A veces, las frases tienen un sentido distinto según quien las dice. Que dirigentes opositores digan –y repitan– que Alberto Fernández es un presidente débil no llama la atención. Hay pruebas irrefutables. El escándalo político que provocó una fiesta de cumpleaños clandestina en la residencia presidencial en medio de restricciones sociales muy severas, que dictó el propio inquilino de esa casona. La resonancia política y social de una foto seguida de un video, este último distribuido por el propio oficialismo para adelantarse a lo inevitable. La posterior y supuesta protección política de Cristina Kirchner al Presidente, que terminó en una gira de shows donde prevalecieron las órdenes de la vicepresidenta al jefe del Ejecutivo. La aceptación pública del propio Presidente: “Me reta, me reta, me reta”. Ninguna oposición deja pasar esas oportunidades para señalar la debilidad presidencial.Sin embargo, es raro escuchar que algunos funcionarios lo admitan con frases que parecen decir lo contrario. “No está políticamente terminado, pero tiene que serenarse, reflexionar y volver a ser él”, señala un ministro cercano a Alberto Fernández. ¿Terminado? Nadie dijo que el Presidente está terminado. Parece no ser él, lejos del quicio, pero le quedan aún más de dos años de mandato. Ciertos funcionarios tienen el inconsciente en la punta de la lengua. Según las últimas encuestas hechas antes del escándalo de Olivos, Alberto Fernández seguía siendo el dirigente del oficialismo con mejor imagen, sobre todo si se lo compara con las de los que quieren ocupar su lugar en 2023: Cristina y Máximo Kirchner, Sergio Massa o Axel Kicillof. Una encuesta posterior al caso de Olivos la realizó la consultora D’Alessio IROL-Berensztein y la hizo solo para medir las repercusiones de ese escándalo. El 100 por ciento de los encuestados dicen estar enterados de lo que sucedió el día del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, en 2020. Un 54% asegura que ese episodio es importante o muy importante para su vida. Un 37% contestó que el hecho podría modificar su voto en las próximas elecciones. Un 24% estaría dispuesto a cambiarlo hacia la oposición de Juntos por el Cambio. Es una fotografía de lo que sucede hoy en la sociedad. Faltan tres semanas para las primeras elecciones. Dentro de 21 días, la sociedad podría opinar otra cosa o directamente olvidarse de lo que pasó. Dependerá mucho de si hay –o no– más novedades sobre eventuales fiestas en Olivos durante la interminable cuarentena. “Espero que no nos enteremos de algo nuevo”, dice otro funcionario. Es un ruego, no una certeza.“Cristina es como el sol: te ilumina, pero si te acercas te quema”, confiesa un ministro que lo vio al Presidente girar de la independencia a la dependencia de la vicepresidenta. El escándalo de la foto lo llevó a pegotearse aún más a ella porque las versiones indicaban que Cristina estaba enardecida de furia. Lo estaba. Es el único error de Alberto Fernández que ella no cometió. Solitaria y desconfiada, huraña a veces, nunca se supo de fiestas ni celebraciones en Olivos durante los ocho años en que ella fue presidenta. La imagen de la unidad era necesaria. Pero ella es ella. El fastidio le surgió, evidente e incontrastable, por las pequeñas cosas. ¿Tenía que retarlo en público al Presidente porque tomaba agua de una botella? Esa imagen es horrible, le dijo; podría haber agregado que es horrible sobre todo en un presidente de la Nación. Alberto Fernández adujo que Máximo Kirchner también tomaba agua de la botella. Fue el argumento de un alumno indisciplinado, que culpa a otro alumno, frente a una maestra severa. “También se lo dije a él”, le replicó ella. Los dos eran hijos que habían herido la sensibilidad estética de la vicepresidenta. El Presidente no necesita de la oposición para que lo debilite. Aunque él contribuye a la construcción de su propia debilidad (cuando habla, se contradice o afirma cosas que no son ciertas), con su socia sería suficiente. Ella exhibe obscenamente la anemia política del jefe del Estado.No pocos funcionarios imaginan, con distintas dosis de terror, el día después de las elecciones. “En cualquier caso, hay que estar preparado para una intervención del gobierno por parte de ella”, zanja un ministro. Explica: ya sea porque hubiese un triunfo amargo (pequeño, insignificante) o una derrota, la vicepresidenta intentará tomar definitivamente el control de la administración, desde la Jefatura de Gabinete hacia abajo. El Presidente seguirá donde está. Cristina no aspira a hacerse cargo personalmente de todas las crisis, expuestas o pendientes, que hay en la Argentina. ¿Será distinto si sucediera una clara victoria? “No lo sé”, responde el funcionario. “Una buena victoria se la podrían adjudicar tanto Cristina como Alberto”, abunda. No es el método de la vicepresidenta. Las victorias son de ella; las derrotas son ajenas. ¿Asumió alguna vez las derrotas de 2009, de 2013, de 2015 y de 2017? Nunca.El kirchnerismo se mueve en la Cámara de Diputados para convocar cuanto antes a una sesión especial para tratar la modificación de la ley que regula la designación del jefe de los fiscales (procurador general de la Nación). Cargo crucial para controlar la acusación en varias causas por supuesta corrupción que acosan a la expresidenta. Algunos opositores están convencidos de que ese intento se concretará antes de las elecciones. Es una clara señal de que ella está insegura del resultado electoral. “Teme encontrarse con una sorpresa el día de las elecciones. Le teme a una derrota importante”, aseguran a su lado. Un alto porcentaje de la sociedad no quiere contestar encuestas y, entre los que contestan, son mayoría los que no saben si irán a votar ni por quiénes votarán. “El día de las elecciones habrá que estar pendiente sobre todo del voto en blanco y de la abstención”, aconseja uno de los principales encuestadores. Mala señal si eso es lo que importa.Otro encuestador agrega que nunca ganó un gobierno con los datos actuales de insatisfacción económica, de tan escasa esperanza en el futuro y de tanto descreimiento en la dirigencia política. “Sería un hecho único en la historia, porque Macri estaba en 2019 mejor que lo que está ahora Alberto Fernández y, sin embargo, perdió por ocho puntos”, subraya ese analista de opinión pública. Debe consignarse que el Presidente habían comenzado a mejorar en algunas encuestas cuando su gobierno inauguró el período de reparto de dinero. El fenómeno fue detectado antes de la crisis por la fiesta de Olivos. La mayoría de las agencias de encuestas están haciendo ahora el trabajo de campo para establecer qué pasó en la sociedad cuando se ventiló una fiesta presidencial en medio del encierro y la pandemia. “Los presidentes no tienen perdón”, concluyó, sincero y frontal como siempre, el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica cuando analizó la peripecia reciente del mandatario argentino. Mujica es uno de los amigos progresistas ante los que se postra Alberto Fernández.Falta saber qué sucederá en las semanas que vienen con la variante delta del coronavirus. El prestigioso infectólogo Roberto Debbag señaló que en las próximas tres o cuatro semanas habrá en el país un ascenso en espiral de contagios de la variante delta. Tiene en cuenta que en ciertas ciudades de América latina esa variante ya significa el 90% de los nuevos casos de Covid (el Distrito Federal de México y algunas ciudades de Colombia, por ejemplo). El sistema estadístico argentino es lento y oscuro. Podría haber ahora más casos de la variante delta de los que se conocen. ¿Cómo reaccionará la sociedad si hubiera una nueva ola de contagios justo en el momento de las elecciones? ¿Irá a votar con bronca o predominará el miedo y no irá a votar? El “voto emocional” (Guillermo Oliveto dixit) es impredecible por naturaleza. El de Cristina no es un temor vano.

