Si es verdad eso de que las paredes hablan, las de Yiyo el zeneize tienen entonces mucho por contar. La historia de una Argentina en construcción y la de millones de inmigrantes desembarcando hambrientos en el puerto porteño. También, la historia del vino y de las comidas, de una familia y de sus encuentros alrededor de la mesa. Con un siglo a sus espaldas, este lugar fue testigo de los cambios urbanos que vivió Buenos Aires, del cierre del matadero a donde llegaba la hacienda de las llanuras pampeanas, de los picarescos juegos de cartas (el truco y el tute cabrero) y de los cubiletes haciendo sonar los dados. Un boliche y almacén de ramos generales ubicado en una esquina de Parque Avellaneda que resistió vendavales políticos y económicos, adaptándose a los cambios con tenacidad y con trabajo. Y que, hoy mismo, con una nueva generación a cargo, sigue tan vigente como en sus mejores épocas.Luis, el hijo del fundador, y una leyenda frente a Yiyo, el xeneizeUn trotamundos que terminó en Argentina“El lugar lo abrió mi bisabuelo, Egidio Zoppi. Un italiano del Piamonte, un trotamundos que primero se fue a los Estados Unidos, luego volvió a Italia y finalmente vino a la Argentina”, explica Danilo. Con apenas 25 años de edad, Danilo está hoy detrás de Yiyo el zeneize junto a su tío Omar y otros dos socios que suman su experiencia gastronómica: Maxi Luque y Cristian Díaz. “En esos años, en Italia, era común decir “tenés más plata que un argentino”. Tenían esa idea de la abundancia sudamericana. Cuando mi bisabuelo desembarcó en Buenos Aires, lo primero que hizo fue comer un sándwich de bife de chorizo y no lo podía creer. Esa cantidad de carne era equivalente a lo que en Italia comían ocho personas juntándose para Navidad”.Corrían los primeros años de siglo XX. Tras pasar por el Hotel de los Inmigrantes, Egidio trabajó en la estancia de los Martínez de Oz, donde lo echaron sin pagarle. Luego pasó a otra estancia (en el actual barrio de Mataderos) y ahí le fue mejor e incluso llegó a ser capataz. “El dueño le ofreció comprar esta esquina de campo, que estaba vacía. Y con la ayuda de otros italianos mi bisabuelo empezó a construir su casa y el local. Su idea era poner una herrería; por acá había mucho tránsito de carros y él esperaba que le pidan ayuda con las herraduras de los caballos. Pero lo que todos querían era comer y beber. Así empezó con un despacho de bebidas y almacén”.Las botellas son de tiempos atrás, hay una de 1938No hay fecha exacta de apertura, pero sí fotos que rondan el año 1920 ya con clientes sentados en las mesas. “El primer nombre de lugar era Campana Piamontesa (antes de llamarse Eva Perón y Avenida del Trabajo, a esta calle se la llamaba camino de Campana). Más tarde, en los años 40, cuando mi abuelo y su hermano toman la posta, le pusieron Yiyo el zeneize. Fue un acto de marketing: le pusieron zeneize, como se les dice a los genoveses, porque todos los italianos que venían a la Argentina habían salido del puerto de Génova. Ellos querían que todos se sintieran identificados”, explica Danilo.Traspasar la puerta de Yiyo el zeneize implica adentrarse en los recuerdos de un país y una familia. El lugar desborda de objetos antiguos (radios viejas, máquinas de escribir centenarias), grabados y documentos, bocetos a mano hechos por el reconocido fileteador Luis Zors, cientos de botellas de Cinzano y Fernet Branca (una incluso de 1938). “Cuando alguien moría, los mismos vecinos traían sus pertenencias de regalo, para saber que acá las iban a volver a ver. El año pasado, cuando empezamos con esto, limpiamos todo y acomodamos de manera tal que se los pueda ver”.Egidio Zoppi, el trotamundos que terminó en ArgentinaUna esquina con historiaA lo largo de las