En el juego de la silla en el que vivimos todos estos innumerables meses, a los argentinos nos tocó ser la silla. El Presidente se nos sienta encima a cada rato y lo hace con el mismo ímpetu de los chicos cuando juegan: rápido y con fuerza.En la enorme paleta de colores que tienen las excusas y las justificaciones cuando se enuncian desde el poder, el Presidente ha hecho uso de casi todas las variantes pero ha elegido especialmente las peores. Es un ícono griego malversado: contiene un montón de simbolismos. En su caso, todos negativos.La aceitada operatoria para herirnos funciona así: primero alguna noticia nos cae como un camión cisterna de agua fría. El Presidente se hace el sota, deja pasar cuatro días y al quinto va a hacerse un drenaje linfático a una radio amiga. Desde allí, con la ayuda gentil de un periodista quiropráctico nos explica que estamos equivocados y que él sigue cuidándonos.Todo eso en una entrevista en la que su interlocutor es casi un mozo que le acerca canapés para la degustación. Alberto saborea las preguntas y escupe respuestas en las que él nunca es el responsable, a la vez que nos amonesta para que nos sometamos a sus delicias mandonas. Una vez más, somos la silla en el juego, se nos sienta encima.Antes de ir a otros apéndices, les retrato con una historia breve a nuestro jugador protagonista y su moral. Facundo Astudillo Castro murió luego de su desaparición forzada en manos de la policía bonaerense comandada por Axel Kicillof. Había violado la cuarentena como tantos que desfilaron por Olivos, solo que él no tuvo la misma suerte de encontrarse con la rozagante Primera Dama y desapareció el 30 de abril de 2020. Su cadáver fue hallado tres meses y medio después, el 15 de agosto, ya casi un año atrás.El Presidente supo decir días antes de que fuera encontrado su cuerpo: “Necesitamos saber qué pasó con Facundo. Quiero que lo encontremos y si alguien es responsable de un acto ilícito, tiene que cargar con las consecuencias.”Un excursus: el viernes pasado dijo algo similar respecto a los supuestos negociados en licitaciones con el Estado por parte del empresario taiwanés Chen Chia Hong: “Tráiganme el nombre del funcionario y lo echo inmediatamente”. Son frases tribuneras dichas golpenado la mesa para acallar a la platea. Prefacios del siga, siga.Cuatro días más tarde de que dijera aquello, el cuerpo de Facundo apareció, como si la frase del Presidente hubiera sido casi una amonestación a las fuerzas para que eso sucediera. Luego, Fernández recibió a la madre de Facundo, Cristina Castro, y le prometió obsequiarle un cachorrito, sobrino de Dylan, dado que habían matado a su perro mientras buscaban a su hijo. Pero, hay un detalle menor, al regalo, nunca se lo envió.¿Usted concibe prometerle algo a una madre destrozada por el asesinato de su hijo en manos de fuerzas estatales y no cumplir su promesa? Pues, Alberto Fernández, sí. Es la encarnación de la vulgaridad. Empatía bajo cero.Yo sé que es un hecho nimio, irrelevante y pequeño. Pero la vida está llena de ellos. Es allí donde se ve quién es grande o quién es un liliputiense cordial.Estos días cometió otro de sus “albertismos” (la Real Academia Española podría incluir este sustantivo, porque describe mucho). Consultado sobre si el empresario taiwanés había estado reunido con él, respondió: “Yo no sé si lo recibió [el ex ministro fallecido] Meoni o participó de alguna reunión. No tengo la menor idea”.Dos cuestiones brotan de este albertismo. La primera es que Fernández siempre refracta la responsabilidad, sin aportar ninguna información adicional. ¿No podría tenerla, dados los trascendidos? Claro que sí. El asunto es que la niebla no es buena para manejar, pero sí para gobernar.La segunda cuestión es que pone al difunto ministro Meoni como eslabón resolutivo. Ergo, nos está mandando a freír churros. ¿El Presidente podría haber seguido la hipótesis Meoni y haberle preguntado a alguno de sus asesores de aquel entonces si mantuvo alguna posible reunión con ese empresario? Por supuesto, pero la niebla prevalece, porque la niebla permite la discrecionalidad.