Fuente: La Nación

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A veces, las frases tienen un sentido distinto según quien las dice. Que dirigentes opositores digan –y repitan– que Alberto Fernández es un presidente débil no llama la atención. Hay pruebas irrefutables. El escándalo político que provocó una fiesta de cumpleaños clandestina en la residencia presidencial en medio de restricciones sociales muy severas, que dictó el propio inquilino de esa casona. La resonancia política y social de una foto seguida de un video, este último distribuido por el propio oficialismo para adelantarse a lo inevitable. La posterior y supuesta protección política de Cristina Kirchner al Presidente, que terminó en una gira de shows donde prevalecieron las órdenes de la vicepresidenta al jefe del Ejecutivo. La aceptación pública del propio Presidente: “Me reta, me reta, me reta”. Ninguna oposición deja pasar esas oportunidades para señalar la debilidad presidencial.Sin embargo, es raro escuchar que algunos funcionarios lo admitan con frases que parecen decir lo contrario. “No está políticamente terminado, pero tiene que serenarse, reflexionar y volver a ser él”, señala un ministro cercano a Alberto Fernández. ¿Terminado? Nadie dijo que el Presidente está terminado. Parece no ser él, lejos del quicio, pero le quedan aún más de dos años de mandato. Ciertos funcionarios tienen el inconsciente en la punta de la lengua. Según las últimas encuestas hechas antes del escándalo de Olivos, Alberto Fernández seguía siendo el dirigente del oficialismo con mejor imagen, sobre todo si se lo compara con las de los que quieren ocupar su lugar en 2023: Cristina y Máximo Kirchner, Sergio Massa o Axel Kicillof. Una encuesta posterior al caso de Olivos la realizó la consultora D’Alessio IROL-Berensztein y la hizo solo para medir las repercusiones de ese escándalo. El 100 por ciento de los encuestados dicen estar enterados de lo que sucedió el día del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, en 2020. Un 54% asegura que ese episodio es importante o muy importante para su vida. Un 37% contestó que el hecho podría modificar su voto en las próximas elecciones. Un 24% estaría dispuesto a cambiarlo hacia la oposición de Juntos por el Cambio. Es una fotografía de lo que sucede hoy en la sociedad. Faltan tres semanas para las primeras elecciones. Dentro de 21 días, la sociedad podría opinar otra cosa o directamente olvidarse de lo que pasó. Dependerá mucho de si hay –o no– más novedades sobre eventuales fiestas en Olivos durante la interminable cuarentena. “Espero que no nos enteremos de algo nuevo”, dice otro funcionario. Es un ruego, no una certeza.“Cristina es como el sol: te ilumina, pero si te acercas te quema”, confiesa un ministro que lo vio al Presidente girar de la independencia a la dependencia de la vicepresidenta. El escándalo de la foto lo llevó a pegotearse aún más a ella porque las versiones indicaban que Cristina estaba enardecida de furia. Lo estaba. Es el único error de Alberto Fernández que ella no cometió. Solitaria y desconfiada, huraña a veces, nunca se supo de fiestas ni celebraciones en Olivos durante los ocho años en que ella fue presidenta. La imagen de la unidad era necesaria. Pero ella es ella. El fastidio le surgió, evidente e incontrastable, por las pequeñas cosas. ¿Tenía que retarlo en público al Presidente porque tomaba agua de una botella? Esa imagen es horrible, le dijo; podría haber agregado que es horrible sobre todo en un presidente de la Nación. Alberto Fernández adujo que Máximo Kirchner también tomaba agua de la botella. Fue el argumento de un alumno indisciplinado, que culpa a otro alumno, frente a una maestra severa. “También se lo dije a él”, le replicó ella. Los dos eran hijos que habían herido la sensibilidad estética de la vicepresidenta. El Presidente no necesita de la oposición para que lo debilite. Aunque él contribuye a la construcción de su propia debilidad (cuando habla, se contradice o afirma cosas que no son ciertas), con su socia sería suficiente. Ella exhibe obscenamente la anemia política del jefe del Estado.No pocos funcionarios imaginan, con distintas dosis de terror, el día después de las elecciones. “En cualquier caso, hay que estar preparado para una intervención del gobierno por parte de ella”, zanja un ministro. Explica: ya sea porque hubiese un triunfo amargo (pequeño, insignificante) o una derrota, la vicepresidenta intentará tomar definitivamente el control de la administración, desde la Jefatura de Gabinete hacia abajo. El Presidente seguirá donde está. Cristina no aspira a hacerse cargo personalmente de todas las crisis, expuestas o pendientes, que hay en la Argentina. ¿Será distinto si sucediera una clara victoria? “No lo sé”, responde el funcionario. “Una buena victoria se la podrían adjudicar tanto Cristina como Alberto”, abunda. No es el método de la vicepresidenta. Las victorias son de ella; las derrotas son ajenas. ¿Asumió alguna vez las derrotas de 2009, de 2013, de 2015 y de 2017? Nunca.El kirchnerismo se mueve en la Cámara de Diputados para convocar cuanto antes a una sesión especial para tratar la modificación de la ley que regula la designación del jefe de los fiscales (procurador general de la Nación). Cargo crucial para controlar la acusación en varias causas por supuesta corrupción que acosan a la expresidenta. Algunos opositores están convencidos de que ese intento se concretará antes de las elecciones. Es una clara señal de que ella está insegura del resultado electoral. “Teme encontrarse con una sorpresa el día de las elecciones. Le teme a una derrota importante”, aseguran a su lado. Un alto porcentaje de la sociedad no quiere contestar encuestas y, entre los que contestan, son mayoría los que no saben si irán a votar ni por quiénes votarán. “El día de las elecciones habrá que estar pendiente sobre todo del voto en blanco y de la abstención”, aconseja uno de los principales encuestadores. Mala señal si eso es lo que importa.Otro encuestador agrega que nunca ganó un gobierno con los datos actuales de insatisfacción económica, de tan escasa esperanza en el futuro y de tanto descreimiento en la dirigencia política. “Sería un hecho único en la historia, porque Macri estaba en 2019 mejor que lo que está ahora Alberto Fernández y, sin embargo, perdió por ocho puntos”, subraya ese analista de opinión pública. Debe consignarse que el Presidente habían comenzado a mejorar en algunas encuestas cuando su gobierno inauguró el período de reparto de dinero. El fenómeno fue detectado antes de la crisis por la fiesta de Olivos. La mayoría de las agencias de encuestas están haciendo ahora el trabajo de campo para establecer qué pasó en la sociedad cuando se ventiló una fiesta presidencial en medio del encierro y la pandemia. “Los presidentes no tienen perdón”, concluyó, sincero y frontal como siempre, el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica cuando analizó la peripecia reciente del mandatario argentino. Mujica es uno de los amigos progresistas ante los que se postra Alberto Fernández.Falta saber qué sucederá en las semanas que vienen con la variante delta del coronavirus. El prestigioso infectólogo Roberto Debbag señaló que en las próximas tres o cuatro semanas habrá en el país un ascenso en espiral de contagios de la variante delta. Tiene en cuenta que en ciertas ciudades de América latina esa variante ya significa el 90% de los nuevos casos de Covid (el Distrito Federal de México y algunas ciudades de Colombia, por ejemplo). El sistema estadístico argentino es lento y oscuro. Podría haber ahora más casos de la variante delta de los que se conocen. ¿Cómo reaccionará la sociedad si hubiera una nueva ola de contagios justo en el momento de las elecciones? ¿Irá a votar con bronca o predominará el miedo y no irá a votar? El “voto emocional” (Guillermo Oliveto dixit) es impredecible por naturaleza. El de Cristina no es un temor vano.

