Transcurría casi una hora de charla vía WhatsApp, la comunicación estaba a punto de terminar pero el pediatra español Carlos González, conocido por sus libros sobre la crianza con apego, pidió la palabra por última vez. Quería asegurarse de que su mensaje llegara, que no hubieran dudas sobre lo que quería decir. Y lo que dijo fue la síntesis perfecta de esos cincuenta y pico de minutos que pronto se resumieron en unas pocas frases: “Lo que realmente quiero decir es que los padres se dejen de tonterías y disfruten de la infancia de sus hijos, que es muy corta. Todos los niños crecen más rápido de lo que uno cree y se van mucho más rápido de lo que uno espera. Hay una queja generalizada de que los abuelos malcrían a sus nietos. Que les dan más caramelos, que los dejan ver más tiempo la tele… ¿Qué hay detrás de eso? Pues, celos. Muchos abuelos se han dado cuenta de que se pasaron educando a sus hijos, castigándoles, diciéndoles que no hagan tal o cual cosa y se han arrepentido de eso y son con sus nietos como hubieran querido ser con sus hijos”.A priori, González no parece estar arrepentido del poco tiempo dedicado a sus hijos. En muchas entrevistas ha contado que dejó de atender a niños en su consultorio para atender a los propios en su casa. Fue entonces cuando se volcó a la escritura, con títulos que han marcado una generación de padres jóvenes, primerizos y también culposos, como Mi hijo no me come, Manual práctico para la lactancia materna y el celebrado Bésame mucho, cómo criar a tus hijos con amor, que fue publicado en 2003 y acaba de reeditarse en Argentina con venta exclusiva en el local Maminia (no se consigue en librerías). Sin dudas ese libro (que lo hizo conocido en gran parte del mundo hispanoamericano) inspiró a muchas familias en momentos donde se imponía un tipo de crianza menos respetuosa, basada en teorías y metodologías conductistas como la propuesta por Eduard Estivil y Silvia Béjar en Duérmete niño, publicado en 1997, que proponía dejar llorar al bebé por ciertos períodos de tiempo para terminar con el insomnio infantil.–Bésame mucho ha marcado a una generación de padres que venían de un modelo distinto de maternidad y paternidad. ¿Es su libro más representativo?–No lo sé, sinceramente. Yo escribí ese libro porque encontraba que los padres tomaban a sus hijos en brazos, los consolaban cuando lloraban, dormían con ellos en la cama pero sentían culpa porque alguien les había dicho que eso era malísimo para el niño. Es decir, lo hacían igual, pero sentían culpa. No escribí el libro pensando que iba a cambiar la conducta de los padres, sino para que no se sientan mal por hacer aquello que siempre se había hecho sin conflictos.–En ese momento el Duérmete niño, era furor. Planteaba que para que un bebé durmiera de corrido había que dejarlo llorar. Usted planteaba lo contrario, que había que consolarlo, calmarlo…–Lo de Duérmete niño no es exactamente dejarlo llorar hasta que se duerma. Era un método que decía primero hay que dejarle llorar 3 minutos, después cinco y así hasta llegar a los 17 minutos porque más de eso sí es una crueldad. Yo recuerdo cuando recién empezaba mi especialización en pediatría, una madre que tenía gemelos de meses y otro de dos años. Era una situación terrible, los niños se despertaban mucho y le habían dicho que había que dejarlos llorar y ella no lo hacía porque no lo soportaba y entonces el médico le había recetado Valium para que durmiera y no los escuche llorar. Es decir, hace décadas que ya se decía que había que dejarlos llorar, así que el Duérmete niño al menos ponía un límite a eso.–¿El sueño en los niños es el tema más recurrente en las consultas?