Los partes meteorológicos anunciaban un milagro y éste se produjo el sábado, a la hora acordada. Ahí estaba el cielo azul, el sol, apagada por fin la centrifugadora del viento provocado por el ciclón Yaas y sin precipitación de nieve, los alpinistas checos Marek Holeck y Radoslav Groh emplearon el último suspiro de batería de su teléfono vía satélite para anunciar, como un grito desesperado, la ansiada noticia: “¡Bajamos, bajamos, bajamos!”.Nueve días después de empezar la apertura de la primera vía en la pared noroeste del Baruntse (7.129 m, Nepal), la pareja logró sobrevivir, el premio verdadero, el único que cuenta para un alpinista. No será un descenso, será abrir la tapa del ataúd y huir. Tres días atrás, Holecek y Groh pasaron por la cima tan extenuados como desesperados ante la magnitud de la tormenta que se insinuaba sobre sus cabezas, dos espectros en una ratonera: “Ni siquiera tomamos fotos, no hubo expresiones de alegría e inmediatamente continuamos descendiendo todo lo que nos permitió el clima infernal. Dormiremos en un saco completamente mojado”. Fue su primera noche atrapados a 7.000 metros.Aún sufrirían dos jornadas más bloqueados, sin comida y con muy poco gas para fundir nieve e hidratarse a una altitud que devora los organismos, los atrofia y expone terriblemente a edemas pulmonares o cerebrales. Hace dos días, enviaron el siguiente mensaje: “Hemos sobrevivido a otra noche infernal bajo un verdadero huracán y una gran nevada. Tuvimos que cavar constantemente para que la nieve no enterrase nuestra tienda de campaña. Todas las oraciones están puestas en el sábado”.Dos alpinistas checos de élite Marek Holecek y Radoslav Groh se encuentran atrapados a 7.000 metros en el Baruntse, en Nepal, tras una tormenta (gentileza/)La pareja checa se aferró a la vida gracias a dos factores combinados: su tremenda experiencia y la posibilidad de recibir partes meteorológicos para saber esperar y activarse en el momento adecuado, para resistir manteniendo la promesa de un final feliz señalado el sábado. No usaron su teléfono vía satélite para solicitar rescates insensatos o reclamar quimeras: el suyo ha sido un alarde ejemplar de serenidad, experiencia y auto-control. Estaban ahí porque así entienden el alpinismo, porque así asumen el compromiso de decidir de forma libre escalar una montaña de acuerdo a unos principios éticos que no admiten dudas, errores o lamentos.El teléfono ha sido su cordón umbilical, un trozo de madera en alta mar, pero también una boya para la familia que espera. Marek Holacek suele formar equipo con su amigo Zdenek Hak, con el que ha ganado dos Piolets de Oro, el máximo galardón que entrega el mundo del alpinismo. Al recibir el segundo, en 2019, Hak quiso dejar claro que ambos comparten un mismo sentimiento respecto al alpinismo: “es muy importante en nuestras vidas, pero es menos importante que nuestras familias, que son lo primero. En tercer lugar figura nuestro trabajo como guías de alta montaña”.Antes de encordarse en 2017 para firmar dos de las páginas más brillantes del alpinismo de la última década, Holacek y Hak no habían escalado nunca juntos: “tuve que llamarle porque ningún conocido checo quería escalar conmigo”, explicaría entre risas el primero. Lo mismo ocurrió con Groh en 2019, cuando Holacek necesitaba un compañero para viajar a Perú: llamó al joven (32 años) con el que enseguida hizo migas.El último día del mes de mayo de 1970, un seísmo golpeó la región del Huascarán, montaña perseguida por una numerosa expedición checa: 14 de sus integrantes perecieron sepultados por masas de roca y hielo y abajo, en las aldeas, 70.000 de sus habitantes desaparecieron para siempre. Medio siglo después, Holecek y Groh abrieron una nueva ruta en el Huandoy norte, un homenaje a todas las víctimas. El documental Boys 1970 recoge todo su periplo.Ambos han sufrido ahora uno de los episodios más épicos de la historia reciente del Himalayismo, en una montaña remota pero próxima del Everest, en un lugar solitario donde no vuelan los helicópteros, no hay cuerdas fijas, ni bombonas de oxígeno, ni sherpas que hacen el trabajo, ni wifi en el campo base, ni fiestas, ni coronavirus… tan solo el deseo íntimo y firme de regalarse una aventura auténtica.
Fuente: La Nación