Fuente: La Nación

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El 15 de junio de 1944, días después del desembarco aliado en Normandía, unos 300 aviones arrojaron 1200 toneladas de bombas contra la base de submarinos alemanes, ubicada a 200 metros de la estatua ecuestre del general José de San Martín, inaugurada en 1909 en Boulogne-sur-Mer. San Martín resultó indemne y aún hoy la población lo considera “un milagro”.En 1946, apenas dos años después de aquel “Día D”, la República Argentina preparaba una combinación letal de desaciertos, que dañaron la imagen del libertador como no había ocurrido en Boulogne-sur-Mer. Ese año se nacionalizaron el Banco Central y el sistema financiero, abriendo las compuertas a una emisión monetaria descontrolada, que, a través del tiempo, obligó a quitar 13 ceros al peso creado en 1881.Hasta 1942, los billetes “moneda nacional” tenían la clásica Efigie del Progreso. Cuando las ideas fascistas subordinaron el progreso a la autarquía, comenzó a emitirse la Serie San Martín con su rostro en todas las denominaciones, variando solamente los dorsos. Entre el uso y el abuso, la célebre litografía de Juan Bautista Madou se fue destiñendo, hasta convertirse en “papel pintado”.Para 1970 se había degradado tanto su valor, que la moneda nacional fue reemplazada por el Peso Ley 18.188, quitándole dos ceros. Inicialmente, los billetes fueron resellados sin mayor respeto por el padre de la patria, que observaba el manoseo impensado desde la derecha de los papeles devaluados. Los nuevos “pesos ley”, también recurrieron a su imagen para prestigiarse, aunque no ya con su perfil maduro, sino con su daguerrotipo de senectud (París, 1848). Con canas y arrugas ganadas tras actuar tantos años en el teatro de la soberanía monetaria.La inflación posterior al Rodrigazo obligó a emitir un billete de un millón de pesos en 1981, repitiendo el daguerrotipo póstumo, arrinconado ahora por la acumulación insólita de ceros. En 1983 se le quitaron cuatro, con el nuevo y efímero peso argentino. ¿Qué imagen se utilizó en su diseño? ¡Correcto! La de José de San Martin anciano, aunque más lívido que antes.En 1985, con el Plan Austral, se reemplazaron los billetes y se dio descanso, por primera vez, a nuestro héroe de la independencia. A la nueva hoguera inflacionaria se arrojaron los primeros presidentes: desde Bernardino Rivadavia, hasta Manuel Quintana. Como este tenía la denominación mayor, se chamuscó menos que el resto.En 1992 se adoptó el peso convertible. El héroe de los Andes reapareció, rejuvenecido, aunque solo en el billete de 5 pesos. Se utilizó el célebre retrato “de la Bandera” (circa 1827), pero sin bandera. Mirando a la derecha, con sus ojos clavados en ese número fatídico, intuyendo un mal final para esa media decena bajo su tutela. Como el general lo preveía, en poco tiempo se convirtió en un papelito sin valor.Durante la gestión macrista, se optó por preservar la imagen de los próceres y emitir la cuarta serie con la fauna autóctona de la Argentina. Los animalitos también fueron diezmados por la inflación, la cazadora furtiva más dañina de la República.Pero no hemos llegado aún al final. Otra gesta patriótica se prepara para nuestro aguerrido José Francisco. El presidente Alberto Fernández anunció, en el acto por el 171° aniversario de su fallecimiento, que “San Martín muy pronto va a estar en nuestros billetes, acompañado por Belgrano, Güemes y Juana Azurduy”, entre otros. ¡Vaya imaginación, la del primer mandatario!Con una inflación reprimida que supera el 50% anual, el vencedor de Maipú debe estar agarrándose la cabeza por este nuevo intento de malversarlo para prestigiar lo desprestigiado. Incorporarlo a nuevas series de papeles sin respaldo será condenarlo a otro fracaso.La moneda es un atributo de la soberanía, de carácter institucional, que requiere de confianza para funcionar como tal. Al igual que el crédito público, se sustenta en una trayectoria de cumplimiento de la palabra. Difícilmente pueda lograrlo un país que ha incumplido sus obligaciones internacionales nueve veces y cuyo Congreso ovacionó el mayor default de la historia mundial en 2001. Un país que ha tenido el mayor número de demandas en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi) y que tampoco honró ninguno de los 26 acuerdos que firmó con el FMI desde Frondizi (1958). Esta reiterada inconducta de la dirigencia política ha fomentado la creencia popular de que no cumplir es una virtud, como si las avivadas nos hicieran mejores y más prósperos.Se equivoca el presidente Fernández si cree que San Martín le hubiera aconsejado que “no negocie cualquier cosa con el FMI”. Habría indicado hacerlo “con dignidad, para que la Argentina tenga futuro”. Una cosa es la Vuelta de Obligado y otra cosa es el crédito público. Quizás ignore que el morador de Grand Bourg no sabía mucho de finanzas y que pedía consejo a su gran amigo y vecino, el banquero Alejandro de Aguado, quien tanto lo ayudó en los últimos años de su vida.Aguado, radicado en París, fue el principal asesor financiero de Fernando VII después de la restauración absolutista (1823). El monarca, agobiado por el déficit fiscal, debía recuperar el crédito español luego de repudiar las deudas del Trienio Liberal. El banquero tuvo agallas para suscribir él mismo las nuevas emisiones del Reino de España, levantando los fondos con sus propios bonos (Bonos Aguado), que tuvieron gran demanda en las bolsas europeas. Al punto que el rey borbón le otorgó el título de “Marqués de las Marismas del Guadalquivir” por haber reestablecido el crédito perdido.Sin duda, San Martín, educado en principios morales, el valor de la palabra y el cumplimiento de las obligaciones, hubiera priorizado, como Aguado con España, la necesidad de crear confianza, sin jugar con chicanas para la tribuna.Hasta tanto no se erradique la inflación, el Gobierno debería evitar usar la imagen del libertador para jerarquizar billetes que se desvanecerán en las manos de los más pobres, como ocurre desde 1946.Quizás fuese más apropiado elegir las obras de arte argentino que reflejen mejor el actual estado de cosas, como “Sin Pan y sin Trabajo” (Ernesto de la Cárcova, 1894); “La Sopa de los Pobres” (Reinaldo Giudici, 1884) o alguno de los dolorosos “Juanito Laguna” de Antonio Berni (1905- 1981).Y dejar a San Martín indemne y en paz, emulando el milagro de Boulogne-sur-Mer.

