en torno a Cristina, con Alberto Fernández como mascarón de proa.El resultado del 12 de septiembre avisó que la administración de Cristina y Alberto Fernández, lejos de consagrar una hegemonía en el Congreso, corre con desventaja para mantener la mayoría propia en el Senado y tiene enfrente el riesgo de dejar de ser la primera minoría en la Cámara de Diputados. Peor, la oposición, que acaba de reformular liderazgos y espacios internos, empezó a mirar con optimismo el decisivo turno de recambio presidencial de 2023.Una vez más, el impacto del último registro de las urnas fue tan impactante que no deja ver la cadena de resultados que la precede.Hay fuertes y estruendosas razones: el peronismo nunca tuvo un apoyo electoral tan bajo en su larga de historia de partido de mayorías. La segunda razón es igualmente influyente. Un enfrentamiento entre las facciones que se reagruparon hace dos años desplazó al resto de las consecuencias de las primarias y se instaló como una amenaza de un conflicto mayor, superado al final de una semana en la que el Presidente mantuvo su subordinación a Cristina Kirchner.La solución que la vicepresidenta encontró es ir en busca de votos antes que en detenerse a buscar una superación para los graves problemas económicos que están en la raíz del disgusto de los electores.La inflación y la caída del crecimiento económico fueron apartados otra vez de la agenda, aun cuando el voto de rechazo al oficialismo puede resumirse en la extendida vivencia de que el salario (en el caso de que se tenga la fortuna de tener un trabajo) hace tiempo que se agota mucho antes de fin de mes.Cristina dejó por escrito, el jueves de la semana pasada, que cree que el remedio es que el ministro Martín Guzmán aumente el déficit fiscal para repartir más, en lugar de aplicar una política que baje la inflación y recupere la actividad económica.En lugar de las reformas en profundidad, la vicepresidenta instruyó una maniobra de salvataje electoral de siete semanas. Es así como el lunes saltó a la cancha un elenco de reconocidos expertos convocados para repartir lo que haya entre la potencial clientela propia, prometer lo que sea y operar más allá de los límites para capturar votos.Está por empezar una de las más ásperas campañas electorales de la última década, con un oficialismo desesperado por recomponer la calma que Cristina perdió no bien observó que la derrota electoral es sinónimo de un empeoramiento de su situación en las causas por corrupción en las que está acusada.La vicepresidenta descree de la división de poderes, al extremo de postular una revisión completa de la herencia de la Revolución Francesa, y se aferra a la creencia de que los votos la hacen inocente, tanto como la declaran culpable en caso de perderlos. Aunque soslayado entre tantos otros ruidos, es ese el motivo que provoca el impulso de imponer sin miramientos un gabinete para una operación electoral a un cada vez más debilitado Alberto Fernández.Para más adelante, si queda tiempo y el azar de otras urgencias no se cruza en el camino, tal vez alguna vez, algún día, algún gobierno, se ocupe de resolver los graves y crónicos problemas que provocan tantas derrotas electorales.
Fuente: La Nación