En su primer viaje por Madrid en 1968 Jorge Cavaliere visitó una emblemática tasca y se quedó fascinado con el sabor de sus tapas y pintxos, sidra tirada y espectacular ambiente. Tras su regreso a Buenos Aires recordó aquella experiencia y cumplió su sueño con la apertura de Tancat, un restaurante de comida española en el Microcentro porteño. La alargada y pintoresca barra se transformó en un clásico y sus emblemáticos platos, como el cochinillo, la tortilla y el pulpo a la española traspasaron generaciones.Tancat en sus iniciosJorge o “El gordo”, como le dicen los habitués, trabajó durante muchísimos años en turismo. A los catorce años comenzó como cadete, luego en diferentes agencias y hasta logró montar su propia empresa de viajes. Desde joven tiene una gran pasión por el servicio y la cocina: en su hogar solía deleitar a familiares y amigos con sus platos caseros. Siempre fue un gran anfitrión. Dicen que hay viajes que son un antes y un después en la vida, para él fue crucial conocer la capital de España para inspirarse. “Cuando papá comió en las tascas españolas se quedó encantado con sus platos, vinos y el protagonismo de la barra. Y se juró alguna vez poder abrir un lugar similar en Argentina”, cuenta Pía, su hija, a LA NACIÓN. Ella comenzó a acompañarlo en el negocio desde el 2006.Doce años más tarde, Cavaliere salió de su oficina y descubrió un diminuto local (de 3 metros de ancho por 25 de largo) sobre la calle Paraguay (Entre Maipú y Florida) y se entusiasmó nuevamente con la idea de instalar su propio boliche. Para el diseño convocó al reconocido arquitecto y diseñador Ricardo Plant, quien era su amigo desde hace años. “El lugar era pequeñísimo, como un pasillo. En la década del 80 era inimaginable que allí funcionara un restaurante. Plant hizo una propuesta arquitectónica en la que la barra sería la gran protagonista y en el salón había solamente dos mesitas chiquitas. Como color predominante eligió el rojo, que para la época también era muy innovador y disruptivo”, detalla Pía.El salón, con el rojo tan característico que le imprimió su fundador, Jorge, “El gordo” como lo llaman los habituésTancat, que en catalán significa “cerrado”, abrió sus puertas en 1980 y recuerdan que fue Plant quien lo bautizó así. “La idea era que sonara a algo exclusivo. El lugar había quedado tan fantástico que se dio el gusto, fue como una forma de agradecimiento a su magnífica labor”. En sus más de 40 años el restaurante cambió de fachada en varias oportunidades, pero siempre estuvieron presentes el color rojo (que se convirtió en uno de sus sellos más distintivos) y el negro.Como la agencia de viajes de Jorge quedaba a la vuelta del restaurante, él logró combinar sus dos pasiones. Poco a poco iba conquistando los paladares de los oficinistas de la zona. “Él es fanático del servicio. Siempre dice que Tancat no es una empresa gastronómica sino una una empresa de servicios que brinda comida. Estos valores siempre me los inculcó desde chiquita”, asegura Cavaliere . Con el boca en boca, la tasca comenzó a ser reconocida en Buenos Aires y en 1998 se agrandaron. Con la primera reforma anexaron el local de al lado y se agregaron más mesas y boxes. De 38 cubiertos pasaron a 110.El salón con mesas y al fondo, la barraLa alargada barra de madera, con altas banquetas tapizadas en color rojo, siempre fue el sitio más codiciado y jamás perdió su mística. En ella se han acodado desde Jorge “Cacho” Fontana, Héctor Larrea, Fernando Bravo, Guillermo Coppola, Teté Coustarot hasta Juana Viale. “Siempre solía estar concurrida. Hay clientes que tienen su lugar predilecto desde hace años. También están los que vienen a almorzar todos los mediodías, se hacen amigos y a fin de año organizan una comida de “los de la barra”, describe Pía. Con la pandemia lejos quedó la escena en la barra con parroquianos amontonados, pero la tradición de disfrutar de unas deliciosas tapas acompañadas con vino por copa o sidra tirada y la charla distendida con los mozos de antaño continúa. A lo largo de los años los clientes también dejaron su sello de pertenencia. En las paredes y detrás de la barra varios han colgado tarjetas con sus números de teléfono, dibujos y hasta fotografías. ”Todo se mantiene igual, ese sector es sagrado. Conservamos muchísimos recuerdos”, confiesa Pía.Recuerdos de los clientesJorge, quien actualmente tiene 82 años, le puso su impronta a cada uno de los platos. Según asegura su hija: “Siempre le encantó meterse en la cocina, tiene un paladar increíble y es creativo. Él armó muchísimas recetas. En esa época incorporó variedad de tapas y fue pionero en ofrecer vino por copa”. Uno de sus caballitos de batalla es la tortilla a la española. Está hecha a base de papas y cebollas pochadas en aceite de oliva y lleva chorizo colorado desgrasado. Los parroquianos la piden siempre babé. Para arrancar hay desde callos a madrileña, gambas al ajillo, jamón crudo a la manera de Tancat (con un toque de aceite de oliva, gotas de limón y pimienta negra molida en el momento), croquetas de salmón rosado o de jamón, champiñones a la planta y hasta “Pa amb tomàquet”, un pan con tomate, aceite de oliva y una sutil loncha de jamón crudo. Una de las últimas incorporaciones fueron las setas de autor rellenas con salmón ahumado y jamón crudo gratinadas. Previo a la pandemia era un clásico acercarse a la barra y elegir entre el surtido de tapas del día.La gran variedad de tapas de la cartaSus pescados merecen una mención aparte. “Mi padre nos inculcó la costumbre de recorrer mesa por mesa y recomendar el pescado fresco del día. Él siempre se acercaba, charlaba con los clientes y les contaba secretos de sus recetas. Es muy lindo ese ida y vuelta. De hecho, cuando diseñamos algún plato nuevo tenemos la tradición de dárselo a probar a los habitués”, cuenta Pía. Algunos de los preferidos son las gambas a la plancha encebolladas con un toque de provenzal y acompañadas con ensalada de rúcula; los chipirones acompañados con papas al natural o el filet de merluzón a la plancha con guarnición de ensalada fresca. El pulpo español a la gallega es otro de los imperdibles y no se queda atrás su tentáculo a la plancha con guarnición de papas al natural.La tortilla de papas, una de las más pedidas de Buenos AiresOtro de sus platos emblemáticos es el cochinillo acompañado con papas al tomillo. Lo cocinan al horno, a fuego medio, durante más de cuatro horas. Antes solía estar disponible algunos días de la semana y actualmente lo elaboran por encargo. Varios clientes suelen llamar y pedir que se lo preparen entero. De postre ofrecen crema catalana, natillas o flan casero.Pan y tomate, un clásico de la comida española y de TancatCon la llegada de la pandemia el Microcentro se vació. “Todavía parece una ciudad fantasma. Somos pocos los emprendimientos que seguimos en pie”, asevera Pía. Por primera vez en su historia comenzaron ofrecer sus platos clásicos por delivery y a paso lento van recuperando a los oficinistas y clientela de toda la vida.Una copa de vino y fiambres para la hora del aperitivoLa barra de Tancat, contrario a lo que su nombre en catalán anticipa, permanece abierta e invita a un viaje sin escalas a España, pero en pleno Microcentro porteño.
Fuente: La Nación