Fuente: La Nación

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El 15 de junio de 1944, días después del desembarco aliado en Normandía, unos 300 aviones arrojaron 1200 toneladas de bombas contra la base de submarinos alemanes, ubicada a 200 metros de la estatua ecuestre del general José de San Martín, inaugurada en 1909 en Boulogne-sur-Mer. San Martín resultó indemne y aún hoy la población lo considera “un milagro”.En 1946, apenas dos años después de aquel “Día D”, la República Argentina preparaba una combinación letal de desaciertos, que dañaron la imagen del libertador como no había ocurrido en Boulogne-sur-Mer. Ese año se nacionalizaron el Banco Central y el sistema financiero, abriendo las compuertas a una emisión monetaria descontrolada, que, a través del tiempo, obligó a quitar 13 ceros al peso creado en 1881.Hasta 1942, los billetes “moneda nacional” tenían la clásica Efigie del Progreso. Cuando las ideas fascistas subordinaron el progreso a la autarquía, comenzó a emitirse la Serie San Martín con su rostro en todas las denominaciones, variando solamente los dorsos. Entre el uso y el abuso, la célebre litografía de Juan Bautista Madou se fue destiñendo, hasta convertirse en “papel pintado”.Para 1970 se había degradado tanto su valor, que la moneda nacional fue reemplazada por el Peso Ley 18.188, quitándole dos ceros. Inicialmente, los billetes fueron resellados sin mayor respeto por el padre de la patria, que observaba el manoseo impensado desde la derecha de los papeles devaluados. Los nuevos “pesos ley”, también recurrieron a su imagen para prestigiarse, aunque no ya con su perfil maduro, sino con su daguerrotipo de senectud (París, 1848). Con canas y arrugas ganadas tras actuar tantos años en el teatro de la soberanía monetaria.La inflación posterior al Rodrigazo obligó a emitir un billete de un millón de pesos en 1981, repitiendo el daguerrotipo póstumo, arrinconado ahora por la acumulación insólita de ceros. En 1983 se le quitaron cuatro, con el nuevo y efímero peso argentino. ¿Qué imagen se utilizó en su diseño? ¡Correcto! La de José de San Martin anciano, aunque más lívido que antes.En 1985, con el Plan Austral, se reemplazaron los billetes y se dio descanso, por primera vez, a nuestro héroe de la independencia. A la nueva hoguera inflacionaria se arrojaron los primeros presidentes: desde Bernardino Rivadavia, hasta Manuel Quintana. Como este tenía la denominación mayor, se chamuscó menos que el resto.En 1992 se adoptó el peso convertible. El héroe de los Andes reapareció, rejuvenecido, aunque solo en el billete de 5 pesos. Se utilizó el célebre retrato “de la Bandera” (circa 1827), pero sin bandera. Mirando a la derecha, con sus ojos clavados en ese número fatídico, intuyendo un mal final para esa media decena bajo su tutela. Como el general lo preveía, en poco tiempo se convirtió en un papelito sin valor.Durante la gestión macrista, se optó por preservar la imagen de los próceres y emitir la cuarta serie con la fauna autóctona de la Argentina. Los animalitos también fueron diezmados por la inflación, la cazadora furtiva más dañina de la República.Pero no hemos llegado aún al final. Otra gesta patriótica se prepara para nuestro aguerrido José Francisco. El presidente Alberto Fernández anunció, en el acto por el 171° aniversario de su fallecimiento, que “San Martín muy pronto va a estar en nuestros billetes, acompañado por Belgrano, Güemes y Juana Azurduy”, entre otros. ¡Vaya imaginación, la del primer mandatario!Con una inflación reprimida que supera el 50% anual, el vencedor de Maipú debe estar agarrándose la cabeza por este nuevo intento de malversarlo para prestigiar lo desprestigiado. Incorporarlo a nuevas series de papeles sin respaldo será condenarlo a otro fracaso.La moneda es un atributo de la soberanía, de carácter institucional, que requiere de confianza para funcionar como tal. Al igual que el crédito público, se sustenta en una trayectoria de cumplimiento de la palabra. Difícilmente pueda lograrlo un país que ha incumplido sus obligaciones internacionales nueve veces y cuyo Congreso ovacionó el mayor default de la historia mundial en 2001. Un país que ha tenido el mayor número de demandas en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi) y que tampoco honró ninguno de los 26 acuerdos que firmó con el FMI desde Frondizi (1958). Esta reiterada inconducta de la dirigencia política ha fomentado la creencia popular de que no cumplir es una virtud, como si las avivadas nos hicieran mejores y más prósperos.Se equivoca el presidente Fernández si cree que San Martín le hubiera aconsejado que “no negocie cualquier cosa con el FMI”. Habría indicado hacerlo “con dignidad, para que la Argentina tenga futuro”. Una cosa es la Vuelta de Obligado y otra cosa es el crédito público. Quizás ignore que el morador de Grand Bourg no sabía mucho de finanzas y que pedía consejo a su gran amigo y vecino, el banquero Alejandro de Aguado, quien tanto lo ayudó en los últimos años de su vida.Aguado, radicado en París, fue el principal asesor financiero de Fernando VII después de la restauración absolutista (1823). El monarca, agobiado por el déficit fiscal, debía recuperar el crédito español luego de repudiar las deudas del Trienio Liberal. El banquero tuvo agallas para suscribir él mismo las nuevas emisiones del Reino de España, levantando los fondos con sus propios bonos (Bonos Aguado), que tuvieron gran demanda en las bolsas europeas. Al punto que el rey borbón le otorgó el título de “Marqués de las Marismas del Guadalquivir” por haber reestablecido el crédito perdido.Sin duda, San Martín, educado en principios morales, el valor de la palabra y el cumplimiento de las obligaciones, hubiera priorizado, como Aguado con España, la necesidad de crear confianza, sin jugar con chicanas para la tribuna.Hasta tanto no se erradique la inflación, el Gobierno debería evitar usar la imagen del libertador para jerarquizar billetes que se desvanecerán en las manos de los más pobres, como ocurre desde 1946.Quizás fuese más apropiado elegir las obras de arte argentino que reflejen mejor el actual estado de cosas, como “Sin Pan y sin Trabajo” (Ernesto de la Cárcova, 1894); “La Sopa de los Pobres” (Reinaldo Giudici, 1884) o alguno de los dolorosos “Juanito Laguna” de Antonio Berni (1905- 1981).Y dejar a San Martín indemne y en paz, emulando el milagro de Boulogne-sur-Mer.