–Hasta que salió ese libro la mayoría de los padres no consideraba que ese fuera un tema médico, no se trataba en la consulta pediátrica. Pero como ese libro decía que si el niño se despierta por la noche sufre insomnio infantil, entonces muchos empezaron a pensar que era un problema. Antes solo era una lata, pero no una enfermedad. Todos los niños duermen, el problema es que no lo hacen en el momento en que a los padres nos convenga que duerman. Y habitualmente su sueño no es continuo. En realidad dormir de un tirón no es normal en los humanos. Un autor muy interesante llamado Roger Ekirch que publicó el libro Al final del día descubrió que la idea de dormir de un tirón no surgió en la humanidad hasta la revolución industrial. Encontró cientos de citas y escritos europeos hablando del primer sueño, del segundo sueño… es decir, a lo largo del día había muchos momentos en los que se dormía. Lo normal era irse a la cama, dormir cuatro horitas, estar despierto unas dos y luego volverse a acostar. La revolución industrial cambió eso porque las fábricas hacían que todos tuvieran que cumplir con un horario y terminó con esa costumbre. El artesano trabajaba cuando le daba la gana. El obrero, no. Lo que más rabia da es que el que es el caprichoso es el niño y no el sistema que hace que tengamos que levantarnos a determinada hora para ir a trabajar. Entrar a las 7 en punto a una fábrica nos parece normal. En cambio que un niño se despierte por la noche, no.–Se te considera el defensor número uno del colecho. ¿La gente finalmente ha aceptado esta práctica sin culpa?–Quiero empezar a creer que la gente ha perdido el miedo a seguir haciendo lo que hacían antes. Yo dormía en la cama de mis padres, siempre se ha hecho. Lo raro es que durante una época eso estaba mal visto porque a unos señores se les había ocurrido que eso era malo. Cuando en la vieja normalidad yo iba a congresos y preguntaba cuántos de los presentes habían dormido en la cama con sus padres, el 95% levantaba la mano. Y el 5 restante no lo hacía porque no se acordaban, probablemente porque tenían menos de 3 años. Alguien nos quiso hacer creer que por dormir en la cama con los padres un niño nunca va a ser independiente. Es una tontería mayúscula. Si el ciento por ciento de la gente ha dormido con sus padres, ¿cómo se puede creer que eso ha causado daño psicológico?–¿Cómo te llevás con las críticas de grupos como las feministas? Muchas consideran tu pensamiento en relación al rol de la madre como machista.–No creo que decir que para un niño pequeño el padre y la madre son iguales sea feminista. Al contrario. Yo ahora que soy abuelo lo veo hasta con mis nietos. No solo noto que a ciertas edades para ellos no es lo mismo su mamá que su papá, sino que tampoco es lo mismo su abuelo que su abuela. Primero está mamá, después papá, después las abuelas y luego los abuelos. Eso no es machismo, es lo que ocurre. Es imposible borrar esas diferencias porque existen.–Durante la cuarentena estricta en España escribiste una carta abierta donde cuestionabas el encierro de los niños. ¿Qué consecuencias ha tenido la cuarentena en los más pequeños?–En España fue tremendo, en la mayoría de los países europeos no fue así. Aquí cerraron las escuelas, los parques, las guarderías…no podías sacar a un niño fuera de casa ni para que te acompañe a hacer la compra. Podías sacar al perro pero no al niño. Al final se dieron cuenta de que era una estupidez. Fue terrible y egoísta. En cuanto a los efectos, es difícil de decirlo porque cada situación es distinta: niños con hermanos, niños sin hermanos; niños con parque y pileta, niños sin espacio y hacinados, niños que son más sociables y otros más solitarios, padres que aprovecharon más el tiempo para estar con sus hijos y otros que tenían que salir a trabajar igual porque eran esenciales… Es difícil decir qué secuelas habrá. Seguro que habrá niños a los que les fue muy útil este confinamiento y otros que lo sufrieron, pero depende de las circunstancias personales de cada uno.–Sos crítico de la escolaridad temprana, ¿por qué?–Hay por parte de los padres una preocupación muy grande por la escolaridad temprana pero los niños de menos de 3 años no socializan. La escolaridad temprana es una necesidad de los padres, en realidad del sistema económico, pero no de los niños. Un bebé o un niño pequeño puede no salir de su casa y no pasa nada.

Fuente: La Nación

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