décadas, la esquina fue cambiando su rumbo pero siempre dentro de la gastronomía. Luis y Batista (los hijos de Egidio) armaron allí una fábrica de encurtidos y una fraccionadora de vinos, para distribuir en otros almacenes y boliches de la ciudad. Cada semana llegaban desde Mendoza más de 60 mil litros de vino que ellos luego embotellaban en damajuanas de 4.7, 10 y 15 litros. “El punto de inflexión fue la ley de envasado en origen y el escándalo que ocurrió en 1993 con los vinos Soy Cuyano, que estaban adulterados y que por culpa de eso murieron muchas personas. En esa volteada cayeron todas las fraccionadoras. Mi abuelo ya tenía 75 pirulos, no estaba para empezar de cero. Cerraron la fábrica de encurtidos y se quedaron solo con el almacén. Empezaron a hacer los encurtidos para el local, ofreciendo un vermú, un vino patero. Mi abuelo lo hacía más para sacarse el vicio que como negocio. Yo tenía 10 años y me la pasaba acá dentro, venía todos los días a almorzar y a escuchar las historias que me contaban mi abuelo y sus amigos mientras jugaban con la baraja”.Papeles con el membrete originalEl año pasado, con más de 90 años de vida, Luis falleció. “Fue en medio de la pandemia, no podíamos hacer un velorio. Nos juntamos diez familiares acá y pensamos qué hacer con el lugar. Hablé con mi tío y dijimos de abrirlo entre nosotros, yo en el día a día, él con los encurtidos. Fueron meses muy duros. Todos los días venían clientes a ver a mi abuelo y había que contarles lo qué había sucedido”. Entre esos clientes estaban Maxi y Cristian, dos dueños de un catering que solían parar un rato en el boliche para charlar con Luis cada vez que volvían del Mercado Central. Así se conocieron con Danilo y Omar. Entre vermús y salamines decidieron hacer un evento juntos que salió muy bien. Y a partir de ahí se asociaron, Maxi encargándose de la propuesta de cocina y Cristian de la ambientación y recupero del legado cultural histórico de la casa. “Cambiamos el esquema de negocios”, explican. “Reordenamos todo, sumamos más fiambres y pensamos un menú de platos criollos con pequeñas vueltas. Es lo que hicieron los inmigrantes, que rehicieron sus platos con lo que había acá. Así a una milanesa le metieron tomate y queso por encima. Es un poco eso, con la genialidad de Maxi”.Yiyo el zeneize es precioso: la barra antigua, los frascos con las conservas en la pared del fondo, mesitas en la vereda cuando la pandemia lo permite. La carta incluye vitel toné de peceto con generosa salsa, huevo y cebolla encurtida; también una tortilla de papa con salchicha parrillera por encima, empanadas fritas o una fainá con escabeche de berenjenas, pimientos y castañas de cajú, entre otros. Se suman quesos y embutidos de calidad; vinos, aperitivos e incluso tragos como el sodeado de bienvenida, con vino dulce patero, soda y tintura de lavanda. El lugar funciona como restaurante, pero también como bar y como almacén, con venta de picadas, aceitunas, ajíes en aceite porotos y champignones.El equipo completo de Yiyo, el xeneixe“Con Yiyo el zeneize intentamos reconstruir nuestra historia, la del vino, la de la comida y de la arquitectura. Somos parte de Parque Saavedra y estamos orgullosos de que cada vez viene más gente de otros lados a visitarnos. En el local ofrecemos la pasta fresca de la fábrica El huevo de Oro, que tiene 60 años en el barrio. Los panes son Orfano, una panadería con 50 años. Hay artistas de acá cerca que vienen a hacer exposiciones. Intentamos torcer un destino, apostando al país y a una tradición, yendo para adelante”, dice Danilo. De algo no hay dudas: con sus paredes que hablan, Yiyo el zeneize levanta su frente altiva, mostrando el pasado y escribiendo un nuevo presente.
Fuente: La Nación