Fuente: La Nación

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Cristina Kirchner ofreció días atrás, en la Isla Maciel, una llamativa visión sobre la identificación política de los argentinos. Consideró que cualquiera que se diga peronista o kirchnerista podría dar razones de por qué lo es. Y sugirió que, por el contrario, quienes son “macristas o de Cambiemos” solo pueden serlo “por odio hacia el otro, hacia el que sienten diferencias, hacia el que no quieren” y que esto “debe cambiar en la Argentina”. Casi al mismo tiempo, el filósofo y asesor presidencial Ricardo Forster, al referirse a la reciente “marcha de las piedras”, realizada en homenaje a las víctimas del coronavirus, afirmó que detectó “odio y bronca” en algunos de los que se movilizaron. Exsecretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional del gobierno de Cristina Kirchner, Forster sostuvo también que advirtió en ese acto un intento de “demonización del kirchnerismo” y de “destrucción de la figura” de Alberto Fernández.No corresponde calificar de odio al dolor. Especialmente, cuando se trata de personas que, en muchos casos, ni siquiera pudieron darles el último adiós a sus seres más queridos.La metáfora del odio a la que recurren la vicepresidenta y dirigentes del kirchnerismo opera como un principio de organización de la identidad colectiva, al tiempo que es representativa de un pensamiento profundamente autoritario. El mensaje de Cristina Kirchner parece indicar que a quienes no piensan como ella solo puede moverlos el odio. Quien piensa diferente sería, según su particular concepción, un odiador serial.En vísperas de la recuperación de la democracia en 1983, el recordado sociólogo y educador Francisco Delich habló de la metáfora de la sociedad enferma, que desde 1976 se convirtió en el diagnóstico oficial del régimen militar para justificar su permanencia de facto en el poder y también el cercenamiento de las libertades. La relación entre aquel poder militar y la sociedad se asemejaba, en palabras de Delich, a una relación médico-paciente claramente asimétrica, donde el médico sabía y el paciente no sabía, y donde el monopolio absoluto del saber implicaba también el monopolio del poder. De ese modo, el poder era el único facultado para diagnosticar las anomalías de la sociedad y establecer un nuevo orden que protegiera de la contaminación al saber-poder y asegurara el aislamiento de quienes representaban el foco infeccioso. La terapia incluía una nítida separación de roles, una distinción de sanos y enfermos, de terapeutas y pacientes, algo que exigiría y justificaría el control total del aparato estatal por parte de los cirujanos-terapeutas, así como su dolorosa terapia.De acuerdo con la metáfora de la sociedad enferma que enunció Delich, el aislamiento y la posterior aniquilación del enfermo requería como primera medida terapéutica la supresión de la actividad política, por cuanto esta dividiría inútilmente a los argentinos y la desunión permitiría el avance del mal.El recurso de la metáfora del odio por parte del kirchnerismo encuentra no pocos puntos en común con la metáfora de la sociedad enferma a la que han apelado regímenes autoritarios. Insiste en el discurso de la grieta y en la dialéctica amigo-enemigo, y puede encerrar cierta lógica afín a la proyección de una autocracia.Hay en algunos mensajes del presidente Alberto Fernández una concepción parecida. Por ejemplo, cuando el jefe del Estado recurre a la figura del “hombre común” para justificar su “error” de haber consentido la violación de la estricta cuarentena –que él impuso a toda la población– en la propia quinta presidencial de Olivos. En su peculiar interpretación de este escandaloso hecho que exhibió la desigualdad de unos y otros ante la ley, el hombre común tiende a no cumplir con las normas, algo que no es cierto, por cuanto, durante el período de aislamiento obligatorio, la mayoría de los ciudadanos de a pie cumplieron con las restricciones impuestas, más allá de su discutible grado de razonabilidad. Alberto Fernández no cometió el error de un hombre común; cometió un abuso de poder.Tras el escándalo de la fiesta clandestina en Olivos, el oficialismo busca efectuar un control de daños y frenar la hemorragia electoral. La corrupción o las cuestiones vinculadas con la ética pública han tendido a ser minimizadas por el electorado en épocas de crecimiento económico –el principal ejemplo pueden ser las primeras presidencias de Carlos Menem o de Néstor y Cristina Kirchner–, pero la sociedad no suele perdonarlas y pasa factura a sus gobernantes cuando se producen al mismo tiempo en que la economía y sus bolsillos se ven resentidos.De ahí que la preocupación en la coalición gobernante pase hoy por el llamado “voto blando”, constituido por aquellos votantes independientes que, en 2015, le dieron la victoria a Mauricio Macri y que, desencantados con él, en 2019, posibilitaron el triunfo de Alberto Fernández aun cuando no comulgaran con su compañera de fórmula. Se trata de un segmento del electorado que esperaba algo distinto del actual gobierno y que, no sin cierta ingenuidad, aguardaba que Cristina Kirchner se limitara a hacer sonar la campanita del Senado y a tejer escarpines.El preocupante escenario para el oficialismo no solo se intuye a partir de algunas encuestas sobre las que cualquiera tendría derecho a desconfiar. Observadores cercanos al oficialismo también formulan sus advertencias. El antropólogo y sociólogo Pablo Semán, entrevistado días atrás en la FM La Patriada, expresó que la foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez en Olivos “empieza a horadar no solamente el voto ampliado del Frente de Todos, sino también el voto propio”. Agregó que “ese caudal se construye, en parte, con jóvenes, con nuevas generaciones para las cuales el kirchnerismo no es algo viejo y lo único que ven de él es esa foto en medio de la pandemia”. Más aún, sostuvo que “en las clases medias bajas, donde la diferencia con alguien de más abajo es cada vez menor, hay un montón de voto propio o de cuna para voto propio que se está perdiendo”.La más reciente encuesta de Synopsis, concluida el 15 de agosto, poco después de difundida la foto del escándalo, mostró a Alberto Fernández en el pico de imagen negativa, con el 70,7% –casi ocho puntos más que un mes atrás– y solo el 24,6% de imagen positiva. La estrategia electoral del oficialismo en la que Cristina contenía y Alberto ampliaba ha sucumbido ante la nueva realidad: hoy el Presidente parece haberse transformado en el mayor piantavotos de la coalición gobernante.La provincia de Buenos Aires constituye el distrito donde más se incrementó el desempleo desde la asunción de Alberto Fernández y los picos más elevados se registran en municipios gobernados por el peronismo, como Avellaneda, Quilmes y Lomas de Zamora. Precisamente en este último distrito fue donde, a la caza del voto marginal, Cristina Kirchner apeló a citar al cantante de cumbia villera L-Gante, cuyos temas musicales ostentan un récord de visualizaciones en YouTube. La jugada no le salió del todo bien: la vicepresidenta confundió el apodo del artista (lo llamó Elegant) y se jactó de que grabó su primera canción con una computadora obtenida gracias al plan Conectar Igualdad, hecho que fue desmentido por el propio trapero. Son gestos desesperados que buscan seducir a un público joven, como el que recientemente ofreció también el Presidente al dar un primer aval a la legalización de la marihuana. Populismo puro.Por ahora, la principal estrategia del oficialismo para retener a los votantes desencantados es recordarles a cada rato la palabra Macri y apelar a la metáfora del odio.