¿Hay fotos de Alberto Fernández con el empresario? Varias. Una pena. En la entrevista faltó periodismo y sobró aloe vera.En esta nueva rama de la semiótica, los albertismos son sentencias que a uno lo despegan sin darse cuenta que, al mismo tiempo, lo hunden en el fango. El viernes último, dijo: “El 2 de abril yo no festejé mi cumpleaños. Estuve acompañando a Sofía (Pacchi) por una actividad que convocó Fabiola (Yáñez) que tenía que ver con el Banco Nación”.Alberto se habla encima. ¿Qué hace el Presidente acompañando a Sofía, una asesora de su mujer? ¿Qué tiene que hacer en medio de la pandemia la primera dama con el Banco Nación que sea tan urgente que no lo pueda resolver de modo virtual, como cientos de multinacionales lo están haciendo?Pero esto solo mejora. Justificándose de los hechos, como si aquel día un contingente de jubilados hubiera ingresado de casualidad, por error en Olivos, Fernández, de profesión abogado, se defendió diciendo: “El 2 de abril la gente que ingresó no era mía, es gente que trabaja para Fabiola”.Coraje puro, 24 kilates. Un valiente resultó el Presidente jugando a la mancha venenosa: “Señorita no eran mis amigos los que rompieron la cuarentena, fueron los de mi mujer”. Claro, estimado, pero es su residencia oficial y usted es el responsable por esa morada. Sin embargo, su epidermis está hecha de una superficie oleaginosa que es muy resistente: todo le resbala.Pero falta la frutilla del postre. Estos días sentenció: “Si hay algo de lo que siempre he hecho culto es la honestidad”.Aplausos. Es mucho. Hay videos interminables sobre sus insultos a la que hoy es su vicepresidenta sobre asuntos que nada han cambiado: la muerte de Nisman, el pacto con Irán, Boudou, Ciccone, etc.¿Cuál es la honorabilidad de quien deja sus convicciones y su moral por un cargo? ¿Cuál es la honorabilidad de quien calla todo lo que, hasta ayer, pensaba? ¿Cuál es la honorabilidad de quien llama “idiotas” a los ciudadanos por querer salir de su casa y los amenaza con que deberán dar cuentas en la Justicia, cuando esa misma persona a los diez minutos le abre la puerta al personal trainer de su mujer para que trabaje sus abdominales? ¿Cómo se describe ese comportamiento en un líder en medio de una pandemia?La respuesta de Fernández no tardó en llegar: “Yo estaba trabajando de Presidente, ¿o querían que me quede encerrado en mi casa? Tenía que gobernar un país”.Y, no sé, la verdad. Nos entra la duda. Quizás, si usted se quedaba en su casa y otro tomaba las decisiones, nosotros teníamos menos muertes en nuestras familias.La inflación monetaria es terrible: aprieta nuestros bolsillos, aniquila nuestro futuro y dilapida nuestras expectativas.Pero hay algo, sin embargo, peor. La mentira constante, la desresponsabilización de los errores y la inmoralidad. La inflación de las palabras, en suma: hay tantas, tan confusas y tan poco valiosas que ya nada hace mucho sentido.La luminosidad de las palabras es inmensa y hermosa, pero hay que tener cuidado con ellas, de tanto toquetearlas, se apagan y mueren.Y con las palabras se van las vidas, porque, en el fondo, son esas vidas que perdimos las que para algunos no valen nada.Filósofo, PhD y Coach Ejecutivo. Esta columna fuer realizada en el segmento “El Salvavidas” del programa Confesiones de Cristina Pérez por Radio Mitre
Fuente: La Nación