Por alguna curiosa razón psicológica, algunas personas me quedan ligadas para siempre a la edad que tenían cuando me las crucé por primera vez. El fenómeno es mucho más notorio cuando el trato es simbólico. Bob Dylan, por ejemplo, acaba de cumplir 80 años, pero sigue en el limbo de mi inconsciente instalado en unos virtuales cuarenta. Eran los años que tenía él cuando, a mis once o doce, sin mayor conocimiento de causa, compré su primer disco. Hay pruebas de que no fabulo. Sopeso el “single” delante de mí: en la primera cara, contra fondo naranja, figura “El hombre le dio nombres a todos los animales” y, del lado B, “Cuando él regrese”. No estoy seguro de que por entonces me hayan gustado. Pasarían en todo caso años antes de que escuchara completo Slow Train Coming, el álbum original.Hace tiempo, en una reunión prepandémica poblada de maníacos musicales, alguien propuso que cada cual eligiera su tema preferido de Dylan. Me decanté por aquella primera canción. Conocía los riesgos: “Man Gave Names to All the Animals” no pertenece a la mejor época del músico que, convertido por un rato al cristianismo y en busca de nuevas ideas, oscilaba entre el toque gospel y el reggae de moda. Siendo el menor de la reunión, hubo un jocoso bullying intergeneracional. Los factores sentimentales no son bien tolerados en esos círculos.Sin ser la más memorable, sigo contra todo considerando aquella canción una buena alternativa excéntrica por la simple razón de que no existe un “mejor” tema de Dylan. En una nota reciente, Fernando García (que al mismo tiempo da una verosímil explicación sobre el carácter iniciático de “Man Gave…” para un chico argentino de entonces) ofreció una lista de 80 grandes canciones, la medida de una vida. El inventario es inobjetable. Más que quitar, encuentro que se le podrían agregar otras a cuenta de los festejos de un Dylan centenario: a “Most of the Time”, el único incluido de Oh, Mercy (1989), le sumaría en el futuro “Ring Them Bells” o “Where Teardrops Fall”. Es una ventaja de Dylan con su actividad de medio siglo: cada cual puede armar su constelación sabiendo que no habrá dos iguales.Imagino una lista caprichosa y personal, que postergaría por demasiado conocidos los himnos generacionales (“Blowin’ in the Wind”, “Mr. Tambourine Man”, “Knockin’ on Heaven’s Door”, “Like a Rolling Stone”). ¿Un tema en términos absolutos? “I Want you”, del doble Blonde on Blonde, porque resume con ligereza el espíritu de la época y la astucia del primer Dylan. ¿La letra más virtuosa? Quizás “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, esa catarata de imágenes apocalípticas que parecen contagiarse de Rimbaud. ¿La letra que le mandaría a alguien con quien se rompen relaciones? “Positevely 4th Street” –figura solo en compilaciones– donde fulmina una falsa amistad a puro sulfuro. ¿El mejor tema de amor?: “Just Like a Woman”, por supuesto. O no: mejor “Sara”, a pesar de que habla de una separación. O mejor todavía: el simple adiós juvenil de “Don’t Think Twice, It’s Alright”. ¿Una canción de protesta? Obviemos los clásicos sesentistas y tomemos esa tromba musical de 1976 que es “Hurricane” (la versión en vivo de la Rolling Thunder Review, más poderosa que la original de Desire), donde sale en defensa de un boxeador negro acusado de homicidio. ¿El tema más popular en casa?: “Forever Young”, en versión lenta (no confundir con el dudoso tema pop homónimo que aparece primero en los buscadores). ¿El preferido de mi hijo: “All Along the Watchtower”, pero en la versión de Hendrix (Dylan piensa lo mismo). ¿El disco que más escuché?: Time Out of Mind (1997), donde se estabiliza la versión madura del cantante. Incluso me animo a elegir un cover ideal de Sinatra: “September of my Years”.Se termina el espacio, y la enumeración no alcanza siquiera su horizonte. Es otra de las virtudes que le valieron a Dylan un Nobel. Hay algo más que poesía: el suyo es un corpus que se puede explorar sin fin. ¿No hace eso también a la literatura?

Fuente: La Nación

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