Fuente: La Nación

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Cristina Kirchner ofreció días atrás, en la Isla Maciel, una llamativa visión sobre la identificación política de los argentinos. Consideró que cualquiera que se diga peronista o kirchnerista podría dar razones de por qué lo es. Y sugirió que, por el contrario, quienes son “macristas o de Cambiemos” solo pueden serlo “por odio hacia el otro, hacia el que sienten diferencias, hacia el que no quieren” y que esto “debe cambiar en la Argentina”. Casi al mismo tiempo, el filósofo y asesor presidencial Ricardo Forster, al referirse a la reciente “marcha de las piedras”, realizada en homenaje a las víctimas del coronavirus, afirmó que detectó “odio y bronca” en algunos de los que se movilizaron. Exsecretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional del gobierno de Cristina Kirchner, Forster sostuvo también que advirtió en ese acto un intento de “demonización del kirchnerismo” y de “destrucción de la figura” de Alberto Fernández.No corresponde calificar de odio al dolor. Especialmente, cuando se trata de personas que, en muchos casos, ni siquiera pudieron darles el último adiós a sus seres más queridos.La metáfora del odio a la que recurren la vicepresidenta y dirigentes del kirchnerismo opera como un principio de organización de la identidad colectiva, al tiempo que es representativa de un pensamiento profundamente autoritario. El mensaje de Cristina Kirchner parece indicar que a quienes no piensan como ella solo puede moverlos el odio. Quien piensa diferente sería, según su particular concepción, un odiador serial.En vísperas de la recuperación de la democracia en 1983, el recordado sociólogo y educador Francisco Delich habló de la metáfora de la sociedad enferma, que desde 1976 se convirtió en el diagnóstico oficial del régimen militar para justificar su permanencia de facto en el poder y también el cercenamiento de las libertades. La relación entre aquel poder militar y la sociedad se asemejaba, en palabras de Delich, a una relación médico-paciente claramente asimétrica, donde el médico sabía y el paciente no sabía, y donde el monopolio absoluto del saber implicaba también el monopolio del poder. De ese modo, el poder era el único facultado para diagnosticar las anomalías de la sociedad y establecer un nuevo orden que protegiera de la contaminación al saber-poder y asegurara el aislamiento de quienes representaban el foco infeccioso. La terapia incluía una nítida separación de roles, una distinción de sanos y enfermos, de terapeutas y pacientes, algo que exigiría y justificaría el control total del aparato estatal por parte de los cirujanos-terapeutas, así como su dolorosa terapia.De acuerdo con la metáfora de la sociedad enferma que enunció Delich, el aislamiento y la posterior aniquilación del enfermo requería como primera medida terapéutica la supresión de la actividad política, por cuanto esta dividiría inútilmente a los argentinos y la desunión permitiría el avance del mal.El recurso de la metáfora del odio por parte del kirchnerismo encuentra no pocos puntos en común con la metáfora de la sociedad enferma a la que han apelado regímenes autoritarios. Insiste en el discurso de la grieta y en la dialéctica amigo-enemigo, y puede encerrar cierta lógica afín a la proyección de una autocracia.Hay en algunos mensajes del presidente Alberto Fernández una concepción parecida. Por ejemplo, cuando el jefe del Estado recurre a la figura del “hombre común” para justificar su “error” de haber consentido la violación de la estricta cuarentena –que él impuso a toda la población– en la propia quinta presidencial de Olivos. En su peculiar interpretación de este escandaloso hecho que exhibió la desigualdad de unos y otros ante la ley, el hombre común tiende a no cumplir con las normas, algo que no es cierto, por cuanto, durante el período de aislamiento obligatorio, la mayoría de los ciudadanos de a pie cumplieron con las restricciones impuestas, más allá de su discutible grado de razonabilidad. Alberto Fernández no cometió el error de un hombre común; cometió un abuso de poder.Tras el escándalo de la fiesta clandestina en Olivos, el oficialismo busca efectuar un control de daños y frenar la hemorragia electoral. La corrupción o las cuestiones vinculadas con la ética pública han tendido a ser minimizadas por el electorado en épocas de crecimiento económico –el principal ejemplo pueden ser las primeras presidencias de Carlos Menem o de Néstor y Cristina Kirchner–, pero la sociedad no suele perdonarlas y pasa factura a sus gobernantes cuando se producen al mismo tiempo en que la economía y sus bolsillos se ven resentidos.De ahí que la preocupación en la coalición gobernante pase hoy por el llamado “voto blando”, constituido por aquellos votantes independientes que, en 2015, le dieron la victoria a Mauricio Macri y que, desencantados con él, en 2019, posibilitaron el triunfo de Alberto Fernández aun cuando no comulgaran con su compañera de fórmula. Se trata de un segmento del electorado que esperaba algo distinto del actual gobierno y que, no sin cierta ingenuidad, aguardaba que Cristina Kirchner se limitara a hacer sonar la campanita del Senado y a tejer escarpines.El preocupante escenario para el oficialismo no solo se intuye a partir de algunas encuestas sobre las que cualquiera tendría derecho a desconfiar. Observadores cercanos al oficialismo también formulan sus advertencias. El antropólogo y sociólogo Pablo Semán, entrevistado días atrás en la FM La Patriada, expresó que la foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez en Olivos “empieza a horadar no solamente el voto ampliado del Frente de Todos, sino también el voto propio”. Agregó que “ese caudal se construye, en parte, con jóvenes, con nuevas generaciones para las cuales el kirchnerismo no es algo viejo y lo único que ven de él es esa foto en medio de la pandemia”. Más aún, sostuvo que “en las clases medias bajas, donde la diferencia con alguien de más abajo es cada vez menor, hay un montón de voto propio o de cuna para voto propio que se está perdiendo”.La más reciente encuesta de Synopsis, concluida el 15 de agosto, poco después de difundida la foto del escándalo, mostró a Alberto Fernández en el pico de imagen negativa, con el 70,7% –casi ocho puntos más que un mes atrás– y solo el 24,6% de imagen positiva. La estrategia electoral del oficialismo en la que Cristina contenía y Alberto ampliaba ha sucumbido ante la nueva realidad: hoy el Presidente parece haberse transformado en el mayor piantavotos de la coalición gobernante.La provincia de Buenos Aires constituye el distrito donde más se incrementó el desempleo desde la asunción de Alberto Fernández y los picos más elevados se registran en municipios gobernados por el peronismo, como Avellaneda, Quilmes y Lomas de Zamora. Precisamente en este último distrito fue donde, a la caza del voto marginal, Cristina Kirchner apeló a citar al cantante de cumbia villera L-Gante, cuyos temas musicales ostentan un récord de visualizaciones en YouTube. La jugada no le salió del todo bien: la vicepresidenta confundió el apodo del artista (lo llamó Elegant) y se jactó de que grabó su primera canción con una computadora obtenida gracias al plan Conectar Igualdad, hecho que fue desmentido por el propio trapero. Son gestos desesperados que buscan seducir a un público joven, como el que recientemente ofreció también el Presidente al dar un primer aval a la legalización de la marihuana. Populismo puro.Por ahora, la principal estrategia del oficialismo para retener a los votantes desencantados es recordarles a cada rato la palabra Macri y apelar a la metáfora del odio.

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CINCINNATI (AP) — Nick Castellanos pegó un cuadrangular de dos carreras y empujó cuatro en total, para que los Rojos de Cincinnati vencieran el sábado 7-4 a los Marlins de Miami.Tyler Naquin conectó tres dobles y anotó tres veces por Cincinnati, que ganó por quinta vez en siete juegos. Los Rojos comenzaron la jornada empatados con San Diego en la disputa del segundo boleto de comodín para los playoffs en la Liga Nacional.Castellanos empujó a Naquin mediante su 22do jonrón, en la primera entrada. Fue retirado en una roleta que produjo sin embargo una carrera durante un ataque de cuatro anotaciones de Cincinnati en el sexto capítulo.Y en el octavo, bateó un sencillo impulsor.Miami sufrió su sexta derrota consecutiva. El colombiano Jorge Alfaro sumó dos imparables y una remolcada, mientras que Zach Thompson cubrió cinco entradas con pelota de tres hits.El encuentro estaba igualado 2-2 antes de que Cincinnati anotara cuatro veces en el sexto inning ante Anthony Bender (2-2). Tyler Stephenson aportó el batazo clave, un doble como emergente, para producir dos carreras.El mexicano Luis Cessa (4-2) conjuró un atolladero con las bases llenas en el quinto acto, para cosechar el triunfo.Por los Marlins, los venezolanos Miguel Rojas de 4-0, Jesús Aguilar de 2-1 con una anotada y una empujada. El colombiano Alfaro de 4-2 con una remolcada. El dominicano Brian de la Cruz de 3-1 con una anotada. El puertorriqueño Isan Díaz de 1-1.Por los Rojos, el dominicano Arístides Aquino de 2-0. El cubano José Barrero de 1-0. El venezolano Eugenio Suárez de 2-0 con una remolcada.

Fuente: La Nación

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CINCINNATI (AP) — Nick Castellanos pegó un cuadrangular de dos carreras y empujó cuatro en total, para que los Rojos de Cincinnati vencieran el sábado 7-4 a los Marlins de Miami.Tyler Naquin conectó tres dobles y anotó tres veces por Cincinnati, que ganó por quinta vez en siete juegos. Los Rojos comenzaron la jornada empatados con San Diego en la disputa del segundo boleto de comodín para los playoffs en la Liga Nacional.Castellanos empujó a Naquin mediante su 22do jonrón, en la primera entrada. Fue retirado en una roleta que produjo sin embargo una carrera durante un ataque de cuatro anotaciones de Cincinnati en el sexto capítulo.Y en el octavo, bateó un sencillo impulsor.Miami sufrió su sexta derrota consecutiva. El colombiano Jorge Alfaro sumó dos imparables y una remolcada, mientras que Zach Thompson cubrió cinco entradas con pelota de tres hits.El encuentro estaba igualado 2-2 antes de que Cincinnati anotara cuatro veces en el sexto inning ante Anthony Bender (2-2). Tyler Stephenson aportó el batazo clave, un doble como emergente, para producir dos carreras.El mexicano Luis Cessa (4-2) conjuró un atolladero con las bases llenas en el quinto acto, para cosechar el triunfo.Por los Marlins, los venezolanos Miguel Rojas de 4-0, Jesús Aguilar de 2-1 con una anotada y una empujada. El colombiano Alfaro de 4-2 con una remolcada. El dominicano Brian de la Cruz de 3-1 con una anotada. El puertorriqueño Isan Díaz de 1-1.Por los Rojos, el dominicano Arístides Aquino de 2-0. El cubano José Barrero de 1-0. El venezolano Eugenio Suárez de 2-0 con una remolcada.

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Los ritos funerarios son cosa seria e ir contra ellos suele resultar contraproducente. En 1955, el cuerpo embalsamado de Eva Perón deambuló de un lugar a otro antes de su partida hacia una tumba secreta en Europa. Uno de ellos fue el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE), que funcionaba en la esquina de Callao y Viamonte. Supuestamente, nadie sabía dónde estaba oculto. Sin embargo, cada día aparecían velitas encendidas en esa vereda. Lo que se pretendía ocultar tanto, se volvía más perceptible por su incierto paradero. Innecesario recordar cuánto se agigantó el mito de Evita gracias a los inútiles esfuerzos de sus enemigos en desaparecerla.No es lo mismo, está claro, pero nuevos apropiadores vuelven a caer en un mecanismo con ciertas similitudes: el Gobierno secuestró en la noche del lunes último las piedras con nombres inscriptos que una gran cantidad de personas acercó a la Plaza de Mayo y a la Residencia Presidencial de Olivos, como testimonio de los más de 110.000 muertos que en la Argentina se llevó hasta ahora el Covid. Así, lo que se intenta invisibilizar, tal vez una vez más termine agigantado.De hecho, cada día desde entonces, aparecen nuevas piedras en ese paseo público en el que los argentinos desde 1810 solemos expresar como pueblo nuestras mayores alegrías y tristezas. Ya se habla de una segunda marcha de las piedras, hay amparos presentados en la Justicia para recuperarlas y las redes sociales estallaron con #devuelvanlaspiedras y otras leyendas. El Gobierno proyecta construir con esas piedras dos memoriales (uno en provincia y otro en CABA, aunque no descarta que finalmente sea uno solo).Tenía 18 años y me mandaron a cubrir una de las primeras marchas de las Madres de Plaza de Mayo. En un momento, el fotógrafo que me acompañaba y yo recorrimos por separado las inmediaciones de la Casa Rosada. Nos desencontramos y me volví a la redacción. Él llegó bastante después: unos desconocidos lo habían subido a un auto para quitarle el rollo de fotos que contenía su registro de las Madres de aquel día. Poco después, un grupo de tareas secuestró a la primera presidenta de esa organización, Azucena Villaflor. Pero ni el rollo velado de mi compañero ni la desaparición de aquella madre fundadora y de tantos otros miles de argentinos impidieron que, empecinadamente, un grupo de mujeres silenciosas cada jueves hiciera su ronda para llamar la atención sobre sus hijos ausentes. Un gesto simple y sencillo, pero que muy pronto empezó a dar la vuelta al mundo. Antes que ellas, en 1975, madres de víctimas de la guerrilla fueron a dejar claveles rojos al pie de la Pirámide de Mayo y pañuelos blancos con los nombres inscriptos de los asesinados. El rito se replicaría más adelante por los desaparecidos.¿Temió el gobierno actual ser interpelado por aquellas piedras que se acumularon en torno del mástil de la Plaza de Mayo y ante las rejas de la Casa Rosada y que representan a otros muertos incómodos? ¿Podían convertirse con el paso de los días en un monumento funerario informal que concitara la constante procesión de deudos y curiosos, y que -una vez más- la Plaza de Mayo fuese noticia mundial?Si tanto le temen a las imágenes banales de la celebración del cumpleaños de la primera dama, al punto de dar a conocer los videos el propio gobierno por medio de un intempestivo flash en la TV Pública y en un medio paraoficial para que la repulsa generalizada no se pegue demasiado al momento de votar, ¿cómo no iban a querer dar vuelta la página rápidamente de ese silencioso velatorio popular que llevó hasta las puertas del poder la expresión de un dolor intenso que no cesa?Sin reparar en los ecos ominosos de su decisión, en un operativo comando, amparado por las tinieblas de la noche, llevaron en carretillas al interior de la Casa de Gobierno todo ese hondo testimonio mineral. Todo no, en la mudanza a los apurones, algunas cayeron por el camino.Las piedras, finalmente, quedaron “a disposición del Poder Ejecutivo” (aquella fórmula que usaba la dictadura para apresar formalmente a la gente que no hacía desaparecer). Travesuras macabras de nuestra agitada historia que vuelven a la boca con el sabor amargo de una mala digestión.La idea original fue de una tuitera, Ani Marino, que enseguida se viralizó y canalizó ese estado de angustia que el Presidente había criticado en mayo de 2020. “Angustiante es enfermarse; no salvarse. Angustiante es que el Estado te abandone”, retó a la periodista Silvia Mercado.Aún no había vacunas y Alberto Fernández proclamaba entonces que prefería un 10% más de pobres que cien mil muertos, cifra que se alcanzó el 14 de julio último. En la semana que pasó, el mandatario agradeció no tener 250.000 muertos. “Gracias a Dios, la estadística falló o nosotros nos movimos muy bien y eso no ocurrió”, dijo. Impresiona su colosal y persistente falta de empatía.El gélido homenaje oficial a las víctimas, en el CCK, en el mes de junio, no logró el efecto catártico de liberar tanta angustia y tristeza acumulada en la población como la marcha de las piedras.El corte abrupto e inconsulto de ese duelo operado por el Gobierno tendrá sus consecuencias. Los muertos mal enterrados, tarde o temprano siempre vuelven a salir a la superficie.

Fuente: La Nación

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Los ritos funerarios son cosa seria e ir contra ellos suele resultar contraproducente. En 1955, el cuerpo embalsamado de Eva Perón deambuló de un lugar a otro antes de su partida hacia una tumba secreta en Europa. Uno de ellos fue el Servicio de Informaciones del Ejército (SIE), que funcionaba en la esquina de Callao y Viamonte. Supuestamente, nadie sabía dónde estaba oculto. Sin embargo, cada día aparecían velitas encendidas en esa vereda. Lo que se pretendía ocultar tanto, se volvía más perceptible por su incierto paradero. Innecesario recordar cuánto se agigantó el mito de Evita gracias a los inútiles esfuerzos de sus enemigos en desaparecerla.No es lo mismo, está claro, pero nuevos apropiadores vuelven a caer en un mecanismo con ciertas similitudes: el Gobierno secuestró en la noche del lunes último las piedras con nombres inscriptos que una gran cantidad de personas acercó a la Plaza de Mayo y a la Residencia Presidencial de Olivos, como testimonio de los más de 110.000 muertos que en la Argentina se llevó hasta ahora el Covid. Así, lo que se intenta invisibilizar, tal vez una vez más termine agigantado.De hecho, cada día desde entonces, aparecen nuevas piedras en ese paseo público en el que los argentinos desde 1810 solemos expresar como pueblo nuestras mayores alegrías y tristezas. Ya se habla de una segunda marcha de las piedras, hay amparos presentados en la Justicia para recuperarlas y las redes sociales estallaron con #devuelvanlaspiedras y otras leyendas. El Gobierno proyecta construir con esas piedras dos memoriales (uno en provincia y otro en CABA, aunque no descarta que finalmente sea uno solo).Tenía 18 años y me mandaron a cubrir una de las primeras marchas de las Madres de Plaza de Mayo. En un momento, el fotógrafo que me acompañaba y yo recorrimos por separado las inmediaciones de la Casa Rosada. Nos desencontramos y me volví a la redacción. Él llegó bastante después: unos desconocidos lo habían subido a un auto para quitarle el rollo de fotos que contenía su registro de las Madres de aquel día. Poco después, un grupo de tareas secuestró a la primera presidenta de esa organización, Azucena Villaflor. Pero ni el rollo velado de mi compañero ni la desaparición de aquella madre fundadora y de tantos otros miles de argentinos impidieron que, empecinadamente, un grupo de mujeres silenciosas cada jueves hiciera su ronda para llamar la atención sobre sus hijos ausentes. Un gesto simple y sencillo, pero que muy pronto empezó a dar la vuelta al mundo. Antes que ellas, en 1975, madres de víctimas de la guerrilla fueron a dejar claveles rojos al pie de la Pirámide de Mayo y pañuelos blancos con los nombres inscriptos de los asesinados. El rito se replicaría más adelante por los desaparecidos.¿Temió el gobierno actual ser interpelado por aquellas piedras que se acumularon en torno del mástil de la Plaza de Mayo y ante las rejas de la Casa Rosada y que representan a otros muertos incómodos? ¿Podían convertirse con el paso de los días en un monumento funerario informal que concitara la constante procesión de deudos y curiosos, y que -una vez más- la Plaza de Mayo fuese noticia mundial?Si tanto le temen a las imágenes banales de la celebración del cumpleaños de la primera dama, al punto de dar a conocer los videos el propio gobierno por medio de un intempestivo flash en la TV Pública y en un medio paraoficial para que la repulsa generalizada no se pegue demasiado al momento de votar, ¿cómo no iban a querer dar vuelta la página rápidamente de ese silencioso velatorio popular que llevó hasta las puertas del poder la expresión de un dolor intenso que no cesa?Sin reparar en los ecos ominosos de su decisión, en un operativo comando, amparado por las tinieblas de la noche, llevaron en carretillas al interior de la Casa de Gobierno todo ese hondo testimonio mineral. Todo no, en la mudanza a los apurones, algunas cayeron por el camino.Las piedras, finalmente, quedaron “a disposición del Poder Ejecutivo” (aquella fórmula que usaba la dictadura para apresar formalmente a la gente que no hacía desaparecer). Travesuras macabras de nuestra agitada historia que vuelven a la boca con el sabor amargo de una mala digestión.La idea original fue de una tuitera, Ani Marino, que enseguida se viralizó y canalizó ese estado de angustia que el Presidente había criticado en mayo de 2020. “Angustiante es enfermarse; no salvarse. Angustiante es que el Estado te abandone”, retó a la periodista Silvia Mercado.Aún no había vacunas y Alberto Fernández proclamaba entonces que prefería un 10% más de pobres que cien mil muertos, cifra que se alcanzó el 14 de julio último. En la semana que pasó, el mandatario agradeció no tener 250.000 muertos. “Gracias a Dios, la estadística falló o nosotros nos movimos muy bien y eso no ocurrió”, dijo. Impresiona su colosal y persistente falta de empatía.El gélido homenaje oficial a las víctimas, en el CCK, en el mes de junio, no logró el efecto catártico de liberar tanta angustia y tristeza acumulada en la población como la marcha de las piedras.El corte abrupto e inconsulto de ese duelo operado por el Gobierno tendrá sus consecuencias. Los muertos mal enterrados, tarde o temprano siempre vuelven a salir a la superficie.

Fuente: La Nación

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